10/11/2015, 00.00
VATICANO - ITALIA
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​Papa en Florencia: quiero una Iglesia que sepa “inquietar, animar”, que rehuya del poder, que “incluya” a los pobres, que sea dialogante

A los 2.500 participantes del 5to. Convenio Nacional de la Iglesia Italiana, Francisco habla del Humanismo cristiano, conformado por los “sentimientos” de Jesús: humildad, desinterés y bienaventuranzas. A los jóvenes les pide ser “fuertes” y “superar la apatía”. “Que nadie desprecie vuestra juventud, sino que aprendan a ser modelos tanto en el hablar como en el actuar”. “No miréis la vida desde el balcón, sino comprometeos, sumergíos en el vasto diálogo social y político”.

Florencia (AsiaNews) – Humildad, desinterés y bienaventuranzas constituyen la esencia del Humanismo cristiano, ese de los “sentimientos” de Jesús, que produce una fe “revolucionaria”. Por una Iglesia “accidentada, herida y sucia por haber salido a las calles”, una Iglesia que sabe “inquietar, animar” y que por lo tanto, rechaza el poder, “incluso cuando éste asume el rostro de un poder útil y funcional” a su imagen social, no piensa en las “estructuras”, sino que se deja guiar por el “soplo potente del Espíritu”.

“Algunos rasgos del Humanismo cristiano”, en una Iglesia que “desea salir, anunciar, habitar en la Historia, educar, transfigurar la fe” fueron indicados por el Papa Francisco, quien, en Florencia, se reunió en la Catedral de Santa María dei Fiore con 2.500 participantes del 5to Convenio Nacional de la Iglesia Italiana, que por tema tiene “En Jesucristo, el nuevo Humanismo”. Encuentro de una Iglesia, dijo en su saludo al papa el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, Card. Angelo Bagnasco, que “desea salir, anunciar, habitar en la historia, educar, transfigurar en la fe” y que “a partir de una renovada reflexión sobre el ser humano”, quiere reflexionar “sobre el modelo de persona difundido en el contexto social del cual somos parte” para preguntarse “cuáles son las metas ideales propuestas a los hombres y mujeres de hoy, y sobre todo, a los más jóvenes”.

Y es justamente a los jóvenes, a quien Francisco se dirigió en su largo discurso, llamándolos a ser “fuertes”, a “superar la apatía”.  “Que nadie desprecie vuestra juventud, sino que aprendan a ser modelos tanto en el hablar como en el actuar”. Os pido que seáis constructores de Italia, de poneros a trabajar por una Italia mejor. No miréis la vida desde el balcón, sino comprometeos, sumergíos en el vasto diálogo social y político. Que las manos de vuestra fe se alcen al cielo, pero que lo haga mientras edificáis una ciudad construida sobre relaciones en las cuales el amor de dios sea el fundamento. Y así seréis libres de aceptar los desafíos del hoy, de vivir los cambios y las transformaciones”.

En las palabras de Francisco, el primero de los “sentimientos de Jesús”, que son los “rasgos del humanismo cristiano”, es la humildad. “La obsesión por preservar la propia gloria, la propia “dignidad”, la propia influencia, no debe formar parte de vuestros sentimientos. Debemos procurar la gloria de Dios, y ésta no coincide con la nuestra. La gloria de Dios que resplandece en la última gruta de Belén o en la deshonra de la cruz de Cristo nos sorprende siempre”.

A la humildad, le sigue el desinterés. “Tenemos que buscar la felicidad de quien tenemos a nuestro lado. La humanidad del cristiano es siempre saliendo de sí. No es narcisista, autorreferencial. Cuando nuestro corazón es rico y está tan satisfecho de sí mismo, entonces, no hay lugar para Dios. Evitemos, por favor, “encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa protección, en las normas que nos transforman en jueces implacables, en las costumbres en las cuales nos sentimos tranquilos» (Ex. Ap. Evangelii gaudium, 49)”.

El tercer sentimiento de Jesús es la bienaventuranza. “El cristiano es un beato, tiene en sí mismo la alegría del Evangelio. En las bienaventuranzas el Señor nos indica el camino. Recorriéndolo, nosotros, seres humanos, podemos alcanzar la felicidad más auténticamente humana y divina. Jesús habla de la felicidad, que experimentamos sólo cuando somos pobres de espíritu.  Para los grandes santos, la bienaventuranza tiene que ver con la humillación y la pobreza. Pero también en la parte más humilde de nuestra gente hay mucho de esta bienaventuranza: es la que conoce la riqueza de la solidaridad, de compartir incluso lo poco que se posee; la riqueza del sacrificio cotidiano de un trabajo, que a veces es duro y mal remunerado, pero que se hace por amor a los seres queridos; y también la de las miserias propias, que sin embargo, cuando son vividas con confianza en la Providencia y en la misericordia de Dios Padre, alimentan una grandeza humilde”.

Para una Iglesia que quiere hacer suyos estos “sentimientos”, sin embargo, “las tentaciones que debemos afrontar son muchas”. La primera es el pelagianismo. “Ella empuja a la Iglesia a no ser humilde, desinteresada y beata. Y lo hace bajo la apariencia de un bien. El pelagianismo nos lleva a tener la confianza puesta en las estructuras, en las organizaciones, en las planificaciones perfectas, porque son abstractas. A menudo lleva incluso a asumir un estilo de control, que se caracteriza por la dureza, por la normatividad. La norma da a quien es pelagiano la seguridad de sentirse superior, de tener una orientación precisa. En esto él encuentra su fuerza, y no en la levedad del soplo del Espíritu. Frente a los males o a los ´problemas de la Iglesia, es inútil buscar la solución en los conservadurismos y fundamentalismos, en la restauración de conductas y formas superadas que ni siquiera culturalmente tienen la capacidad de ser significativas”.

La segunda tentación, indicada por el Papa, es la del gnosticismo, que “lleva a confiar en el razonamiento lógico y claro, el cual, sin embargo, pierde la ternura de la carne del hermano”. “La diferencia entre la trascendencia cristiana y cualquier otra forma de espiritualismo gnóstico está en el misterio de la Encarnación. No poner en práctica, no conducir la Palabra a la realidad, significa construir sobre arena, quedarse en la pura idea y degenerar en intimismos que no dan fruto, que vuelven estéril su dinamismo”.

A los obispos, luego, el Papa les volvió a pedir “ser pastores: que ésta sea vuestra alegría. Será la gente, vuestra grey, quien os sostendrá”. “Como pastores, no seáis predicadores de complejas doctrinas, sino anunciadores de Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Apuntad a lo esencial, al  kerygma. No hay nada más firme, profundo y seguro que este anuncio. Pero que sea todo el Pueblo de Dios quien anuncie el Evangelio, pueblo y pastores, juntos, quiero decir”. Finalmente, a la Iglesia italiana, él recomendó: “la inclusión social de los pobres” y  rehuir de “toda subrogación de poder, de imagen, de dinero. La pobreza evangélica es creativa, acoge, sostiene y es rica en esperanza”.

“Les recomiendo, también, de manera especial, la capacidad de diálogo y de encuentro. Dialogar no es negociar. Negociar es tratar de hacerse de la propia “porción” de la torta en común. No es esto a lo que mes estoy refiriendo. Sino que es buscar el bien común para todos. Discutir juntos, pensar en las mejores soluciones para todos. Muchas veces el encuentro traer aparejado el conflicto. En el diálogo se da el conflicto: es previsible que sea así. Y no debemos temerlo ni ignorarlo, sino aceptarlo. «Aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso» (Evangelii gaudium, 227). Pero debemos siempre recordar que no existe humanismo auténtico que no contemple el amor como vínculo  entre los seres humanos, ya sea de naturaleza interpersonal, íntima, social, política o intelectual. Sobre éste se funda la necesidad del diálogo y del encuentro, para construir, junto a los demás, la sociedad civil”.

Al término del encuentro, Francisco almorzará con 60 personas pobres, que son asistidas por Caritas.

 

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