08/02/2016, 12.36
RUSIA - VATICANO
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El Patriarca Kirill y la Iglesia rusa que el Papa Francisco encontrará

de Ieromonaco Ioann

El jefe de la Iglesia ortodoxa rusa, que se reunirá con el pontífice en Cuba el 12 de febrero próximo, está transformando sus comunidades ofreciendo obispos cada vez más jóvenes y una curia funcional. La inspiración del modelo católico y el legado de Nikodim. El riesgo de la burocratización y del repliegue sobre sí misma

Moscú (AsiaNews) - ¿Quién es el Patriarca Kirill, con el cual, el 12 de febrero, el Papa Francisco se encontrará en Cuba? Electo en el solio patriarcal 7 años atrás, a la edad de 63 años, el patriarca Kirill ha sido uno de los obispos más jóvenes en la historia de la Iglesia rusa, habiendo recibido la ordenación episcopal ocho meses antes de cumplir los treinta años, no obstante los cánones eclesiásticos prescriben los treinta años cumplidos como la edad mínima para el episcopado. Kirill siempre ha promovido jóvenes.  Siendo obispo ha cuidado personalmente la formación de los seminaristas de su diócesis, como presidente del Departamento para las relaciones externas del Patriarcado supo favorecer los estudios en el exterior, en instituciones católicas y protestantes, tanto de jóvenes teólogos como seminaristas. La edad promedio de los obispos de la Iglesia Rusa ha descendido notablemente bajo su patriarcado.

Kirill es un hombre fuerte y decidido, sin lugar a dudas, una personalidad que se destaca. Es un líder por naturaleza, un estratega: se diría que es un buen ajedrecista que sabe prever la smovidas del adversario, y que cuando mueve una pieza, ya ha pensado en otras dos o tres Es un pragmático, que gobierna midiendo pesos y contrapesos. Apoyado por la corriente progresista de la Iglesia, y apreciado por la inteligencia laica antes de subir al solio patriarcal, como Primado de la Iglesia se ha mantenido a igual distancia tanto de los conservadores como de los progresistas. Se dice que en su entorno de colaboradores más directo se hallan personas que a menudo tienen graves conflictos entre sí.  

No obstante dicho pragmatismo, que podría parecer incluso maquiavélico, el Patriarca Kirill es un hombre intuitivo, capaz de descubrir talentos de los demás y sacarlos a la luz. Tiene carisma personal, gran capacidad para relacionarse y talentos de diplomático, es un buen predicador con innatas dotes retóricas, un óptimo orador, capaz de impresionar a un auditorio incluso tan sólo con el tono de la voz.

La Iglesia rusa tiene un episcopado muy joven y el número de obispos ha aumentado notablemente en los últimos años. El patriarca Kirill se ha hecho promotor de una seria reforma institucional. Ha dividido la mayor parte de las diócesis, y formado circunscripciones metropolitanas que reagrupan, bajo la supervisión de un metropolita, un cierto número de diócesis limítrofes, cada una de las cuales tiene su obispo ordinario. Asimismo, ha ordenado un número notable de obispos vicarios.

Su Santidad maneja con gran firmeza las riendas de la Iglesia. Muchos consideran que él tiene posibilidades de gobernar que ningún otro jefe de la Iglesia rusa tuvo nunca antes. Y esto, no tanto por el hecho de que actualmente el Estado no ponga limitaciones a cuanto es obrado por la Iglesia, sino más bien por la total ausencia de oposiciones internas. De los ocho miembros efectivos del Sacro Sínodo, la estructura permanente de gobierno de la Iglesia rusa, sólo dos ya formaban parte de él antes de que Kirill fuera patriarca. De los aproximadamente 380 obispos actualmente a cargo en la Iglesia rusa, casi la mitad han asumido bajo Kirill.  

El patriarca ha creado nuevos órganos de gobierno de la Iglesia. Junto al Sacro Sínodo (que gobierna ordinariamente), al Concilio de Obispos (que por estatuto, se reúne cada cuatro años) y al Concilio local (formado también por representantes del clero, monjes y laicos, y que se reúne sólo para la elección del patriarca), por iniciativa de Su Santidad han nacido otros dos órganos de gobierno: el Consejo eclesiástico supremo (una suerte de Consejo de ministros, del cual forman parte todos los jefes de las estructuras centrales de la Iglesia) y la Comisión inter-conciliar (órgano consultivo de expertos de los diferentes sectores de la vida de la Iglesia). Las reuniones del Consejo eclesiástico no pueden ser presenciadas por ningún extraño, y las discusiones que se desarrollan se mantienen en secreto; la Comisión inter-conciliar, en cambio, somete los proyectos de sus documentos a la discusión pública, incluso a través de Internet.

Todas las estructuras de gobierno son por derecho presididas por el patriarca.  En los últimos años él, en reiteradas oportunidades, ha modificado y reformado lo que podrían ser consideradas los dicasterios de la Iglesia rusa (llamados Departamentos, Comisiones, Comités, Direcciones), reestructurándolos, aboliendo algunos y creando nuevos, así como redistribuyendo las tareas. La dirección del personal de las estructuras centrales de la Iglesia está en sus manos, y Su Santidad personalmente contrata y despide a cada colaborador.  

El patriarca Kirill, de esta manera, ha creado su Curia, que es mucho más fuerte y centralizada de cuando supo ser nunca antes.

El Primado de la Iglesia rusa es obispo de la ciudad de Moscú y de la región que la circunda. La diócesis urbana está dividida en diez vicarías, cada una de las cuales comprende diversos decanatos; sólo para la ciudad, el patriarca tiene 23 obispos vicarios (entre aquellos efectivos y los que llevan tan sólo el título de vicario patriarcal), para la diócesis sufragánea, otros seis. La administración patriarcal cuenta con una cuarentena sólo si nos atenemos a los religiosos, más algún que otro obispo, decenas de monjes, sacerdotes y laicos de Su Santidad; una secretaria adicional se ocupa de la diócesis de Moscú.

El patriarca Kirill es hijo espiritual, o en verdad discípulo, del metropolita Nikodim, que se destacaba por su apertura ecuménica y, en particular, por su proximidad a la Iglesia católica. Nikodim murió en el Vaticano en septiembre de 1978, en los brazos del Papa Juan Pablo I, a raíz de un infarto, mientras estaba llevando a cabo una visita de congratulación al Papa por su entronización, ocurrida dos días antes. El Periódico del Patriarcado de Moscú, órgano oficial de la Iglesia rusa, escribió entonces que “el Papa pronunció las oraciones  in articulo mortis y la fórmula de remisión de los pecados. Llegó enseguida el secretario de Estado, card. Jean Villot, y también él rezó ante el cuerpo del metropolita”  

El metropolita Nikodim vio crecer a una generación entera de seminaristas, generalmente abiertos al diálogo con los católicos, muchos de los cuales se volvieron obispos y constituyeron un grupo de gran importancia y bastante compacto dentro del episcopado ruso de los años ’80 y ’90. Kirill era uno de los representantes más jóvenes de dicho grupo. Desde 1975 miembro del Comité central del Consejo ecuménico de las Iglesias, en 1989 el arzobispo Kirill fue puesto a cargo del Departamento para las relaciones externas del Patriarcado. Muchos pensaron entonces que para las relaciones entre la Iglesia rusa y la Iglesia católica se abriría un capítulo luminoso. Sin embargo, las cosas marcharon de manera diferente. En Ucrania, los conflictos entre ortodoxos y greco-católicos se hacían cada días más serios, en Rusia la Iglesia católica se rito latino desplegaba estructuras desproporcionadas en relación al número real de católicos rusos. En 1991, el metropolita Kirill efectúa una visita de trabajo al Vaticano, donde tiene coloquios con los altos cargos de la Iglesia católica. Recién cuando regresa a Moscú se entera, a través de los periódicos,  de que la Iglesia católica acaba de establecer la apertura de dos Administraciones apostólicas en Rusia.

Muchos consideran que en su reforma institucional de la administración eclesiástica, el patriarca Kirill se inspira en el modelo católico: curia, centralización, eclesiología piramidal, gestión autoritaria e la Iglesia. Ha de decirse que ésta es justamente la representación mental que muchos clérigos rusos tienen de la Iglesia católica: una monarquía absoluta que se apoya firmemente en la férrea sumisión de los súbditos.  Esta idea no se corresponde con la realidad de la Iglesia católica luego del Concilio Vaticano II. Y choca todavía más con la reforma que el Papa Francisco está llevando a cabo, cuyos puntos más destacados son la descentralización, la mayor participación de la periferia en la gestión de la Iglesia, la sinodalidad, la transparencia. E incluso más: el diálogo considerado ampliamente, la salida de la Iglesia hacia las periferias existenciales, la admisión de los errores cometidos por eclesiásticos y el pedido de perdón por los mismos, la misericordia para con los últimos, los pecadores, los marginados…

En los últimos tiempos se tiene la impresión de que las dos Iglesias se encuentran viviendo dos experiencias opuestas, pero especulares: La Iglesia católica, que es estructurada como una monarquía, está cada vez más cerca de la sinodalidad. La Iglesia ortodoxa, para la cual la sobornost’ es un concepto clave de su eclesiología, y que siempre ha considerado como un criterio discriminante la recepción de las decisiones tomadas por la jerarquía por parte de la plenitud del pueblo de Dios  , parece deslizarse rumbo a una gestión rígida de la autoridad. Podría decirse que cada una de las dos tradiciones está haciendo del estado de jure de la otra su propio estado de facto. Esto, visto positivamente, puede indicar que, verdaderamente, éstas se necesitan recíprocamente.

En los últimos tiempos, dentro de la Iglesia rusa se vuelven cada vez más fuertes las voces de descontento, de muchos clérigos y laicos, por un cierto despotismo de los obispos, sobre todo de aquellos que son jóvenes. Muchos deploran una tendencia de burocratización de la Iglesia. A esto se han sumado episodios desagradables que constituyen, cada vez más,  señales de una degradación moral por parte de los representantes del clero: corrupción, la búsqueda de hacer carrera, favoritismo, nepotismo. La Iglesia está muy replegada sobre sí misma, poco interesada en el dialogo con la sociedad externa e incapaz de llevarlo a cabo, cada vez más en conflicto con la élite intelectual laica, el mundo de la cultura, de los negocios, de la ciencia.

Nos queda por augurar que el encuentro del Patriarca Kirill con el Papa Francisco, además de para las relaciones entre las dos Iglesias, puede tener consecuencias incluso para la vida interna de la Iglesia Ortodoxa rusa.

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