26/09/2024, 11.14
RUSIA
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El futuro de los tártaros en Rusia

de Vladimir Rozanskij

Mientras aumentan las presiones desde Moscú por la única «lengua oficial y patriótica», la lengua rusa, los intelectuales tártaros debaten sobre las perspectivas étnicas de su propio pueblo y de otros «pueblos menores» dentro de la Federación.

Moscú (AsiaNews) - En el debate sobre las perspectivas de los pueblos menores de Rusia, un destacado académico tártaro-ruso, Robert Nigmatullin, miembro del consejo nacional del Congreso Mundial de Tártaros, habló en el portal Intertat en tono optimista sobre el tema «Aunque desaparezca la lengua, los tártaros nunca desaparecerán». Sus halagüeñas predicciones fueron contestadas en Idel.Realii por otro experto en relaciones federales, Kharun Sidorov, que considera «importantes las perspectivas étnicas de los tártaros y de otros pueblos», pero con una visión mucho menos positiva.

La tesis del físico y oceanólogo Nigmatullin, en su diálogo con los periodistas, compara la supervivencia de los tártaros «rusoparlantes» a la fuerza con el destino de pueblos como el peruano en Latinoamérica, obligados a adoptar la lengua española sin perder del todo su identidad. Sin embargo, Sidorov señala que «los peruanos son una definición política más que étnica, como los rusos más que los tártaros. Los verdaderos indígenas o «indios», término prohibido en Perú por ofensivo, intentan hablar en su lengua original, mientras que el español define a los «mestizos» y «criollos», pueblos mixtos que no conservan la memoria histórica».

La visión de Nigmatullin parece tender más al mestizaje que a la conservación de las tradiciones autóctonas. Sólo quedarían «los nombres y apellidos, el recuerdo de raíces tártaras parciales», citando las palabras de la esposa «no oficial» de Vladimir Putin, Alina Kabaeva, que durante las celebraciones del milenio de la ciudad de Kazán presumió de sus orígenes «medio tártaros», a pesar de no saber ni una palabra de lengua tártara. Algo de esto les quedará también a los hijos del presidente, cuya existencia sólo ha salido a la luz en los últimos días.

Sidorov recuerda también la experiencia de Israel, que con su agencia de repatriación Sokhnut reúne a todos aquellos que tienen algún antepasado judío de segunda o tercera generación o parientes cercanos, especialmente cónyuges, para que se establezcan en su patria. En este caso, el objetivo es «reabsorber a estas personas en la comunidad étnica judía, restableciendo el conocimiento de la lengua y la cultura hasta la ciudadanía y el traslado permanente, o al menos la presencia regular en el país».

Así pues, el núcleo de la socialidad étnica presupone una «identidad integral» básica, que permite reabsorber en ella a quienes la han perdido o, de hecho, nunca la han tenido. Aunque ésta puede ser la dimensión optimista de la visión de Nigmatullin, para Sidorov y otros comentaristas «la realidad etnopolítica y etnocultural de la Rusia actual no permite llegar a esta conclusión positiva. Los judíos al menos tienen su propio Estado soberano, mientras que las ambiciones de Tatarstán y Bashkortostán, las dos repúblicas tártaras de Rusia, se ven continuamente frustradas por las restricciones impuestas por Moscú».

Sidorov señala que incluso las regiones autonomistas de varios países, como Cataluña, Quebec o Tirol del Sur, respetan las lenguas locales al mismo nivel que la lengua nacional, mientras que en Rusia se ejerce una presión cada vez mayor en favor de la única «lengua oficial y patriótica», el ruso, a pesar de que tanto en la constitución regional como en la federal se reconoce el tártaro como lengua nacional, al mismo nivel que el ruso. Así, el lema de que «el pueblo no muere con la lengua» aparece como un intento de salvar el espíritu étnico sometiéndose al dominio colonial, asignando a los tártaros de Rusia el futuro de «mestizos criollo-rusos».

Nigmatullin llega a afirmar que «sin los tártaros, los judíos, los caucásicos y otros, no se puede entender la propia Rusia», vista como una «civilización que lo abarca todo» y no monoétnica, como se puede considerar en parte a China, a pesar de tener muchas nacionalidades diferentes en su seno. Sidorov insiste en comparar a Rusia «con Perú más que con China», viéndolo como una vuelta a las políticas coloniales del pasado, cuando parecía que tras el fin de la URSS todos los pueblos habían recuperado la conciencia de sí mismos, dentro o fuera de la Federación Rusa.

 

Foto: Jaimerimummi

 

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