Bicentenario de la guerra de independencia griega: una lección para Rusia y Turquía
La Revolución Griega, que fue el comienzo de la caída del Imperio Otomano, se caracterizó por hacer referencia a la fe. Por eso fue decapitado el entonces patriarca ecuménico Gregorio V así como su defensor Haci Halil, gran imán de Constantinopla. La traición de los rusos. Las perspectivas neo-otomanas de Erdogan.
Estambul (AsiaNews) - Hoy, 25 de marzo de 2021, se conmemora el bicentenario del comienzo de la guerra de independencia griega contra el dominio despótico y absolutista del Imperio Otomano. La revolución comenzó en Patras (Peloponeso), con el juramento de los insurgentes sobre los Evangelios el día de la fiesta de la Anunciación del Señor.
Hay que recordar que siglos antes los otomanos habían aprovechado la disolución del estado bizantino, las divisiones sociales y políticas de los nuevos estados balcánicos y el oportunismo político de las potencias occidentales. De esa manera lograron conquistar los territorios de Asia Menor y los Balcanes en muy poco tiempo.
Cristianismo y libertad
El proceso de independencia involucró a todos los griegos, tanto de los territorios ocupados por el Imperio Otomano, como a los griegos que residían en los territorios controlados por las grandes potencias. En la población griega existía un sentido de nación como patria común y todos querían constituir un estado autónomo del despotismo del Imperio Otomano, del que se consideraban culturalmente diferentes.
En el Imperio Otomano la etnia se identificaba con la religión. Por tanto, la población estaba dividida en musulmanes, cristianos y judíos. La etnia musulmana, de origen mongol, actuaba como etnia dominante sobre el imperio, encabezada por la figura despótica del sultán, también en calidad de califa. El poder del sultán-califa era de carácter absoluto, basado en una interpretación especulativa de los dictados coránicos.
El resto de las etnias, en particular cristianos y judíos, constituían una población sometida a merced del sultán-califa y la fuente de riqueza del imperio, debido a los fuertes impuestos que soportaban en nombre del Islam.
Por oportunismo político, se permitió a los infieles que gestionaran los asuntos civiles y la educación. En consecuencia, el patriarcado de Constantinopla administraba la población cristiana y el gran rabino la población judía (este último, sobre todo después que llegaron los judíos sefardíes, víctimas de la persecución española).
El patriarca de Constantinopla respondía en nombre de todos los cristianos ortodoxos ante el sultán califa por todos los hechos relacionados con la presencia y las acciones de los cristianos en el Imperio Otomano. El patriarca ecuménico Gregorio V fue acusado por el sultán de haber instigado la rebelión de los griegos del Peloponeso que comenzaron la guerra de independencia. Y por eso fue condenado a la horca.
Su ejecución provocó las protestas del gran Seikh Ul Islam de Constantinopla, el gran imán Haci Halil, máxima autoridad musulmana, que se negó a aprobar la masacre de los cristianos. Él también fue condenado a la horca por el propio sultán Mahmhud II. Como diríamos hoy, los motivos políticos especulan con la religión.
Según los estudios históricos, la proclamación de la guerra de independencia griega dio origen al fenómeno romántico del filohelenismo en toda Europa. En la Europa cristiana, la guerra de independencia griega con el lema "Libertad o muerte", y el juramento de los insurgentes sobre el Evangelio, se consideró una respuesta al ateísmo generalizado fruto de la Ilustración francesa, que estaba dando origen al nacimiento de las naciones en Europa con la consiguiente lenta disolución de los grandes imperios, reunidos en la Santa Alianza contra los avances napoleónicos.
El vínculo entre la fe y la política, el evangelio y la nación, estaba destinado a durar. La redacción de las tres primeras constituciones griegas, en los años 1822, 1823 y 1827, como actos de fundación del Estado, declaraban fidelidad en los procesos democráticos y proclamaban que su referencia era Jesucristo, Salvador del mundo.
Esta concepción de la democracia se inscribe en la tradición bizantina, que se caracterizó por la ósmosis del pensamiento filosófico griego con la doctrina cristiana y desarrolló un sentimiento religioso participativo y popular, no fanático ni fundamentalista, expresión de la tradición sinodal.
El yugo ruso
El mismo Dostoievski invitó a sus compatriotas a imitar a los griegos. Y por otro lado, los pueblos ortodoxos dominados por el yugo despótico del Imperio Otomano se volvieron hacia el Imperio Ortodoxo Ruso como su libertador.
Pero ocurrieron los hechos de 1770, conocidos como eventos de Orlov por el nombre de los hermanos rusos que los encabezaron. Por medio de ellos, el Imperio Ruso intentó instigar a la población griega, especulando con su histórico deseo de liberarse del yugo otomano, pero la maniobra le sirvió principalmente para tomar el control del comercio en el sureste del Mediterráneo.
Las aspiraciones de libertad de los griegos se vieron defraudadas tras los sucesivos acuerdos de Kiuciuk Kainartzi entre rusos y otomanos (1774), que dejaron a los griegos a merced de la furia otomana, con las consiguientes masacres.
El comienzo de la revolución griega, a pesar las acostumbradas diatribas internas que forman parte de su naturaleza, dio inicio a la disolución del imperio otomano, con el nacimiento de la Turquía moderna fundada por el presidente general Kemal Atatürk, que se definió con los Acuerdos de Lausana en 1923.
La Turquía post-otomana
La Turquía kemalista se caracterizó por la abolición del califato y la secularización forzada de los comportamientos sociales, pero no hubo una verdadera democratización de la sociedad turca. Por el contrario, la sociedad permaneció bajo el control de un gobierno central y del ejército, siguiendo precisamente la tradición centralizada otomana.
La Turquía kemalista procedió entonces a la purga metódica de las minorías religiosas y aplicando su hábil política oriental en las relaciones internacionales, adoptó una fachada de neutralidad, obteniendo el máximo beneficio de los nuevos poderosos.
La imposición forzada de un estado laico y el desprecio de la tradición islámica en la Turquía kemalista no significa el rechazo de la religión musulmana. No debemos olvidar el lema kemalista de que "el verdadero turco es de religión musulmana". En cualquier caso, provocó la frustración y marginación de la población de Anatolia, que ha encontrado voz en los distintos partidos de carácter religioso. El presidente Recep Tayyip Erdogan es la máxima expresión de este itinerario.
Llegó al poder en 2002 como jefe del partido islámico AKP y después de los primeros tiempos de grandes promesas de desarrollo democrático en el país, cuando asumió la presidencia comenzó a expresarse como el nuevo sultán-califa. Gracias a la tradicional capacidad turca para ser neutral en las relaciones internacionales, está promoviendo a Turquía como la coronación del sueño neo-otomano. No le interesa entrar en Europa, pero ve a su Turquía como una bisagra fundamental entre el Norte y el Sur, el Este y el Oeste. Como potencia económica, controla todo el tráfico legal e ilegal de una vasta zona de Oriente Medio y cuenta con un ejército fuerte y poderoso.
En resumen, está instaurando un régimen islámico-fascista, cuya primera víctima es el desarrollo de la conciencia democrática del pueblo turco en todas sus expresiones. Todo esto ha sido posible gracias a la tolerancia de los “poderosos”. Pero las consecuencias pueden ser impredecibles: cualquier cuerda demasiado tensa, termina por romperse.
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