01/06/2017, 19.24
SIRIA
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Caritas Siria: mutilados, inválidos permanentes y paralíticos, la cara oculta del conflicto

de Sandra Awad*

Desde 2011, la guerra en el país ya ha causado más de 300.000 heridos, muchos de los cuales han sufrido daños permanentes. Los inválidos y mutilados necesitan de un tratamiento a largo plazo, pero escasean las estructuras que los asistan. Los hospitales se ven constreñidos a dar de alta a los pacientes para responder a las emergencias. La historia de Georgette, que fue alcanzada por los disparos de un francotirador cuando volvía de un bautismo. “Sin Cristo, hace ya mucho tiempo que me habría derrumbado”.  

Damasco (AsiaNews) – Según la organización humanitaria Handicap International, en Siria, son más de 300.000 las personas que han sido heridas, de distintas maneras, en el contexto del conflicto [que está en acto desde marzo de 2011] y que necesitan tratamiento. Muchas de estas personas han sufrido daños permanentes, y minusvalías a largo plazo que repercuten en todos los ámbitos de su vida, alterando la calidad de la misma.   

Muchos sirios heridos en estos años de guerra  –al día de hoy no se tienen cifras precisas al respecto- han sufrido enfermedades permanentes, a las cuales no se está en grado de responder con atención médica adecuada y el tratamiento de rehabilitación necesario.  Con seis años de conflicto a sus espaldas, los hospitales del país cuentan con escaso equipamiento médico, carecen de los fármacos básicos y de profesionales médicos especializados en las distintas patologías. Muchas de estas estructuras inmersas en dificultades, se ven obligadas a dar de alta a sus pacientes antes de tiempo, para poder hacer frente a las nuevas –y continuas- emergencias que arriban.

Algunas fuentes, que no han sido confirmadas, hablan de varios miles de personas paralíticas y mutiladas, aunque aún se desconoce el número exacto de personas portadoras de minusvalías permanentes. El año pasado, Caritas, a través de proyectos implementados en Damasco, ayudó a más de 115 personas afectadas por minusvalías, brindándoles sillas de ruedas, asistencia médica, intervenciones quirúrgicas y medicamentos. Tan sólo considerando el año pasado, en la capital, el ente de caridad cristiano sostuvo a 213 familias en cuyo seno vive algún discapacitado. Ellos son una de nuestras “prioridades”, confirma Caritas Siria.

Esta es la otra cara de la guerra, que los medios tratan de mantener escondida para que no sea noticia. Un cara que asume los contornos y la fisonomía de Georgette, que cada día lleva adelante su batalla contra las lágrimas, la desesperación, gritando a viva voz: “Trato de ser fuerte, pero a veces creo que tengo todo el derecho a ser débil… tengo todo el derecho a serlo”…

A continuación, contamos su historia:

 

“Sandra, cuando tienes hambre o sed, puedes ir a la cocina y beber agua o bien comer algo. Yo, en cambio, no puede hacer nada de todo eso. Debo esperar a que alguien me traiga la comida o el agua. Cada vez que debo pedir ayuda para cualquier cosa, advierto un sentimiento de profunda humillación. Cada vez que intento valerme sola para buscar lo que necesito, termino pidiendo ayuda; pido a alguien que me traiga la comida, que me limpie el cuerpo o que me cure las heridas. […] Cierto, también es verdad que mis dos hijas se ocupan de mí a fondo, pero siento que se me rompe el corazón cada vez que me veo obligada a pedirles que hagan algo por mí…”.

Georgette, una mujer de unos cuarenta años, llora a mares mientras cuenta a nuestro equipo de Caritas su historia.

“Me encontraba en un autobús –cuenta- junto a mis niñas, volvíamos de nuestro pueblo de origen, luego de haber participado en el bautismo de un pariente. Estábamos yendo por la calle principal que lleva a Damasco, cuando el conductor, de repente, tomó Harasta Road, una calle que sabíamos que era muy peligrosa. No tendría que haberlo hecho. Con un tono de voz lleno de frialdad, se dirigió a los pasajeros y les pidió estar atentos a cerrar bien las ventanillas, porque en el área había numerosos francotiradores. Cuando oí estas palabras, pedí a mis dos hijas de 5 y 11 años [esa era su edad en el momento de los hechos] que se pusieran a salvo bajo los asientos. Me había acurrucado sobre ellas para protegerlas, cuando sentí que algo penetraba dentro de mi cuerpo. Era un proyectil disparado por un francotirador, que primero dio en mi mano y luego entró en mi pecho haciéndose añicos dentro de mi cuerpo y dañando mi columna vertebral. Hoy estoy paralítica. Desde el pecho y hasta la punta de los pies, ya no logro sentir más nada…”.

Las manos de Georgette, que señalan las partes de su cuerpo ya paralíticas, tiemblan sin cesar. Este incidente, que se remonta al 2012 [en el primer período del sangriento conflicto sirio] todavía sigue vivo en la memoria de la mujer y es, todavía hoy, fuente de miedo y dolor, como si hubiese sucedido ayer.

Desde entonces, Georgette ha tenido que someterse a una intervención quirúrgica tras otra, a causa de las variadas complicaciones que sobrevienen luego de que una bala explosiva penetra en su cuerpo; y cuyos fragmentos no sólo terminaron difundiéndose y penetrando cada vez más en su cuerpo, sino también en su vida y en la de sus familiares.

“En lugar de llevarme al hospital –recuerda la mujer- el conductor nos abandonó a mí y a mis hijas en el primer puesto de control que halló a lo largo del trayecto. Los soldados detuvieron a un automóvil, y me llevaron hasta un hospital público. Mis hijas eran realmente pequeñas en esa época, y no llegaban a entender del todo lo que estaba pasando. Usaron mi teléfono celular para llamar a su padre en Damasco, y le dijeron que yo estaba herida y que no sabían decir dónde se encontraban en ese momento. Mi marido enloqueció y comenzó a recorrer las calles hasta que llegó a la estación del autobús. Allí comenzó a merodear de un lado a otro, preguntando a los conductores de los pulman y a los pasajeros si alguien había tenido noticias nuestras”.

Mientras habla, Georgette comienza a llorar de nuevo, y sus bellos ojos verdes se humedecen con pesadas lágrimas, que comienzan a correr sobre el rostro empapando no sólo su cara, sino también nuestros corazones. Un velo de tristeza cae sobre todos nosotros.  

“Cuatro horas después, mi marido llegó al hospital. Él encontró a sus hijas solas, en una enorme sala de espera, que se estrechaban la una a la otra para darse fuerza, temblando como hojas, llorando a raudales. E inmediatamente corrió hacia ellas y comenzó a llorar con ellas…”.

Llegado este punto de la historia, Georgette sufre y ríe al mismo tiempo, como si estuviese experimentando otra guerra dentro de su atormentado cuerpo, que trata de hallar un poco de alivio en la fe cristiana y en la compañía de su familia.

“Mi marido solía llamarme ‘mi mono’ porque yo estaba siempre en movimiento. Ahora –agrega- paso todo el tiempo sentada en esta silla especial, sin poder hacer nada, excepto pedir ayuda para hacer cualquier cosa que sea.  Trato de hacer chistes y de reírme todo lo posible, como siempre hacía antes. Es por mis hijas que trato de ser fuerte. En los últimos cinco años,  cada una de ellas creció como 10 años más de su edad real, transcurriendo gran parte del tiempo al servicio mío. En tanto, también a causa de la guerra, mi marido perdió su pequeña empresa, de la cual era el propietario, y junto a ella todo el trabajo de una vida; el conflicto agotó todos los recursos económicos de que disponíamos, y ahora él está sin trabajo. Trato de ser fuerte por todos ellos, pero a veces me parece que voy a derrumbarme. Creo que tengo todo el derecho a ser débil a veces… tengo todo el derecho a ello…”.

Por último, un último pensamiento lo dirige a Dios y a la guerra: “Ruego siempre a Dios que ponga fin a este conflicto,  –concluye-  porque si continúa, muchas otras personas terminarán siendo atacadas y heridas, como me pasó a mí. Créanme, es una situación insoportable, y sin la oración continua y sin mi profunda fe en Cristo, ya me habría derrumbado hace mucho tiempo”.

 

* Responsable de Comunicación de Caritas Siria, 38 años, casada y madre de tres hijos, vive a diario el drama de la guerra. 

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