24/12/2024, 04.14
VATICANO
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Francisco abriendo el Jubileo: "Hay esperanza también para cada uno de nosotros"

Cruzando la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en silla de ruedas, el pontífice en la noche de Navidad dio inicio al Año Santo 2025. «La esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente: es la promesa del Señor que hay que acoger aquí y ahora. Que se abra un tiempo nuevo para la Tierra desfigurada por la lógica del beneficio, para los países más pobres agobiados por deudas injustas, para los prisioneros de antiguas y nuevas esclavitudes».

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - «Esta es la noche en la que Dios dice a cada uno: hay esperanza también para ti, hay esperanza para cada uno de nosotros, porque Dios perdona todo». Con estas palabras el Papa Francisco acompañó esta noche la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, el gran signo del Año Jubilar 2025 que la Iglesia católica inaugura esta Navidad. Un tiempo extraordinario de gracia y misericordia, que marca el camino de las comunidades católicas de todo el mundo cada 25 años desde 1300, y que verá converger en Roma a millones de peregrinos hasta el 6 de enero de 2026. Un tiempo durante el cual el Papa Francisco nos invita a centrarnos en la virtud quizá más difícil de nuestro tiempo, pidiendo a todos que nos convirtamos en «peregrinos de la esperanza».

Pero esta esperanza no descansa en nuestras propias fuerzas. Brota del acontecimiento que anuncia la noche de Navidad: «Dios ha descendido entre nosotros para resucitarnos y devolvernos al abrazo del Padre». El propio Francisco lo demostró al atravesar la Puerta Santa de San Pedro en silla de ruedas, en una imagen de fragilidad tan poderosa como la de 2015 en Bangui, en la República Centroafricana, cuando inauguró otro Año Santo en una tierra ensangrentada por la guerra durante el Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Además, en una imagen elocuente de la Iglesia sinodal, en este primer acto del Jubileo 2025 el pontífice eligió para atravesar la Puerta Santa inmediatamente después de él, ante la larga procesión de cardenales y obispos, a 54 representantes del pueblo de Dios de todos los continentes, con sus trajes tradicionales: entre ellos también una familia china y otra iraní, mientras que una de las oraciones de los fieles -posteriormente durante la celebración- se leyó en vietnamita.

Un mundo unido en torno al Dios que se hizo Niño, que sin embargo no oculta los dramas de las guerras actuales. Incluso en la noche del Jubileo, el Papa Francisco quiso mencionar el horror de «los niños ametrallados y las bombas sobre escuelas y hospitales». En la basílica de San Pedro se rezó en árabe el «misterio del Amor» para que «ofrezca su paz al mundo entero, convierta a los obreros de la iniquidad, consuele el sufrimiento de los débiles».

Francisco explicó en su homilía: «La esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente: es la promesa del Señor que hay que acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y gime». «La esperanza -añadió- nos pide no demorarnos, no arrastrarnos en las costumbres, no demorarnos en la mediocridad y en la pereza. La esperanza que nace en esta noche no tolera la indolencia de los sedentarios y la pereza de los que se han instalado en sus propias comodidades; la esperanza no admite la falsa prudencia de los que no dan el paso por miedo a comprometerse y el cálculo de los que sólo piensan en sí mismos; es incompatible con la vida tranquila de los que no levantan la voz contra el mal y contra las injusticias consumidas en la piel de los más pobres. Por el contrario, la esperanza cristiana, a la vez que nos invita a la espera paciente de que el Reino germine y crezca, nos exige la audacia de anticipar hoy esta promesa, mediante nuestra responsabilidad y también mediante nuestra compasión».

La invitación del Jubileo a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor no es sólo una llamada a la renovación espiritual. «Nos compromete a la transformación del mundo -dijo el Pontífice-, para que éste sea verdaderamente un tiempo jubilar: que lo sea para nuestra Madre Tierra, desfigurada por la lógica del beneficio; que lo sea para los países más pobres, agobiados por deudas injustas; que lo sea para todos aquellos que son prisioneros de viejas y nuevas esclavitudes».

De ahí la invitación dirigida a cada uno «a llevar la esperanza allí donde se ha perdido: allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien ya no puede soportarlo, en la amarga soledad de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que ahueca el alma; en las largas y vacías jornadas de los prisioneros, en las estrechas y frías habitaciones de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia». El Jubileo se abre «para que se dé a todos la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón».

«Hermana, hermano -concluyó Francisco-, en esta noche es para ti que se abre la 'puerta santa' del corazón de Dios. Jesús, Dios-con-nosotros, nace para ti, para nosotros, para cada hombre y cada mujer. Y con Él florece la alegría, con Él cambia la vida, con Él la esperanza no defrauda».

 

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