Alepo, Maristas azules: El cinismo de Occidente alimenta el conflicto y la huida de los cristianos
Las naciones occidentales bloquean la ofensiva contra los grupos yihadistas presentes en Idlib, por temor a que se produzca un éxodo de milicianos. La reconstrucción del país se detiene y crecen las dificultades, con largas filas para conseguir combustible. Las ayudas todavía se centran en las situaciones de emergencia, pero lo cierto es que se precisan trabajo y planes de reconstrucción. Temor por el futuro de la comunidad cristiana.
Alepo (AsiaNews) – Pese a que Damasco controla el 70% del territorio sirio, en el país la paz sigue siendo algo lejano. Los grupos terroristas están atrincherados en la provincia de Idlib y la comunidad internacional obstaculiza la ofensiva del ejército regular, dado que no sabría cómo manejar un éxodo de yihadistas dirigiéndose rumbo a Europa y Occidente. Es lo que cuentan los Maristas azules, en la 35ta Carta desde Alepo, difundida en los últimos días y enviada a AsiaNews para su conocimiento. En este estado, que no es “di de guerra, ni de paz”, la reconstrucción se ha visto paralizada y las dificultades crecen: desde la desocupación a la pobreza, la falta de combustible y electricidad –en estos días, no es raro observar largas colas para hacerse de unos pocos litros de kerosén- y, en paralelo, una incesante huida de cristianos. Entre las razones que llevan al éxodo se cuentan la falta de trabajo y de perspectivas, con programas de ayuda que aún siguen centrados en responder a la emergencia, a falta de una mirada que apunte a la reconstrucción.
A continuación, una amplia síntesis del testimonio brindado por los Maristas azules, traducida al español por AsiaNews:
Desde hace algunos meses, en Siria ya no hay verdaderos combates. Gran parte de los comentaristas considera que la guerra terminó y que el Estado sirio ha ganado. Daesh [acrónimo árabe para el Estado islámico, EI, ex ISIS] ha sido vencido y bajo su control no queda sino un pequeño bolsón de territorio en el extremo oriental del país. El Estado sirio hoy controla cerca del 70% del territorio, incluyendo todas las grandes ciudades del país.
A pesar de ello, parece que todavía no habrá de llegar la paz.
Por una parte, todos los grupos armados rebeldes ahora están reagrupados en la provincia de Idlib. Al-Nusra, una rama local de al-Qaeda, que ha sido reconocida como grupo terrorista tanto por la ONU como por la comunidad internacional, está a punto de eliminar, ya sea con las armas o fagocitándolos, a todos los demás movimientos de inspiración islámica, como lo es ella misma.
El ejército sirio hace meses que desea lanzar una ofensiva para liberar a esta última provincia de las manos de los terroristas, de los cuales 30.000 son extranjeros. Sin embargo, las potencias occidentales, valiéndose de Rusia y de Turquía como intermediarios, impiden su consecución. La razón que se aduce: el grave riesgo de una crisis humanitaria. El verdadero motivo, tal como salió a flote por boca de algunos líderes occidentales: ¿qué habrá de hacerse con todos los terroristas extranjeros que querrían huir rumbo a Europa, en caso de que fuese lanzada la ofensiva? Son elementos que terminarían aterrorizando a los ciudadanos europeos, tras haber sembrado el terror en Siria.
Pues la verdad es que estamos furiosos, al ver desplegado todo este cinismo.
Por un lado, se está desarrollando una guerra en nuestro territorio: es aquella que enfrenta a Turquía con las milicias kurdas. Finalmente, los americanos –que han establecido de manera ilegítima dos bases suyas en una nación soberana- hoy quieren emprender la retirada, secundando la decisión del presidente Donald Trump. Sin embargo, ni su administración ni el Congreso parecen estar de acuerdo con ello y buscan sabotear esta estrategia por todos los medios posibles.
Este estado en el que vivimos, que no es “ni de guerra, ni de paz”, impide en los hechos emprender la reconstrucción del país; los inversionistas potenciales no quieren poner en marcha proyectos hasta tanto no comience a regir una paz estable y duradera. Como consecuencia de ello, la economía languidece y la desocupación ha alcanzado niveles escalofriantes; el costo de vida se ha incrementado vertiginosamente y las personas continúan sufriendo. Los ricos han agotado sus economías, la clase media está de rodillas y los pobres se han vuelto aún más pobres.
Nos han enfurecido las sanciones impuestas contra Siria por parte de la Unión Europea y de los Estados Unidos. Esto no hace más que agravar la situación humanitaria y no tiene absolutamente ningún impacto en lo que concierne al fin de las hostilidades y a la instauración de la paz. El éxodo de sirios, pero sobre todo de cristianos, continúa aumentando incluso más que cuando estábamos en las horas oscuras de la guerra. Durante un congreso realizado en Hungría, el nuncio apostólico en Siria, el Card. Mario Zenari, dijo que los cristianos actualmente no llegan a representar siquiera el 2% de la población total. Es decir, medio millón, sobre un total de 23 millones de ciudadanos. Esto ya los sabíamos, pero es la primera vez que las cifras se ventilan públicamente. Mi ciudad, Alepo, que en 2001, antes de le guerra, contaba con una población de aproximadamente 150/200.000 cristianos, ahora no llega siquiera a los 25.000, como máximo 30.000.
Siria, cuna del cristianismo, se está vaciando de su población cristiana. Desde el fin de las hostilidades, los cristianos han seguido huyendo, tanto para evitar ser enrolados en el ejército como reservistas -siendo ya padres de familia- como por la crisis económica y sus consecuencias: la desocupación y la pobreza.
Durante los años difíciles del conflicto, nuestros programas de ayuda procuraban alimentar, vestir, dar hospedaje y alojamiento a los desplazados y a sus familias, que atravesaban necesidades. Ahora, creemos que la prioridad debe ser garantizar un trabajo a las personas, para que puedan ganarse la vida de un modo digno, como fruto de su obra y poder independizarse, y así ir desligándose de las ayudas que han estado recibiendo por más de siete años.
Desafortunadamente, nuestros recursos, como los de todos, han mermado mucho. Con el fin de los combates, las subvenciones de particulares han caído considerablemente. Y las asociaciones internacionales de beneficencia y caridad se niegan, en la mayoría de los casos, a financiar programas de desarrollo; algunos apuntan a sostener planes de emergencia, cuando la situación ya ha sido superada. Como si se quisiese mantener siempre a las personas en un estado de necesidad, en un estado de mendicidad y de dependencia, en lugar de ayudarles a recuperar su dignidad y la esperanza.
¿Qué decir de las asociaciones cristianas? Muchas de ellas adoptan la misma actitud: dicen sí a las ayudas humanitarias, sí a los medicamentos, a la reconstrucción de viviendas e iglesias, sí a la pastoral. Pero dicen No a los proyectos de desarrollo, a aquellos proyectos que podrían garantizar trabajo para las personas. Sin embargo, el Papa Francisco en más de una ocasión ha exhortado a los cristianos de Siria a no abandonar la tierra de sus antepasados, la tierra de sus raíces cristianas. Aún así, el éxodo continúa; pronto, seremos apenas un puñado de personas para llenar bellísimas iglesias restauradas, que habrán quedado vacías.
El 15 de marzo de 2019 está tocando nuestra puerta. Están por cumplirse ocho años de esta guerra injusta, absurda y atroz, que ha destruido nuestro país, que ha asesinado a 400.000 personas, que ha empujado al exilio a un millón de ciudadanos, creando cuatro millones de refugiados en las naciones del área y ocho millones de desplazados internos. Son personas que llevan mucho tiempo viviendo fuera de su casa.
Sí, estamos furiosos. Sin embargo, al mismo tiempo, miramos al futuro con la esperanza de que la guerra llegue a su fin; alimentamos la esperanza de que llegue el día en que podamos gozar de una paz verdadera, estable y duradera.
* Médico de Alepo y miembro laico de la orden de frailes Maristas azules
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