El padre Hani y la 'Casa de Mariam': una caridad abierta 'a todos' contra la cárcel de la pobreza
Para el sacerdote maronita, Navidad en el Líbano significa cocinar y ofrecer comidas gratuitas. Un comedor abierto a cristianos y musulmanes, libaneses y extranjeros sin pedir documentos. Una respuesta a la necesidad que se fue haciendo cada vez mayor en la zona del puerto y que también ayuda a los ancianos del barrio cristiano de Achrafieh. Casi el 20% de la población libanesa vive por debajo del umbral de pobreza.
Beirut (AsiaNews)- Con tono bondadoso pero firme el p. Hani Taouk, de unos 50 años, alza la voz: “Esta es mi cocina, nadie tiene derecho a pedirle documentos a los demás. Aquí todos son bienvenidos: libaneses, sirios, palestinos, blancos, negros, musulmanes, cristianos... ¡todos!".
Fundador y director de un comedor benéfico que ofrece comidas gratuitas -al que ha llamado "La cocina de Mariam" y comenzó en una zona semi industrial anexa al puerto de Beirut-, el sacerdote maronita reacciona en el mismo tono a las palabras de una mujer que vino para recibir una comida caliente. Se produjo una discusión porque esa misma mujer le había dicho a un hombre que estaba almorzando con sus hijas: "¡Los libaneses primero!", y después agregó que no tenía ningún derecho "a sacarle lo que era suyo". Por último, también reclamó el derecho a verificar los documentos de identidad (libaneses) que el hombre acababa de sacar de su bolsillo.
Fue el único incidente que presenciamos durante todo el almuerzo, pero es bastante sintomático de la sutil tensión que existe en este momento entre libaneses y sirios desplazados en el País de los Cedros, cuya presencia se percibe cada vez más como una amenaza. Sobre todo en los ámbitos laboral y educativo, con cifras que resultan emblemáticas: alrededor de dos millones de sirios frente a un total de 4,5 millones de libaneses.
Según algunas estimaciones, aunque los datos son a menudo contradictorios, entre el 30 y el 75% de los libaneses viven por debajo del umbral de pobreza, una cárcel sin rejas. Lo único seguro es que al menos el 20% de ellos pertenecen a la categoría de "muy pobres", con menos de 1,5 dólares al día.
Sentados aquí y allá en el gran comedor, cerca de treinta huéspedes hambrientos esperan con impaciencia su comida, que consumen en religioso silencio y en un ambiente de preocupación creciente, sobre todo en estos días previos a la Navidad con enfrentamientos en la frontera sur con Israel y la guerra en Gaza. Hay una decena de ancianos de rostro demacrado e hirsuto, algunos jornaleros y estibadores, trabajadores inmigrantes asiáticos de la empresa pública de limpieza viaria, madres sirias con sus hijos, gente que proviene de la región de Medawar y un par de personas que piden limosna con un sombrero. También vemos a algunas mujeres que han venido con ollas y recipientes para llevar comida a casa. Beatrice (*), una voluntaria que maneja un taxi, llevará la comida a las personas que están en cama o que, por diversos motivos, no pueden venir personalmente.
La “Cocina de Mariam” se inauguró unos años antes de la dramática explosión en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020 y hoy ofrece hasta 1.200 comidas calientes por día. "Las necesidades aumentan a medida que cierran por falta de dinero los comedores como el mío, que surgieron en gran número después de la explosión en el puerto", explica el p. Taouk. Este gigantesco esfuerzo de ayuda se lleva a cabo gracias a donaciones provenientes del Líbano, en particular de los importadores de alimentos, y de Europa (sobre todo Francia y Austria).
Casado y con cuatro hijos, el P. Hani Taouk goza de la confianza de todos. La “Casa de Mariam” también consigue compensar la falta de recursos de una administración penitenciaria escasa de dinero atendiendo a todas las estaciones de policía de Beirut y de la periferia cristiana. “A los policías les pagan con papel usado”, dice el sacerdote, refiriéndose a una devaluación de hasta el 95% de la moneda nacional. “Sus raciones - añade - apenas son suficientes”. Cada mañana, el comedor recibe una llamada telefónica en la que se especifica el número de personas detenidas a las que se proporciona una comida caliente.
La cocina y la zona de ingreso están a punto de trasladarse a un local contiguo a las dos grandes salas actuales, un espacio construido según los estándares europeos y financiado por el gigante naviero Cma-Cgm. Atienden el comedor 13 empleados remunerados, dos de los cuales son mujeres que cortan pan para preparar sándwiches. Una de ellas dice: "Son para los niños que van a las escuelas públicas, para que coman algo en el recreo". Uno de los muchos pedidos y necesidades a los que responde el sacerdote maronita es proporcionar una pastilla antipirética, por ejemplo, a los pacientes que sufren ataques de migraña. "Ya he distribuido - cuenta a AsiaNews - 1,5 toneladas de este medicamento", y me muestra una caja de cartón casi del tamaño de un frigorífico. Después atiende a un libanés que ha venido a consultarle un asunto personal.
Los últimos de la sociedad
A los marginados, los excluidos de los restaurantes abarrotados y engalanados para recibir a los pudientes en las fiestas navideñas, los visitamos por la tarde acompañando a un grupo de cristianos que dirige un ingeniero viudo, Elie M., benefactor miembro la Legión de María. Viven en habitaciones antihigiénicas, en espacios minúsculos, en locales reformados o en pequeños apartamentos sin ventilación que apestan a orina, comida quemada, aire viciado y algún tipo de desinfectante, con las infaltables imágenes de la Virgen María y el pesebre, de rigor en esta época de el año. En tres horas visitamos a siete de estas personas marginadas -algunas con amenaza de desalojo- a las que ningún asistente social visita y tampoco pueden permitirse un asilo; hombres y mujeres que a menudo están solos, que sólo esperan pasar de este mundo al cementerio, privados de toda esperanza.
Un versículo del Evangelio, una rápida exhortación, la entrega de un sobre con 50 dólares en moneda libanesa y un villancico a modo de despedida es la rutina de estas visitas, que todas las personas que encontramos en el barrio cristiano de Achrafieh quisieran que duraran un poco más. La historia más conmovedora es la de Loulou, una mujer ciega que irradia serenidad y recibió un trasplante de córnea donado por una mujer cuyo hijo murió en un accidente. “Así podré ver la foto de la persona por la que estoy rezando”. Sin embargo, cuando rechazó el trasplante, la donante le regaló… uno de sus dos ojos. No hay duda de que al final de su peregrinación, estas dos amigas podrán ver la luz de Cristo incluso con los ojos cerrados.
*Los nombres, con excepción del sacerdote maronita, se han cambiado para proteger la identidad de las personas citadas.
17/12/2016 13:14