19/10/2024, 15.41
MUNDO RUSO
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El papel de Rusia en la policrisis del mundo contemporáneo

de Stefano Caprio

En 1846 Nicolás I viajó en forma privada a Roma para ver al Papa Gregorio XVI y rogarle que no cediera a las tentaciones liberales y republicanas que también se estaban afirmando en la Ciudad Santa. Y la decisión de "defender los valores" de la Europa cristiana lo llevó a la guerra de Crimea. Por el contrario, con la misión de "diplomacia humanitaria" del Card. Zuppi, hoy el Papa Francisco considera la crisis mundial a la luz del Evangelio.

En algunas circunstancias del pasado reciente los políticos y estudiosos han utilizado un término que surge cada vez más a menudo en el debate contemporáneo: "policrisis", que indica la multiplicidad de crisis provocadas por guerras, cambios climáticos, pandemias, amenazas nucleares, flujos migratorios y otras muchas cosas, en una declinación interconectada y global. En 2022, el Financial Times otorgó a "policrisis" el título de "palabra del año", resumiendo la interpretación de diversos especialistas en el sentido de "compleja relación recíproca de los problemas mundiales, de los antagonismos y de las crisis".

Adam Tooze, historiador de la Universidad de Columbia, definió la policrisis de manera aún más amplia durante la pandemia de Covid-19, como una "sensación colectiva de desorientación" que deriva de la toma de conciencia de que los fenómenos globales impactan en forma directa e inmediata en la vida personal de cada uno. Las crisis y los conflictos locales o regionales se repiten desde siempre en gran número y nunca han desaparecido, incluso cuando parecía que vivíamos en un mundo estable y pacífico, pero la globalización de las últimas décadas los ha interconectado y entrelazado hasta el punto de aumentar cada vez más el impacto conjunto.

Uno de los primeros que utilizó la palabra policrisis fue el ex presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, quien en 2016 consideraba que Europa estaba desestabilizada por la crisis migratoria que había provocado la guerra civil en Siria, sumado al colapso económico de Grecia, la anexión de Crimea por parte de Rusia y el Brexit. La sensación de crisis global se derivó en gran medida del colapso de los mercados bursátiles estadounidenses en 2008-2009, que difundió la ansiedad provocada por una globalización defectuosa y contradictoria, muy diferente del mundo ideal del "fin de la historia" que se creía haber alcanzado.

En esas circunstancias entró en juego Rusia, que parecía haber quedado reducida a un papel marginal en el equilibrio mundial, invadiendo Georgia precisamente en 2008. Esta también parecía ser una operación periférica de poca importancia a nivel continental, mientras que hoy Europa se encuentra acosada sobre todo por los conflictos de Rusia en Ucrania y en el Cáucaso, y por las tensiones considerables en los países bálticos y Moldavia. Las ya inminentes elecciones en Tiflis y Chisináu, la imposibilidad de resolver definitivamente el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, las amenazas nucleares del Kremlin y su súbdito bielorruso Alexander Lukashenko, esto y muchas otras cosas convierten a Rusia en el principal foco del desconcierto provocada por la policrisis. La política agresiva de Putin incide en todos los factores: económicos, sociales, ecológicos, políticos y culturales, que hacen cada vez más difícil comprender el futuro de los pueblos, las instituciones y las personas en Europa, en Asia y en el mundo entero.

La invasión de Ucrania ha vuelto a militarizar la economía de muchos países occidentales, así como los de la antigua zona soviética. El gasto militar de los países europeos ha aumentado un 62% respecto a 2014, como refiere la columna Signal de Meduza, pasando de 330 a 552 mil millones de euros. Antes de la guerra de Putin uno de los factores de mayor tensión provenía de las advertencias del entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a los europeos por su escasa contribución a los gastos de la OTAN, amenazando con recortar las subvenciones estadounidenses; y Trump podría regresar dentro de poco a la Casa Blanca, en un escenario en el que la OTAN es cada vez más decisiva para el futuro de todo Occidente. Además de las problemáticas relacionadas con los armamentos, la anexión rusa de Crimea y el comienzo de la guerra híbrida en Ucrania en 2014 han anulado de hecho la confianza en la eficacia de las normas del derecho internacional y de las instituciones delegadas para hacerlas cumplir, como la ONU, cuya credibilidad se encuentra hoy en el punto más bajo desde su fundación, entre otras cosas por las cuestiones relacionadas con la otra guerra entre Israel y Gaza.

El bloqueo ruso del Mar Negro en 2022 provocó picos de carestía y hambre en el Sur global, ya que Ucrania es uno de los principales productores mundiales de cereales y cubre alrededor del 10% del mercado. La guerra en Ucrania ha provocado la mayor crisis migratoria interna en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, con cientos de miles de ucranianos que huyen de la guerra, pero también oleadas de rusos que no quieren participar. De hecho, hay 6,5 millones de ucranianos y más de un millón de rusos que se encuentran fuera de su patria.

La agresión rusa a Ucrania también influye en la crisis climática; la destrucción de la central hidroeléctrica de Kakhovsk en el verano de 2023 destruyó todo el ecosistema de la región, hasta el punto de que para describirla muchos han utilizado el término "ecocidio" que se inventó en los años '70 para describir la devastación de los bosques tropicales de Vietnam que llevó a cabo el ejército de Estados Unidos. A causa de la guerra sufren las personas y las ciudades, las cuencas hidrográficas y los campos de cultivo, los animales y las plantas. Además, Rusia es un anti-líder en el ranking de cuidado del medio ambiente incluso fuera de las acciones bélicas: ocupa el tercer lugar de no reciclaje de plástico, el cuarto por las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, el tercero por los volúmenes de producción de petróleo. La falta de contribución de Rusia, que incluso expulsó a Greenpeace y proscribió a casi todas las asociaciones ecologistas, hace sumamente difícil afrontar los problemas de la crisis climática que dentro de pocos días se discutirán en la Cop 29 de Bakú, con la esperanza de que la amistad con los azerbaiyanos provoque algún remordimiento de conciencia en los rusos.

Daría la impresión de que la policrisis no es sólo una fase transitoria vinculada a las guerras, y que cuando los conflictos se resuelvan (un desenlace que está lejos de concretarse) podremos volver finalmente a la normalidad. Para muchos observadores, por el contrario, estamos sólo al comienzo de una crisis cada vez más compleja y generalizada, que a finales de los años 20 mostrará un panorama extremadamente peligroso e inextricable. Algunos consideran que la policrisis no es un fenómeno casual, sino el resultado de la estrategia de algunos centros de poder mundiales, pero es sabido que las teorías abstractas y conspirativas sirven más bien a los culpables para eludir sus responsabilidades, una operación propagandística en la que los rusos son maestros.

Muchos culpan al turbo-capitalismo globalizador, al que describen como una serpiente que se muerde la cola, que en vez de prosperidad universal tiene el efecto de una destrucción progresiva a nivel planetario. Se estaría yendo hacia la cancelación de lo humano y su sustitución por la realidad virtual poshumana, que todavía está por definirse. La insistencia de los rusos en los "valores morales tradicionales" es el espejo de los "valores digitales artificiales", y pone en evidencia la inconsistencia de unos y otros en una visión "policrítica" del mundo. Cuando se empezó a describir la difícil situación de las relaciones globales, hace medio siglo, la población de la Tierra era menos de la mitad de la actual, y las nuevas generaciones tendrán que cargar con el peso de una masa de personas cada vez más incapaces de afrontar el futuro, además de la desertificación de muchos territorios y el hundimiento de otros.

Algunos historiadores refieren la primera sensación de policrisis a la "revolución burguesa" de mediados del siglo XIX, cuando se extendió el terror ante los cambios políticos y sociales que trastornarían al mundo, todavía estructurado sobre la base de grandes imperios y poderes absolutos. El emperador de Rusia, Nicolás I, estaba tan asustado que se puso a defender todas las autocracias europeas, incluidas aquellas con las que estaba en conflicto como la de los otomanos, hasta el punto de que se lo empezó a llamar "el gendarme de Europa". En mayo de 1846, aprovechando la estancia curativa de su esposa en Sicilia, viajó en forma privada a Roma para ver al Papa Gregorio XVI y rogarle que no cediera a las tentaciones liberales y republicanas que también se estaban apoderando de la Ciudad Santa. Rusia intentó entonces afirmar esta voluntad de "defender los valores" de la Europa cristiana con la guerra de Crimea de 1853-1856, que provocó su aislamiento y el resentimiento con los imperios occidentales que no quisieron unirse a ella en la conquista de Turquía y de Oriente Medio hasta Tierra Santa, anticipando lo que hoy se repite en los mismos territorios, entre Crimea y el Mar Negro, y con las mismas motivaciones.

Si en aquel momento el zar acudió al Papa, hoy el Papa Francisco se dirige al zar Putin con la misión de "diplomacia humanitaria" del cardenal Matteo Maria Zuppi, que hace pocos días se reunió en Moscú con el ministro ruso de Relaciones Exteriores Sergei Lavrov. La Santa Sede no aspira a convertirse en el "primer mediador" en las negociaciones militares y políticas mundiales, y tampoco se trata sólo de socorrer a los niños deportados o a los prisioneros torturados. La Iglesia ve la crisis del mundo a la luz del Evangelio, que prepara para afrontar las “guerras y devastaciones” exhortando a no perder la fe en la salvación del mundo por medio de la participación en el sacrificio de Cristo. Construir la paz y ayudar a los desamparados son signos de preocupación por toda la humanidad, que siempre tiene necesidad de construir un mundo nuevo.

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