Misionero PIME: entre budistas y musulmanes, el anuncio del Evangelio es fuente de consolación
Kdol Leu (AsiaNews) - “Ser misionero en Camboya es una suerte, porque aquí se hace aún más evidente la novedad que trae el Evangelio. En Italia, en Europa, nos cuesta más percatarnos de la belleza, del mensaje de fe, esperanza y caridad, En este contexto no cristiano, observando a contraluz, tú percibes con mayor claridad que todo esto no es dado por descontado. Y la experiencia de descubrir el Evangelio se vuelve una fuente de consolación enorme”. Es lo que cuenta a AsiaNews el Padre Luca Bolelli, sacerdote de 40 años del Pontificio Instituto para las Misiones extranjeras (PIME), oriundo de Boloña y desde hace ya ocho años en el país del Sudeste asiático. “Soy feliz de mi elección misionera, no obstante todos mis límites -agrega-, que en estos años experimenté de una manera fuerte. Porque ellos son también el lugar de la experiencia del Señor, y la confirmación de una gracia característica del ser cristiano”.
El Padre Bolelli frecuentó el seminario diocesano de Boloña, profundizando en los estudios teológicos; en el año 2011 recibió la ordenación sacerdotal. Desde hace seis años que es párroco de el Kdol Leu, una aldea sobre las márgenes del río Mekong, a aproximadamente 40 km al norte de Kompong Cham, bastión de la provincia homónima, en la parte centro-oriental del país. Él guía una aldea católica (fundada en 1882 por el Padre Lazar), en una nación de amplia mayoría budista, pero en un área en la que hay una marcada prevalencia de los musulmanes (el 3% del total en el país), de etnia cham.
Las relaciones con los budistas son más simples -cuenta- porque católicos y budistas son khmer, la principal etnia del país. Los Cham son de otro pueblo distinto, con un origen particular, probablemente indonesio, hablan otra lengua... y en tanto son una minoría tienden a compactarse en torno a su propia identidad”. En los últimos años, prosigue, “ha surgido una progresiva ‘arabización’ de la comunidad musulmana cham, con una presencia cada vez mayor de personas que provienen de países árabes y, gracias al dinero, construyen mezquitas y asmilian las costumbres, radicalizándolas”.
Volviendo a la misión, el Padre Luca comienza contando los encuentros que tuvo en su etapa de estudios, cuando el seminario diocesano hospedaba a sacerdotes que provenían de tierras lejanas y que testimoniaban con entusiasmo su experiencia. “Me abrieron un mundo en lo que hace a las necesidades, y sobre la realidad misma”. A esto se sumó su contexto familiar, que siempre “tuvo una atención hacia lo social, hacia los pobres”. Esta combinación de elementos “me llevó a la búsqueda de un instituto misionero”. Entre ellos, la elección del PIME se debió al hecho de que “mantiene un vínculo firme con las iglesias de origen. El hecho de ser diocesano, pero a la vez estar al servicio de la iglesia local son los dos elementos de mayor valor que encontré allí”.
Hablando acerca de su experiencia, el Padre Luca afirma: “Al comienzo pensaba que sería ‘más fácil’ ser misionero, pero la realidad es distinta. Estoy experimentando el límite, la fatiga -que no es solamente física- los tiempos, el ritmo de la misión”. Una toma de conciencia, agrega, que nace del encuentro “con las personas, con su historia, sus hechos personales, su recorrido”. Uno de los aspectos que más cuestan es el de la relación con el poder, la autoridad, que en una aldea de misión a menudo coincide con el sacerdote mismo. “Si no estoy atento - confirma el misionero del PIME -, me vuelvo un instrumento de abuso en lugar de ser un instrumento de servicio”. A esto se agrega “el aspecto de la libertad del corazón, la elección de tomar los votos, el celibato, que comportan el compromiso y la promesa de amar a todos, sin preferencia, con la conciencia de tener los ojos dirigidos sobre sí”.
Para explicar mejor este aspecto de la misión, el Padre Luca cuenta la experiencia que vivió recientemente con una señora viuda de 30 años y madre de cuatro hijos. “La mujer, ligada a nuestra misión, se enamora de un hombre que venía de afuera, y para poder estar con él, estaba dispuesta a transferirse, dejando la casa y la comunidad. Le dije que pensara en los hijos, que no tomara decisiones apresuradas, y llegué a usar incluso un tono fuerte. Ella recibió estas palabras mías -prosigue- como una violencia ulterior, y así no logré ayudarla. Las demás personas de la comunidad me ayudaron a entender su punto de vista, que en Camboya son los hijos quienes siguen las pisadas de sus padres; para proteger a sus niños, estaba restando valor a sus tradiciones, que se han de tener muy presentes si se quiere profundizar en las relaciones. Entendí que, ante todo, es fundamental escuchar y valorar en el contexto”.
Es por eso que el empeño en la evangelización se vuelve, cada vez más, un “mirar el Evangelio”, escuchar la novedad que encierran las palabras de Jesús, involucrando “lo más que se pueda” a toda la comunidad cristiana en la misión misma. “Es hacer de tal manera -advierte- que los fieles sean los primeros misioneros”. De aquí surge la voluntad de promover actividades grupales, entre ellas, “la lectura comunitaria del Evangelio”, que ha permitido “que las personas crezcan en la fe”.
Por último, el elemento de la “fraternidad” es esencial en el desarrollo de la comunidad: “Si no se ahonda en la realidad -concluye el Padre Luca - se pierden el significado y el valor del anuncio, y esto vale también para las homilías, que deben ser, en la mayor medida de lo posible, testimonios, palabras concretas”.(DS)