El Papa en Fátima: santos los dos pastorcitos que María “introdujo en el mar inmenso de la luz de Dios”
Casi un millón de personas para la canonización de los dos niños, los más pequeños en la historia de la Iglesia en subir a la gloria de los altares sin ser mártires. La Virgen “presagiando y advirtiéndonos sobre el riesgo del infierno al cual conduce una vida- a menudo propuesta e impuesta- sin Dios y que profana a Dios en sus creaturas, vino a recordarnos que la luz de Dios demora en nosotros y nos cubre”.
Fátima (AsiaNews)- Son santos, Francisco y Jacinta Marto, dos de los tres pastorcitos que el 13 de mayo de 1917, junto a su prima Lucía Dos Santos-sor Lucía- tuvieron la aparición de la Virgen María, “presagiando y advirtiéndonos sobre el riesgo del infierno al cual conduce una vida- a menudo propuesta e impuesta- sin Dios y que profana a Dios en sus creaturas, vino a recordarnos que la luz de Dios demora en nosotros y nos cubre”. Lo recordó el Papa Francisco en el proclamar hoy santos a los dos niños, los más pequeños en la historia de la Iglesia en subir a la gloria de los altares sin ser mártires. A través de ellos, “en el ‘pedir’ y ‘exigir’ de cada uno de nosotros el cumplimiento de los deberes del propio estado (Carta de Sor Lucía, 28 de febrero de 1943), el cielo pone en movimiento aquí una verdadera y propia movilización general contra esta indiferencia que hiela el corazón y agrava nuestra miopía. ¡No queremos ser una esperanza abortada!”.
La canonización se realizó en Fátima, como ya el 13 de mayo del año 2000 fue su beatificación, delante de una multitud inmensa, centenares de miles de personas, casi un millón, según fuentes locales. Entre ellos el presidente de Portugal, de paraguay y de São Tomé y Príncipe.
“Dos llamitas que Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas oscuras e inquietas”, los definió Juan Pablo II cuando los proclamó beatos. “La Virgen María- dijo hoy Francisco- introdujo en el mar inmenso de la Luz de Dios llevándolos a adoraLo. De aquí venían sus fuerzas para superar las contrariedades y los sufrimientos”. La referencia es a las amenazas de los padres para que los tres videntes “confesaran” de haberse inventado la aparición y a las intimidaciones del intendente, que los hizo encerrar por algunos días en una celda.
“¡Tenemos una Madre!”- dijo aún Francisco, después de haberlos proclamado santos, acto que entra dentro de la “infabilidad papal”- Una ‘Señora tan bella”, comentaban entre ellos los videntes de Fátima yendo hacia sus casas, en aquel bendito 13 de mayo de hace cien años.
Y, por la noche, Jacinta no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: «Hoy he visto a la Virgen». Habían visto a la Madre del cielo. En la estela de luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de muchos, pero…estos no la vieron. La Virgen Madre no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo, por supuesto. Pero ella, previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno al que nos lleva una vida – a menudo propuesta e impuesta – sin Dios y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la Luz de Dios que mora en nosotros y nos cubre, porque, como hemos escuchado en la primera lectura, «fue arrebatado su hijo junto a Dios» (Ap 12, 5). Y, según las palabras de Lucía, los tres privilegiados se encontraban dentro de la Luz de Dios que la Virgen irradiaba. Ella los rodeaba con el manto de Luz que Dios le había dado. Según el creer y el sentir de muchos peregrinos – por no decir de todos – Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen Madre para pedirle, como enseña la Salve Regina, «muéstranos a Jesús».
“De sus brazos vendrá la esperanza y la paz”
“Queridísimos peregrinos, “¡Tenemos una Madre!-Dijo aún Francisco Aferrándonos a ella como hijos, vivamos de la esperanza que se apoya en Jesús, porque, como hemos escuchado en la segunda lectura, «los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo» (Rm 5,17). Cuando Jesús subió al cielo, llevó junto al Padre celeste a la humanidad – nuestra humanidad – que había asumido en el seno de la Virgen Madre, y que nunca dejará. Como un ancla, fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la derecha del Padre (cf. Ef 2, 6). Que esta esperanza sea el impulso de nuestra vida. Una esperanza que nos sostenga siempre, hasta el último suspiro
“Con esta esperanza, nos hemos reunido aquí para dar gracias por las innumerables bendiciones que el Cielo ha derramado en estos cien años, y que han transcurrido bajo el manto de Luz que la Virgen, desde este Portugal rico en esperanza, ha extendido hasta los cuatro ángulos de la tierra. Como un ejemplo para nosotros, tenemos ante los ojos a san Francisco Marto y a santa Jacinta, a quienes la Virgen María introdujo en el mar inmenso de la Luz de Dios, para que lo adoraran. De ahí recibían ellos la fuerza para superar las contrariedades y los sufrimientos. La presencia divina se fue haciendo cada vez más constante en sus vidas, como se manifiesta claramente en la insistente oración por los pecadores y en el deseo permanente de estar junto a «Jesús oculto» en el Sagrario”.
“En sus Memorias (III, n.6), sor Lucía da la palabra a Jacinta, que había recibido una visión: « ¿No ves muchas carreteras, muchos caminos y campos llenos de gente que lloran de hambre por no tener nada para comer? ¿Y el Santo Padre en una iglesia, rezando delante del Inmaculado Corazón de María? ¿Y tanta gente rezando con él?». Gracias por haberme acompañado. No podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre, y para confiarle a sus hijos e hijas. Bajo su manto, no se pierden; de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados”. “Queridos hermanos: pidamos a Dios, con la esperanza de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda.
En efecto, él nos ha creado como una esperanza para los demás, una esperanza real y realizable en el estado de vida de cada uno. Al «pedir» y «exigir» de cada uno de nosotros el cumplimiento de los compromisos del propio estado (Carta de sor Lucía, 28 de febrero de 1943), el cielo activa aquí una auténtica y precisa movilización general contra esa indiferencia que nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía. No queremos ser una esperanza abortada. La vida sólo puede sobrevivir gracias a la generosidad de otra vida. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24): lo ha dicho y lo ha hecho el Señor, que siempre nos precede”.
“Cuando pasamos por alguna cruz, él ya ha pasado antes. De este modo, no subimos a la cruz para encontrar a Jesús, sino que ha sido él el que se ha humillado y ha bajado hasta la cruz para encontrarnos a nosotros y, en nosotros, vencer las tinieblas del mal y llevarnos a la luz”.
“Que, con la protección de María, seamos en el mundo centinelas de la mañana que sepan contemplar el verdadero rostro de Jesús Salvador, que brilla en la Pascua, y descubramos de nuevo el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre, fiel, pobre de medios y rica de amor”.
En los enfermos encontramos las llagas de Jesús
Al finalizar la misa, Francisco ha querido dedicar un saludo a los tantos enfermos presentes.
“Queridos hermanos-dijo a ellos- ante nuestros ojos tenemos a Jesús invisible pero presente en la Eucaristía, así como tenemos a Jesús oculto pero presente en las llagas de nuestros hermanos y hermanas enfermos y atribulados. En el altar, adoramos la carne de Jesús; en ellos, descubrimos las llagas de Jesús. El cristiano adora a Jesús, el cristiano busca a Jesús, el cristiano sabe reconocer las llagas de Jesús. Hoy, la Virgen María nos repite a todos nosotros la pregunta que hizo, hace cien años, a los pastorcillos: «¿Queréis ofreceros a Dios?». La respuesta: «¡Sí, queremos!», nos ofrece la oportunidad de entender e imitar su vida. Ellos la vivieron con todo lo que conlleva de alegría y sufrimiento, en una actitud de ofrecimiento al Señor.
Queridos enfermos, vivid vuestra vida como una gracia y decidle a Nuestra Señora, como los pastorcillos, que queréis ofreceros a Dios con todo el corazón. No os consideréis solamente como unos destinatarios de la solidaridad caritativa, sino sentíos partícipes a pleno título de la vida y misión de la Iglesia. Vuestra presencia silenciosa, pero más elocuente que muchas palabras, vuestra oración, el ofrecimiento diario de vuestros sufrimientos, en unión con los de Jesús crucificado por la salvación del mundo, la aceptación paciente y hasta alegre de vuestra condición son un recurso espiritual, un patrimonio para toda comunidad cristiana. No tengáis vergüenza de ser un tesoro valioso de la Iglesia.
Jesús va a pasar cerca de vosotros en el Santísimo Sacramento para manifestaros su cercanía y su amor. Confiadle vuestro dolor, vuestros sufrimientos, vuestro cansancio. Contad con la oración de la Iglesia que, por vosotros y con vosotros, se eleva al cielo desde todas partes. Dios es Padre y nunca os olvida».
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