Abandonadas con sus hijos: la agonía de las viudas de la guerra en Sri Lanka
Catorce años después del final del conflicto entre el ejército y las milicias tamiles en las regiones del norte y del este, decenas de miles de mujeres que han perdido a sus maridos, padres y hermanos siguen luchando por sobrevivir en un contexto agravado por la crisis económica. “Solo tenemos un sueño, que nuestros hijos puedan estudiar”.
Jaffna (Asia News) - Han pasado 14 años desde que terminó la guerra de tres décadas en Sri Lanka. Una parte de la población celebró la "victoria", la otra, la que vivió las experiencias más terribles de la guerra, recuerda "las lágrimas" cuando perdieron todo. Las mujeres tamiles y cingalesas del norte y del este que debieron convertirse en "jefas de familia", siguen atrapadas en los traumas, la pobreza, la violencia social, los prejuicios culturales y religiosos y las tensiones psicológicas.
Según estimaciones de las Naciones Unidas, entre 40.000 y 70.000 civiles murieron en el norte y el este de Sri Lanka durante los últimos meses del conflicto, que se declaró terminado el 19 de mayo de 2009. Otros 150.000 habían muerto en 30 años de enfrentamientos entre el ejército del gobierno y los separatistas. Cerca 65.000 hombres y mujeres pasaron a formar parte de las filas de los "desaparecidos", mientras que decenas de miles de familias fueron arrancadas de sus tierras ancestrales y catalogadas como "desplazadas". Algunos siguen viviendo en los campamentos instalados en la península de Jaffna, sumidos en la frustración y una desesperación insoportable. Nagamuttu Inbanayagam, coordinador del Movimiento Nacional de Solidaridad Pesquera (NAFSO) en el distrito de Jaffna, afirmó que había 48 campamentos de desplazados internos solo en el norte, y actualmente todavía quedan 9 en Jaffna. Según datos oficiales actualizados al 2020, hay 67.000 familias a cargo de mujeres en el Norte y 127.000 en el Este.
En un encuentro con 50 de estas mujeres -tamiles, cingalesas y musulmanas que viven en Mannar, Mullaitivu, Kilinochchi, Trincomalee y Kalmunai- contaron que reciben ayuda mensual del gobierno, pero la cantidad siempre se mantuvo igual y hoy, con el aumento de los precios, ya no alcanza para vivir. Aparte de un "paquete de alimentos" que distribuyeron durante la pandemia y otros desastres, no han tenido ninguna otra ayuda del gobierno.
Aunque recibieron una vaca, una cabra y algunas gallinas para su sustento, solo pocas han podido ganarse la vida. Algunas explicaron que estos medios de vida fracasaron porque el lugar donde vivían no era adecuado y al mismo tiempo también tenían que cuidar a varios niños pequeños. Sólo la ayuda económica que les brindan organizaciones no gubernamentales, iglesias o instituciones afines a ellos, y que todavía entregan de vez en cuando, les ha ayudado a sobrevivir, pero no hay ningún tipo de programa de asistencia adecuado para sus hijos.
Algunas de estas mujeres que se convirtieron en el sostén de la familia porque sus esposos, padres o hermanos fueron secuestrados o murieron en la guerra, ya son ancianas. Otras han muerto. Algunas quedaron discapacitadas o padecen enfermedades mentales, otras sufren de estrés físico y psíquico que las hace más débiles de lo que corresponde a su edad. “No sabemos cuándo tendremos algún alivio de esta opresión que nos han impuesto”, dicen.
Arumanayagam Carmalittra - de 53 años y madre de 5 hijos - vive en Mannar. El marido de Carmalittra, que era maestro, debido a la imposibilidad de mantener contacto con el mundo exterior durante la guerra y las limitaciones de los servicios de salud, contrajo una fiebre y murió en tres días a los 45 años, sin recibir atención médica. Entonces ella debió asumir la responsabilidad de criar a dos niñas y tres varones de entre 6 y 14 años. No tenía derecho a ninguna ayuda del gobierno porque su esposo había sido maestro solo 10 años. En 2008, uno de los hijos de Carmelittra desapareció cuando viajaba de Paisalai a Mulankavil para visitar a su abuela y su familia. Ella presentó denuncias ante la policía y la Comisión de Derechos Humanos, pero hasta la fecha no ha recibido ninguna información.
M. Najima - de 49 años - vive en Kalmunai, en la Provincia Oriental. Su padre se fue a vender cabras y desapareció durante los feroces combates entre los LTTE y el ejército indio. La madre enfermó mentalmente y no pudo criar a los hijos de la familia. Najima tuvo que asumir su responsabilidad y con el tiempo, tras la muerte de su madre, se vio obligada a casarse con un hombre 30 años mayor que ella con el que tuvo una hija. Su anciano esposo también murió hace poco y ella sobrevive con algunos ingresos que consigue cosiendo ropa. “Más que asistencia ocasional -dice- necesitamos un programa sistemático para la educación de nuestros hijos”.
Las organizaciones que ayudan a estas mujeres dicen que para las amas de casa musulmanas que quedan viudas la opresión es aún más dura: ni siquiera se habla abiertamente de la pobreza y las injusticias que enfrentan.
Anne Rita Vincent de Paul -de 49 años y madre de seis hijos- de la aldea de Valaiippadu, también perdió a su esposo en un ataque con granadas contra el búnker donde vivían en 2009. Ella también resultó herida en el pecho por los disparos cuando buscaba protección con sus hijos. Vivían en el campamento de Ananda Coomaraswamy antes de regresar a su aldea de Valaipadu. Con la ayuda de Cáritas Hudec de la diócesis de Jaffna, reconstruyó la casa y logró recuperarse con un negocio de venta de pescado seco. Pero hoy el reto es mantener a los cuatro hijos que estudian, en medio de la actual crisis económica. La educación sigue siendo su único sueño.
23/09/2019 14:09