El lavacro ruso del gélido Apocalipsis
En la fiesta del Bautismo de Jesús - que se acaba de celebrar en el calendario ortodoxo - sumergirse en el agua del kupel, una abertura en forma de cruz en la costra de hielo de los lagos, es un rito casi exclusivo de los rusos: si sobrevives a la triple inmersión en el agua helada de la muerte, entonces realmente puedes esperar una nueva vida.
Con la fiesta del Bautismo del Señor, que según el calendario ortodoxo se celebra el 19 de enero, Rusia concluyó también el itinerario litúrgico de la Navidad y ahora se prepara para afrontar la época más cruda del invierno. Las Kreščenskye Morozi, las "heladas del Bautismo", son la puerta que se abre a lo desconocido, ya que el frío puede llegar a ser tan intenso que impida la llegada de la primavera y el renacimiento de la vida. De hecho, en muchas regiones de Rusia y Asia Central, estos días están marcando temperaturas negativas récord, con medias de 20 grados bajo cero y picos por debajo de los 40, lo que crea enormes problemas de abastecimiento y eficiencia energética para grandes masas de personas.
Las condiciones atmosféricas, incluso con todos los imprevistos del cambio climático, mantienen altas las motivaciones que hacen del Bautismo la fiesta prácticamente más grande de la devoción ortodoxa rusa, superior incluso a los ritos pascuales. Bañarse en agua helada en el kupel (pila bautismal), la abertura en forma de cruz que se cava en el hielo de los lagos, es un ritual casi exclusivo de los rusos, que sin duda evoca muchas tradiciones paganas y apotropaicas, pero conservando su dimensión de "espiritualidad apocalíptica": si sobrevives a la triple inmersión en el agua helada de la muerte, entonces realmente puedes esperar una nueva vida.
Si en la Pascua rusa pocos asisten a las largas liturgias, pero muchos hacen cola alrededor de las iglesias para bendecir huevos y golosinas, en el Bautismo ruso el destino de la peregrinación ni siquiera es el templo, sino el kupel en el bosque. Según datos del Ministerio del Interior, este año se organizaron casi diez mil “celebraciones bautismales” al aire libre, donde se sumergieron un millón y medio de personas. El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, tranquilizó a la población asegurando que el presidente Putin se había sumergido "en la provincia de Moscú, según su costumbre", aunque seguía habiendo cierta perplejidad por la falta de videos y fotos del mandatario dentro del agua helada, evidencia que en años pasados atestiguaba la integridad física y moral del zar. El pérfido Zelenskyj aprovechó para burlarse de su rival ruso, cuando habló en la cumbre política y financiera de Davos, para decir que “ni siquiera estoy seguro de que Putin esté vivo”.
En efecto, ya en otras oportunidades el baño de Putin había planteado algunas incógnitas, porque a veces los movimientos de la cabeza no parecían ser suyos, y sobre todo por las incertidumbres con respecto a la señal de la cruz, que una vez incluso hizo a la manera latina. Por otra parte, las suposiciones sobre los numerosos dobles del presidente se multiplicaron durante los años del Covid, cuando las pocas salidas de Putin del búnker a las afueras de Moscú sugerían el uso de "avatares" para evitar el riesgo de contagio. Ahora el Bautismo inaugura la temporada del posible "fin del régimen", debido a los grandes riesgos de las operaciones militares y de los no tan subterráneos enfrentamientos políticos en torno al Kremlin. La liturgia navideña también ha mostrado la soledad del líder, con chaleco antibalas y mirada fúnebre en la capilla de la Anunciación del Kremlin, sugiriendo que a estas alturas “Putin solo puede hablar con Dios”, según la expresión de Leonid Gozman en Novaya Gazeta.
Las apariciones públicas del dirigente, más allá de los posibles dobles, se han ido haciendo cada vez más grotescas, con ruedas de prensa (cada vez más escasas) en las que los periodistas están ubicados "a tres paradas de tranvía", según una expresión popular, mesas de un kilómetro de largo y saludos de Año Nuevo contra un fondo de soldados inmóviles (probablemente un montaje). Hace ya unos años el escritor satírico Vladimir Vojnovič, fallecido en 2018, suponía que "Putin ya fue llevado al cielo, y desde allí se comunica con el pueblo que le ha sido confiado". Otros lo consideran la encarnación de las novelas de Gabriel García Márquez, como "El otoño del patriarca" o "Cien años de soledad". Su reclusión en el "búnker" ha pasado a ser una referencia habitual durante la pandemia, y la guerra en curso ha reforzado aún más esa similitud con la última etapa de Hitler o, más aún, con la voluble conducta de Stalin durante la invasión nazi.
Las muchas suposiciones sobre su mala salud, o muerte con posterior resurrección, o posible degradación psíquica, ciertamente no ayudan a comprender qué futuro le espera a Rusia, más allá de la sensación de desastre. El fin de las heladas ya se plantea como una nueva y grandiosa movilización bélica de la población, aunque extendiendo el servicio militar obligatorio a por lo menos la mitad de los adultos varones que todavía no han huido del país. El terror de Putin se transmite a todos los rusos, al punto de crear una conciencia del fin inminente, reiterando en discursos y exhortaciones que el verdadero propósito de la vida es “morir por la Patria”. Un mensaje apocalíptico que se confirma, por otra parte, en las homilías de los jerarcas ortodoxos.
El patriarca Kirill reiteró esta perspectiva "final" durante la celebración del Bautismo del Señor en la liturgia que presidió, no en la gran Catedral del Salvador sino en la iglesia más pequeña de la Epifanía, en Elokhovo, un barrio menos céntrico de Moscú, que sirvió como sede patriarcal en la época soviética. Proclamó que "el Señor vino al mundo para renovar la conciencia de los hombres, ayudándoles a formar un nuevo sistema de valores, morales y espirituales, gracias al cual la humanidad ha alcanzado grandes metas". Este camino no ha sido "sencillo", sino lleno de obstáculos, pero "hoy, aquí, en la Moscú del siglo XXI, nosotros sentimos el poder de la gracia divina". Sin la energía divina “la humanidad ya no existiría hace mucho tiempo”, advirtió el patriarca, “y hoy sabemos que hay nuevas amenazas para el mundo y para nuestro país que ponen en peligro a toda la humanidad”.
El principal referente de los ortodoxos rusos afirmó que "algunos hombres insensatos han pensado que el gran poder de Rusia, que posee armas extraordinarias, habitada por hombres fuertes, motivados para alcanzar la victoria de generación en generación y que nunca se han rendido ante ningún enemigo sino que siempre han salido victoriosos, han pensado que es posible derrotar a este pueblo o, como afirman algunos, que puede ser reformateado”, en el sentido de imponerle valores ajenos que “ni siquiera pueden llamarse valores”, para que sean como todos los demás y se sometan a los que creen que controlan el mundo entero. Por eso, hoy “debemos pedirle al Señor que ilumine a estos insensatos, porque cualquier intención de aniquilar a Rusia significa el fin del mundo”.
Por lo tanto, hace falta una nueva conciencia, exhorta Kirill, de una "dependencia recíproca" que tenga en cuenta la fragilidad del mundo en que vivimos, y que una a todos en el reconocimiento de los "valores auténticos", aquellos que están representados por la fe ortodoxa. Para concluir, el patriarca dice estar seguro de que “el Señor no abandonará a la tierra rusa, estará al lado de sus dirigentes y de nuestro presidente ortodoxo, de nuestro ejército”. Si bien es necesario "resolver definitivamente las diferencias y los conflictos", al final todos podrán reconciliarse y tranquilizarse, y "el mundo será mejor".
Incluso los estribillos de la propaganda incesante -en los medios del Estado y en todas las estructuras sociales rusas, empezando por la escuela- se ajustan cada vez más a los tonos apocalípticos del presidente y el patriarca, y de todos los demás líderes del Estado y de la Iglesia. El tiempo de Navidad ha marcado una fractura de la conciencia, exaltada precisamente por la fiesta conclusiva del Bautismo y por la incógnita sobre la inminente "ofensiva final" de primavera. La retirada de Kherson y la región de Kharkiv en noviembre llevó a imaginar ya no realmente la conquista de Ucrania y su "purificación", sino una transformación de la guerra en el nacimiento de una "nueva civilización", en la que a Rusia se unen Indochina, África y América Latina. Un "no-Occidente", el nie-Zapad que se repite constantemente en cada oportunidad. No una contraposición geográfica, sino espiritual y global. Rusia es el verdadero Oriente y el verdadero Occidente al mismo tiempo. Y esta nueva civilización se crea destruyendo los falsos valores, incluso a costa de su propia desaparición.
Muchos analistas tratan de comprender si la ofensiva de primavera bajará desde el norte hacia Bielorrusia, para aislar a Ucrania de Polonia, o se dirigirá hacia Kiev para retomar el objetivo inicial de establecer un nuevo gobierno leal a Moscú, y si será posible contener estas amenazas con nuevas armas y nuevas estrategias. Habría que recordar la táctica con la que los rusos derrotaron a Napoleón, que había invadido el imperio con casi un millón de soldados y llegó hasta Moscú, para presenciar desde las murallas del Kremlin el incendio de la capital. La decisión fue autodestruirse para derrotar al enemigo.
El más profético de los filósofos rusos, Vladimir Soloviev, después de proponer en vano una gran unión de los pueblos y las religiones, previó un epílogo de la historia que él describe en la "Leyenda del Anticristo", en el que sólo poquísimos creyentes se niegan a someterse al emperador, en el concilio final de Jerusalén. La apoteosis del poder abre de par en par las puertas del Seol, el infierno bíblico, y los pocos sobrevivientes se retiran al monte Sión, guiados por la aparición de la "Mujer vestida de sol", para iniciar una nueva era cristiana, sin pretensiones de globalización o de civilización imperial. El filósofo murió en 1900, y desde entonces ya estamos en la tercera guerra mundial, esperando que llegue la paz verdadera.
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