20/10/2020, 18.00
VATICANO
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El Papa en el encuentro por la paz: la falta de amor es la causa profunda de nuestros males

El encuentro internacional “Nadie se salva solo - Fraternidad y Paz” comenzó con una oración de las diversas confesiones, por separado. Francisco: “Pensar solo en sí mismo es el padre de todos los males”. “Es una tentación crucial – observa Francisco - que nos amenaza a todos, también a nosotros, los cristianos.  Es la tentación de pensar sólo en protegerse a sí mismo o al propio grupo, de tener en mente solamente  los propios problemas e intereses, mientras todo lo demás no importa. Es un instinto muy humano,  pero malo”.

Roma (AsiaNews) – En lugares separados, las oraciones de las distintas religiones del mundo se unieron para pedir por la paz. Así comenzó hoy, en Roma, “la capital de la paz”, el encuentro internacional “Nadie se salva solo - Fraternidad y Paz”, que congregó a los cristianos en la Basílica de Santa María en Aracoeli, a los judíos en el Templo mayor, y a los musulmanes en la Sala Roja del Capitolio, a los budistas en la ex iglesia de Santa Rita y a los sijs e hindúes en el convento de los Franciscanos. 

Por los cristianos participaron, entre otros, Papa Francisco, el patriarca ecuménico Bartolomé I y el presidente del Consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania, Heinrich Bedford-Strohm. Todos, con mascarilla. 

Fue una oración ecuménica durante la cual Francisco afirmó que la falta de amor es “la causa profunda de nuestros males personales, sociales, internacionales, ambientales. Pensar sólo en sí mismo es el padre de todos los males”. La reflexión del Papa se inspira en el pasaje de la Pasión, en el cual la gente le dice a Jesús que se salve a sí mismo. “Es una tentación crucial, que nos amenaza a todos, también a nosotros, los cristianos.  Es la tentación de pensar sólo en protegerse a sí mismo o al propio grupo, de tener en mente solamente  los propios problemas e intereses, mientras todo lo demás no importa. Es un instinto muy humano,  pero malo, y es la última provocación al Dios crucificado. Sálvate a ti mismo”.

Luego, “dan un paso al frente los jefes de los sacerdotes  y los escribas. Eran los que habían condenado a Jesús porque representaba un peligro. Pero todos  somos especialistas en colgar en la cruz a los demás con tal de salvarnos a nosotros mismos. Jesús,  en cambio, se deja clavar para enseñarnos a no descargar el mal sobre los demás: «A otros ha salvado  y a sí mismo no se puede salvar» (v. 31). Conocían a Jesús, recordaban sus curaciones y las  liberaciones que había realizado, y relacionan todo esto con malicia: insinúan que salvar, socorrer a  los demás no conduce a ningún bien; Él, que se había entregado tanto por los demás, se está perdiendo  a sí mismo. La acusación es sarcástica y se reviste de términos religiosos, usando dos veces el verbo  salvar. Pero el “evangelio” del sálvate a ti mismo no es el Evangelio de la salvación. Es el evangelio  apócrifo más falso, que carga las cruces sobre los demás. El Evangelio verdadero, en cambio, carga  con las cruces de los otros”.

“Los brazos de Jesús, abiertos en la cruz,  marcan un punto de inflexión, porque Dios no señala con el dedo a nadie, sino que abraza a todos.  Porque sólo el amor apaga el odio, sólo el amor vence a la injusticia. Sólo el amor deja lugar al otro.  Sólo el amor es el camino para la plena comunión entre nosotros”. 

“Pidamos a Dios crucificado la gracia de estar más unidos, de ser más fraternos. Y cuando  estemos tentados de seguir la lógica del mundo, recordemos las palabras de Jesús: «Quien quiera  salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35).  Lo que a los ojos de los hombres es una pérdida, para nosotros es salvación. Aprendamos del Señor,  que nos ha salvado despojándose de sí mismo (cf. Flp 2,7), haciéndose otro: de Dios hombre, de  espíritu carne, de rey siervo. También a nosotros nos invita a “hacernos otros”, a ir al encuentro de  los demás. Cuanto más unidos estemos al Señor Jesús, seremos más abiertos y “universales”, porque  nos sentiremos responsables de los demás. Y el otro será el camino para salvarse a sí mismo: cada  semejante, cada ser humano, cualquiera sea su historia o su religión. Comenzando por los pobres, los  más parecidos a Jesús”.

El deseo de unidad de los cristianos fue el tema central de la reflexión de Bedford-Strohm. “Orar y practicar la justicia – dijo - , éstos son los primeros dos pasos en el trinomio para volverse sal de la tierra y luz del mundo. El tercero es ser una sola cosa como iglesia. ‘¿Acaso está dividido Cristo?’, pregunta Pablo en la Primera Carta a los Corintios, en el capítulo 1, frente a las divisiones que regían en la iglesia. Y todos conocemos la respuesta. ¡Cristo es uno! ¿Cómo podríamos estar satisfechos con nuestras divisiones internas? La pasión por la unidad de la iglesia no es un sentimiento de un grupo de la iglesia que tiene un interés especial en ella. Es parte del mismo ADN de cada iglesia. Y añado, de manera muy personal: mi sueño personal es poder experimentar esta unidad en la mesa del Señor a lo largo de mi vida. La paz y la justicia se abrazarán. Y ninguna pandemia lo impedirá. Sí, nuestra luz brillará en la oscuridad y nuestra oscuridad será como el mediodía y seremos como un jardín regado y como un manantial cuyas aguas no se agotan. Nos curaremos".

En la oración final, fue recordado cada lugar del mundo azotado por las guerras y la violencia; cada uno de los líderes presentes encendió una vela por cada país mencionado. (FP)

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