18/05/2024, 16.25
MUNDO RUSO
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El plan de Putin: reescribir la historia

de Stefano Caprio

El primer decreto, aprobado apenas concluyó la ceremonia de inicio del quinto mandato, se refiere a los "Fundamentos de la política estatal en el ámbito de la educación histórica". El afán por reescribir la historia es el sentimiento que más agita la conciencia de Putin y de toda la generación que ha quedado resentida por la caída de la Unión Soviética. Y esta visión global y escatológica es la que Putin intenta encarnar hoy, incluso junto a Xi Jinping en la Plaza de Tiananmen.

 

Muchos comentarios se han dedicado en los últimos días a los cambios en el equipo de gobierno de Moscú que ha decidido el recién reelegido presidente Vladimir Putin, en primer lugar la sustitución del ministro de Defensa Sergej Shojgu por el economista Andrej Belousov, lo que presagia escenarios cada vez más apocalípticos de conflicto mundial. En realidad el gobierno de Mikhail Mishustin se ha mantenido más o menos inalterado - con la inclusión de parientes y amigos del presidente para tener aún más garantías de lealtad - pero no parece que haya una gran revolución en el horizonte: la marionetas y los "dobles" de Putin pasan de un sillón a otro por una cuestión de imagen, como la limpieza que se está llevando a cabo en el ministerio de Defensa para celebrar el "fin de la corrupción", mientras que los Shojgu, Patrushev, Medvedev y tantos otros siguen actuando como decorado o aduladores del "Putin colectivo", independientemente del cargo que ocupen en ese momento.

Lo que verdaderamente indica el significado del "quinto mandato" de Putin, más allá de todas las promesas grandilocuentes sobre la guerra y la economía, es el primer decreto que aprobó apenas terminó la ceremonia de coronación, titulado "Fundamentos de la política estatal en el ámbito de la educación histórica" que, para referirse a "educación", utiliza el término prosveščenie, la "iluminación" del pueblo que lleva a cabo el Estado para difundir e implantar definitivamente en las mentes y en las almas "los conocimientos históricos que corresponden a la verdad y científicamente demostrados". El afán por reescribir la historia es el sentimiento que más agita la conciencia de Putin, del Patriarca Kirill y de toda la generación que ha quedado resentida por la caída de la Unión Soviética, que se suponía que era la "sociedad perfecta" que ponía fin a la historia y, en cambio, hizo caer estrepitosamente a Rusia hasta el año cero. Iluminar la historia, entonces, significa hacerla comenzar de nuevo desde el principio, reasumiendo todo lo que se ha perdido en una nueva-antigua identidad colectiva que dé sentido a la existencia misma de Rusia en el mundo.

Los historiadores saben bien que los hechos del pasado solo se pueden "demostrar científicamente" hasta cierto punto, más allá de los documentos, testimonios y restos arqueológicos, porque en la Historia siempre tiene mucho peso la interpretación de esos hechos. Generalmente la Historia la escriben los ganadores y se reescribe según los cambios en las posiciones dominantes. Cuanto más se pretende imponer una visión definitiva e "iluminada", más evidente resulta la distorsión ideológica de quien detenta el poder. El ejemplo más claro, al que evidentemente intenta hacer referencia hoy la Rusia de Putin, es la Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS, que Stalin hizo escribir en 1938 a una comisión nombrada por el Comité Central y presidida por él mismo, y que Mao Tse-Tung también impuso como lectura obligatoria para los comunistas chinos. El dictador georgiano se proponía demostrar que el comunismo ruso era exactamente la realización de todas las aspiraciones de los pueblos desde los orígenes de la historia, y las propias ciencias se pusieron al servicio de esta definición: la geografía y la química, la física y la literatura estaban igualmente al servicio de esa visión global y escatológica que Putin intenta encarnar hoy junto a Xi Jinping en la plaza de Tiananmen, en su primera visita "histórica" ​​del nuevo mandato.

El decreto de Putin afirma que Rusia es un "país-civilización", strana-tsivilizatsija, es decir, ya no el sistema "científico" del marxismo-leninismo-estalinismo, sino el corifeo de los "valores morales y espirituales tradicionales", el estribillo de los últimos años que acompaña y justifica todas las guerras en todas las latitudes. De hecho, el mayor pecado del "Occidente colectivo" no es ni siquiera la negación de los principios de familia y de género, la "propaganda LGBT" o la democracia confiada a los "poderes fuertes", sino la "negación de los hechos históricos", es decir el hecho de que no se reconozca que Rusia ha salvado al mundo. El escenario evocado es siempre la Gran Victoria sobre el nazismo, que hoy se pretende replicar en Ucrania y que los aliados anglosaksy de la Segunda Guerra Mundial pretenden atribuirse, en vez de glorificar el sacrificio escatológico de los ejércitos de Stalin. Detrás de estos acontecimientos del siglo pasado se "iluminan" todos los grandes momentos cruciales del pasado: de Europa defendida por los eslavos contra los tártaros, de Asia conquistada por los cosacos contra los pueblos mongoles, de Oriente Medio protegido por los zares contra los turcos, del África colonizada y la América Latina revolucionaria, hasta los imperios de Roma y Bizancio, cuya gloria se derrama sobre la Tercera Roma moscovita.

No se trata sólo de la megalomanía de un déspota que quiere inscribir su nombre en los anales, aunque Putin hace todo lo posible para centrar en sí mismo la comparación con los grandes zares y emperadores, lo que resulta, además, una copia sumamente grotesca de personajes ya bastante monstruosos del pasado. Es la señal de un cambio en la concepción del Estado en el mundo global contemporáneo, que ya no se afirma por el libre consenso de los pueblos individuales ni está representada por sus instituciones, sino que busca redefinirse según una dimensión espacio-temporal diferente. Hoy las distancias se anulan y las memorias se difuminan, faltan puntos de referencia reales y no virtuales, y no es casualidad que las disposiciones de Putin no se apliquen sólo a libros y manuales, películas y documentales, sino que también imponen la adecuación de los videojuegos y las aplicaciones digitales a la "visión auténtica" del mundo y de la Historia.

El decreto crea comisiones para "controlar los contenidos de la literatura histórica", no sólo para evitar falsedades sobre el papel histórico de Rusia, sino también para erradicar cualquier otro tipo de contenido "herético" no deseado por la ideología oficial, tal como en los tiempos de Stalin. El decreto de Putin sobre la Historia se sitúa en cierta forma por encima de la propia Constitución, ya reformada en 2020 en un sentido extremadamente "soberanista", considerando que declara que los "Fundamentos" son "los valores en los que se inspiran todos los principios y normas del Derecho internacional y los acuerdos a todos los niveles aceptados por la Federación Rusa", a pesar de las numerosas contradicciones que introducen precisamente a nivel jurídico.

El artículo 13 de la Constitución rusa afirma, al menos en los papeles, el principio de la "multiplicidad ideológica", que se introdujo en la primera versión de Yeltsin para liberarse del legado totalitario, prohibiendo que se establezca una "ideología de Estado". Evidentemente el detalle ha escapado a las últimas enmiendas de Putin, ya que los "fundamentos de la política estatal" restablecen los dictados de una idea única a la que hay que someterse, "iluminando" la Historia para oscurecer cualquier versión divergente. De hecho, el presidente del Comité Central de Investigación de Rusia, Aleksandr Bastrykin, ya había sugerido hace tiempo que se eliminara el indigesto artículo de Yeltsin, pero en el Kremlin pensaron que era suficiente pisotearlo sin remordimientos y aprobar los decretos presidenciales sin discusiones innecesarias.

La definición oficial de la Historia, tal como dice el decreto, tiene por objeto "formar una comprensión científica del pasado y el presente de Rusia", donde "científica" significa propiamente "ideológica", no sólo en las valoraciones de los acontecimientos o de los protagonistas de la historia, sino también con respecto a su misma metodología. Se trata de "comprender la historia de Rusia en el desarrollo de su camino autónomo de civilización", excluyendo cualquier tipo de influencia externa, lo que en realidad es impensable para cualquier país del mundo; todos somos "contaminados" por nuestros vecinos, excepto Rusia, que durante siglos intentó por todos los medios imitar a Europa y a Occidente, para luego rechazar tales influencias a principios de cada siglo, como afirmaba en los primeros años del siglo XVIII el más occidental de los zares, Pedro el Grande: “Tomaremos de Europa todo lo que necesitemos, y después les mostraremos la espalda”. Cualquiera que hoy en Rusia se atreva tan sólo a pensar con criterios "occidentales" queda inmediatamente incluido en la lista de "agentes extranjeros".

Putin proclama la "iluminación histórica" ​​para contrarrestar la "guerra de la información", el verdadero frente donde se deben desplegar todas las tropas, mucho más que los kilómetros de territorio a conquistar en el Donbass; porque de esas armas podría derivar la "destrucción de la integridad de la sociedad y del Estado ruso", como se afirma en el punto 6 del decreto. En el punto 5 se especifica, en cambio, que "Rusia es un gran país con una historia milenaria, que ha reunido todas las ramas del pueblo ruso y muchos otros pueblos de las grandes extensiones de Eurasia, en una única comunión histórico-cultural". Después de los tártaros, los bashkires y los chuvashes, ahora ha llegado el turno no sólo de los ucranianos, kazajos y moldavos, sino de todos los pueblos del mundo que buscan su "iluminación". 

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