29/12/2015, 00.00
CAMBOYA
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Un ferry en el río Mekong, la nueva frontera de la misión en Camboya

de Luca Bolelli
La narración del p. Bolelli, misionero del Pime en el país: una barcaza que une las dos riberas se convirtió en lugar de encuentro y confrontación con una multitud heterogénea. El musulmán que ayuna para el ramadán, el alcohólico que cambia vida, turistas occidentales y la dueña del ferry son algunos de los tantos rostros encontrados en el tiempo. Un puente arriesga hacer cancelar para siempre este lugar privilegiado de misión.

Kdol Leu (AsiaNews)- Publicamos a continuación la cata, que en estos días el p. Luca Bolelli envió a sus amigos del mundo. Originario de Bolonia, es un sacerdote del Pontificio Instituto Misiones Extranjeras (Pime) que está en Camboya hace ocho años.

Queridos amigos:

¡Un saludo fraterno desde Camboya! Gracias por todo lo que están haciendo por la iglesia y el pueblo camboyano. Este año les quisiera contar del…ferry.

Jamás hubiese pensado que un simple ferry pudiese convertirse en un lugar tan interesante. Sin embargo tengo como la sensación de ¡haber encontrado más personas allá arriba que en tierra firme! Sé que no es verdad, pero cada vez que subo al ferry, me encuentro con esa multitud heterogénea que me parece que esté presente todo el mundo: khmer, cham, vietnamitas, budistas, musulmanes, jóvenes mujeres con niños colgados en cualquier lado, mujeres ancianas cargadas con pescados para el mercado, grupos de estudiantes con el uniforme del colegio, pobres familias sobre una moto estrechos como brochetas en el asiento, familias ricas sentadas cómodamente en grandes automóviles, combis llenas de pasajeros confundidos entre las maletas, turistas de varios colores, vendedores ambulantes de todo tipo, policía uniformados y gente simple.

Diversos rostros de esta multitud me son familiares, pero otros me resultan siempre nuevos, no obstante son muchos años que tomo el ferry para atravesar el río Mekong. De hecho es el único modo para pasar a la otra parte, en Stung Trong donde está nuestro Centro de estudiantes. A veces hay que esperar más de una hora antes que llegue, se llene y reinicie su travesía de ese quilómetro de agua que separa las dos orillas. ¡Tiempo perdido!”, se me ocurría la inicio. “Tiempo especial”, se me ocurre decir ahora. Es un poco como cuando encuentras en la sala de espera de una estación o de la de un médico. Estás allí, en medio de tantas otras personas por lo más desconocidas que esperan. Un momento a menudo fastidioso donde cada uno trata siempre de llenar como puede. Pero, aquí en Camboya es distinto. Aquí, aunque si uno se conoce, comienza a hablar con los otros con facilidad. Baste pensar que el saludo normal (nuestro “buen día”) en camboyano es una pregunta, ¿dónde vas? Y ésta puede dar inicio a una larga conversación ¡con cualquiera!

Recuerdo aquella vez: era el último ferry de la jornada, había apenas terminado de hablar por teléfono y uno hombre con una cara un poco siniestra me preguntó ¿adónde iba?, después toda la serie clásica de preguntas: “¿dónde vives?, ¿en qué trabajas”, “¿estás casado?” (¡en Camboya hay un concepto muy tolerante sobre la privacidad!). y cuando supo que era un líder religioso de la zona, improvisamente se entusiasmó: “¡Ven a  i pueblo! ¡Construye una iglesia! ¡Abre una escuela! Me pidió mi número de teléfono y algunas semanas después fui a visitarlo. Luego y con mucha pena no logramos, por falta de fuerza, no logramos hacer nada.

También recuerdo esa otra vez: una gran charla con un señor musulmán sobre las respectivas religiones. Él estaba siguiendo el ayuno del Ramadán, pero al mismo tiempo, con el estómago vacío tenía que trabajar para mantener a su familia. Su tono sosegado, las preguntas sinceras e interesadas que me hacía, me impresionaron profundamente. Muy diversas de aquel otro señor que un tiempo antes, que cuando supo que era cristiano ¡desfachatadamente se me rio en la cara!

En el ferry hay realmente todo un mundo para encontrar. Como Nott, de cuarenta años, de los cuales veinte quemados por el alcohol. Un día decidió cambiar vida, escuchó que en el ferry buscaban personal y así tuvo la ocasión de alejarse de su pueblo y ganar algo de dinero. Cuántas charlas hemos hecho juntos apoyados en la baranda del ferry. Lo estimaba sinceramente, pues fue un hombre que fue capaz de vencer al vicio tan radicado en él. Después tristemente, también él se peleó con la dueña del ferry y se fue. Los encontré con mucho placer algunos días después, mientras trabajaba cerca de una barca. Le deseo de corazón que su vida nueva continúe.

Volviendo a la dueña del ferry, también ella, si bien después de un inicial período de desconfianza hacho por medio de medias sílabas, al final se convirtió en un acostumbrada compañera de travesía. Y era ella la que intervenía muchas veces cuando alguno se informaba sobre mi “estado matrimonial”, afirmando casi con algo de orgullo: “No está casado, es célibe como nuestros monjes budistas, ¡pero él lo hace para toda la vida!”. También ella, hace algunos meses, tuvo que irse. Con sus modos bruscos se ganó la enemistad de muchísimas personas y después de un año de protestas, el ministerio de Transportes, decidió revocarle la licencia y asumir la dirección del ferry.

Varias veces encontré también a turistas barang (occidentales): a menudo ciclistas más o menos preparados, a veces motociclistas con enormes motos todoterreno o en grupos organizados por alguna agencia de viajes. En estos casos soy quien toma la iniciativa. “Adónde van? ¿De dónde vienen? ¿Qué hacen?” Alguno me mira con desconfianza, haciéndome entender que no le gusta, otros en cambio acepta y se realiza una serie de intercambios también muy simpáticos. Alguno también se hospedó en mi casa, como Eveline una francesa de veinte años que estaba sola dando una vuelta al mundo en bicicleta. Ese día estaba en un día libre en un paseo-premio junto a mis colaboradores de la misión y la encontramos en el ferry, fueron suficientes pocas palabras, junto a un poco de confianza en el prójimo y Eveline se convirtió en una de las nuestras.

En la lengua camboyana, la expresión “atravesar el río” con un ferry, es usada también para indicar el parto de una mujer. El parto, así como la travesía de las aguas traicioneras de río es siempre un riesgo. Pienso en Ming Touch que dio a luz en estos días a una hermosa niña de casi tres quilos; pienso en María cuando parió a Jesús, lejos de su casa, en un establo. María “atravesó el río” como Ming Touch. Pero no sólo ellos. De hecho dicen que la vida es un continuo parto, un continuo renacer: salir de sí mismos, retomar cada vez el camino y atravesar los muchos “ríos” que parecen interrumpir nuestro camino.

El gobierno anunció para el año próximo la construcción de un puente que ocupará el lugar del ferry. Atravesar el río será más fácil, más veloz y menos arriesgado. Pero, debo ser sincero, no es una noticia que me alegre, porque perderemos así también el “riesgo” de hacer tantos encuentros imprevistos, forzados por los lentos tiempos y por los espacios reducidos del ferry.

¡Ah! ¡Me olvidaba de Visna! Desde hace un tiempo se lo encuentra en el ferry, con sus pantalones gastados, consumidos porque se debe arrastrar por el suelo, sus piernas están rígidas y no lo sostienen. Vive pidiendo la caridad, pero es aún joven, tiene menos de treinta años. Es huérfano y desde chico nadie se ocupó de él; por otro lado, según la mentalidad común si él es así en el fondo son problemas suyos, se lo debe merecer por algo de su vida precedente; darle una propina de riels, como caridad es más que suficiente. Por los tanto Visna está acostumbrado a ser mirado de lo alto hacia el bajo. Pero cuando subo al ferry y encuentro su mirada para intercambiar al menos una sonrisa, me viene a la mente a menudo las palabras de Jesús que dice: “El más pequeño en medio de vosotros es el más grande”.

Y cuando veo ciertos automóviles de lujo, con esas chapas gubernamentales relucientes, llegar al ferry haciéndose lugar, me imagino que en algún momento se detengan delante de Visna para inclinarse, ¡como los Reyes magos delante del Niño Jesús! De hecho Jesús se hizo pequeño y eligió a los pequeños como sus representantes: “Lo que habéis hecho al más pequeño lo habéis hecho a mí”, dijo un día. El mes próximo Visna podrá ir a estudiar al centro de minusválidos dirigido por los jesuitas en Phnom Penh. Después de haber golpeado muchas puertas, parece que logramos encontrar el lugar justo para él.

Está muy contento. ¡También nosotros!

¡Feliz navidad y un Buen Año Nuevo! El señor les done tanta paz, a Nott, a Visna, a todos.

 

 

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