25/05/2024, 15.24
MUNDO RUSO
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Guerra y propaganda: el pensamiento de la «mayoría» de los rusos, al servicio de Putin

de Stefano Caprio

Un estudio en profundidad de la columna Signal de Meduza evalúa el verdadero alcance del apoyo de la población a la guerra. Las diferencias entre 'la mayoría de los rusos' y la muestra de encuestados en los sondeos los hace cada vez menos creíbles. Las encuestas como herramienta de «manipulación» e «información». El ejemplo del «varón ruso promedio», amplificador de eslóganes patrióticos.

 

Una de las dimensiones más impactantes de la gran guerra de Rusia contra el mundo entero es el apoyo de la población a los instintos imperiales de la casta en el Kremlin, algo difícil de comprender y decididamente imposible de aceptar: ¿es posible que los únicos que se oponen a la violencia del Estado sean sólo unos pocos disidentes dispersos, sometidos a una durísima represión hasta la muerte en un campo de concentración, ante la total indiferencia de la mayoría de los rusos?

La columna Signal de Meduza abordó este tema tratando de ir más allá de ciertos estereotipos sobre la apatía y la pasividad de los habitantes de la Rusia de hoy y de siempre. Si se da crédito a las encuestas oficiales, el 70% de los rusos apoya con entusiasmo la necesidad de los desfiles militares en la Plaza Roja, el 56% está en contra de cualquier cambio social y económico, y a esta mitológica “mayoría” se le atribuyen todo tipo de sentimientos negativos o absurdos, desde las alergias hasta los análisis médicos, pasando por la aprobación de la pena de muerte. Y la mayoría profesa la fe ortodoxa, aunque sólo van a la iglesia para que les bendigan las tortas de Pascua.

Obviamente, los sociólogos oficialistas afirman que la gran mayoría de los rusos aprueba la "operación militar especial" en Ucrania, pero la letanía de las encuestas oficiales sobre el pensamiento de la población deja bastante perplejo. Cuanto más se cristalizan las opiniones ampliamente compartidas, más contradicen las que se escucha expresar en la vida cotidiana a familiares y amigos, en las calles y en los hogares, lo que hace sospechar que, más allá de la propaganda de los altos dirigentes y de la represión de los marginales, hay una amplia manipulación de lo que se denomina “la mayoría” del pueblo ruso.

Como explican los autores de Signal, "cuando se habla de la mayoría de los rusos hay que entender la mayoría de los entrevistados en las encuestas, y hay una gran diferencia entre unos y otros". Incluso la mayoría plebiscitaria de la votación en las elecciones presidenciales para la consagración de Vladimir Putin es en realidad bastante dudosa, tanto por el número real de la afluencia como por el número de votos emitidos. Cuando se dice que los rusos están en contra de que los jóvenes consuman bebidas energéticas, sólo se refiere a los usuarios del sitio SuperJob, y los pandulces de Pascua para bendecir en la iglesia no los hacen todos los rusos, sino sobre todo los clientes de la cadena "Cocina local" que se encuentra en muchas ciudades. Los periodistas que comentan las encuestas extrapolan datos y respuestas de forma muy arbitraria, tal como ocurre en cualquier otro país.

Es una regla inflexible de cualquier tipo de propaganda que si no se informa la "opinión de la mayoría", nadie leerá el artículo o el reportaje sobre el tema que se trata. Las encuestas son cada vez menos creíbles a pesar de estar respaldadas por algoritmos y criterios de análisis cada vez más sofisticados: los encuestados no dicen lo que piensan, sino lo que consideran necesario decir públicamente, y esta autocensura suele ser más eficaz que cualquier represión. La “opinión pública” es algo muy diferente a las opiniones de las personas, en un mundo en el que cada afirmación está sometida a una dimensión en la que “público” significa “alienado”, entregado a la posesión de otros ámbitos y de otras estructuras, ya sean de poder y de monopolio, o más en general, de jerarquía de los intereses sociales. Obviamente en tiempos de guerra este mecanismo de desconfianza y distanciamiento se vuelve dominante: sólo se dice lo que hace falta para no quedar involucrado.

Los encuestadores saben bien lo extendida que está la negativa a responder: en promedio, para obtener mil respuestas hay que pasar por la negativa de veinte mil personas. En Rusia participan en encuestas como máximo el 5-6% de las personas, un poco más que los que asisten a las liturgias ortodoxas, y con porcentajes tan bajos es casi inevitable que quienes respondan sean en su mayoría aquellos que se espera que tengan una opinión coherente con los objetivos de la investigación. La gente evita manifestar lo que piensa por miedo a las consecuencias o por total desinterés por la política, y esta es sin duda una tendencia mundial y no sólo rusa: nadie cree en la posibilidad de influir en las situaciones a partir de las opiniones. Los principales centros sociológicos de Rusia operan bajo el estricto control del Kremlin. El más famoso, Levada-Centr, se encuentra incluido en el registro de "agentes extranjeros" desde 2016, y tiene poca libertad de maniobra para confirmar su capacidad de análisis sobre el terreno. En Bielorrusia, el presidente Alexander Lukashenko resolvió el problema de manera radical prohibiendo cualquier tipo de encuesta, incluso en Internet, después de las revueltas de 2020, y en 2021 sólo permitió una gran "encuesta oficial" que declarara que su nivel de consenso en la población era del 66,5%; los independientes y más o menos clandestinos hablaban del 24,1%.

En las investigaciones sociológicas tiene mucho peso la metodología con la que se formulan las preguntas, que a menudo se refieren a las opiniones de otros más que a las de la persona entrevistada, para evitar comprometerla. Si se quiere pedir una opinión sobre la tortura, la pregunta no se hace directamente, sino que se plantea si es aceptable torturar a quienes secuestran niños o cometen atentados graves. Esto deja mucho margen para la manipulación, por eso los sondeos no se utilizan en principio para conocer las opiniones de los entrevistados, sino para informar a estos sobre cuestiones que quizás nunca se habían planteado. Preguntar “¿sabía que el candidato X tiene problemas con la Justicia?” es una forma de reducir las posibilidades de que X sea elegido, por no hablar de los comentarios que resumen los "resultados de la encuesta". Se pide una opinión sobre los desfiles en la Plaza Roja, no sobre la guerra o las sanciones, la inflación o la represión; se empuja a las personas a responder según parámetros ya conocidos a nivel social, y, más que una expresión de pensamiento, la encuesta se convierte en un "entrenamiento ideológico", como la define Signal. Si se le pregunta a un ruso “¿qué piensa la mayoría de los rusos?”, difícilmente dirá algo que lo distinga del pensamiento de la mayoría de los rusos.

Manipular la opinión pública es más fácil de lo que parece: lo saben bien en Rusia y en todo el mundo, independientemente del régimen que esté en el poder o del sistema más o menos autocrático o democrático, como lo demuestra la ola de ciego antisemitismo que crece en todas las latitudes en el contexto del conflicto entre israelíes y palestinos. Las “encuestas confidenciales” sobre la voluntad de los rusos de sacrificarse por la victoria en Ucrania permiten a Putin confirmar triunfalmente que “la mayoría absoluta de los rusos anteponen su pertenencia a la sociedad rusa, al Estado, antes que a su propia ascendencia étnica”, como volvió a explicar en los últimos días para contrarrestar las tendencias autonomistas de los pueblos menores. O afirma que "observo sobre todo un apoyo sin precedentes de nuestro pueblo; la inmensa mayoría de los ciudadanos de nuestro país están movidos ​​por un claro ideal patriótico", como dijo al Consejo restringido del Ministerio de Defensa, una de las frases que repite desde que comenzó la invasión de Ucrania incluso sin necesidad de citar estadísticas y análisis sociológicos.

Ninguna estadística, además, confirma otro estribillo de la propaganda según el cual "la mayoría absoluta de los que han vivido en Ucrania, y más aún de los que han vivido en Rusia, consideran que es el mismo país", apoyándose si acaso en reminiscencias soviéticas de comunalidad ideal, recicladas en la mitología de los acontecimientos actuales. La agencia de noticias Rbk publicó en 2017 el "retrato promedio" de un habitante de Rusia, con el nombre "estadístico" de Elena Smirnova, de 40 años, y el Tinkoff Žurnal retomó recientemente este ejemplo cambiando el modelo del "ciudadano promedio" por el de un varón, Aleksandr Ivanov, de 37-38 años, conductor de profesión y leal al gobierno, con un ingreso medio y algunos ahorros, que "ama su patria y no confía en los estadounidenses", y sólo escucha a cantantes rusos. Estas figuras convencionales, cada vez más parecidas a marionetas creadas por las nuevas aplicaciones de inteligencia artificial, no representan a rusos reales sino que sólo son títeres útiles para la casta en el poder.

Un ejemplo perfecto de "varón ruso promedio", amplificador de eslóganes patrióticos baratos, es el reconfirmado ministro de Cultura, Valerij Fal'kov, de 46 años, ex rector de la Universidad de Tyumen en Siberia, que sustituyó a Vladimir Medinsky en 2020 y ahora es asesor de Putin y autor de los manuales "revisados" de la historia rusa. El "varón siberiano" es el modelo preferido por el Kremlin (también para resumir las distintas etnias reunidas en la rusa), como el alcalde de Moscú Sergej Sobyanin, también importado de Tyumen en 2010, el año del giro autoritario y militar de Putin. Cuando todavía era estudiante en 2003, Fal'kov escribió en su tesis que "la agitatsija [propaganda] es una herramienta ideológica de los regímenes totalitarios, para cultivar los valores que más le convienen y controlar a la sociedad". Y hoy es el ministro de la agitatsija de Estado.

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