Tel Aviv, los migrantes abusados y torturados necesitan que se les brinde ‘humanidad’
Los testimonios de sor Azezet y del P. Rafic, cercanos a los refugiados que corren el riesgo de ser expulsados. Muchos de ellos han sufrido torturas y episodios de violencia sexual en el Sinaí. Dar esperanza. El fenómeno de los refugiados genera confusión y racismo; es necesario mirar a la persona.
Tel Aviv (AsiaNews) – Plásticos que han dejado la piel quemada, descargas eléctricas, violencia sexual, comidas diarias compuestas por un trozo de pan y un poco de agua mezclada con diesel o sal. Son las torturas y abusos sufridos en el Sinaí por los migrantes que han solicitado asilo en Israel, y que ahora arriesgan ser expulsados. Es el relato que hace a AsiaNews sor Azezet Kidane, de origen eritreo y ciudadanía inglesa-camboyana, que desde el 2010 trabaja en favor de las víctimas del tráfico de seres humanos.
La religiosa se desempeña en Tel Aviv, colaborando con la ONG Médicos por los derechos humanos y como codirectora de Kuchinate, un proyecto que sostiene a los refugiados que viven en Israel, a través de la venta de canastos de madera entrelazada. Su dedicación a la lucha contra la trata de personas le valió en 2012 un premio del Departamento de Estado americano, que le fue entregado por la secretaria de Estado de aquel entonces, Hillary Clinton.
Las cifras oficiales de las víctimas de torturas hablan de 7.000 personas, pero para sor Kidane son 60.000. “La cuestión es el significado que se le da a la tortura. Si le preguntas a un eritreo si fue torturado, él te dice que no. Para mí y para ti, ciertas cosas son torturas: sobrevivir un día entero con una pequeño trozo de pan y un vaso de agua mezclada con diesel o sal; estar encerrado en un sótano con los ojos tapados; ser transportado en contenedores de basura. Sin embargo, para ellos, esto no es tortura. Si les pegan, para ellos no es un problema, es normal. Si les dicen que corran y que ni no corren les pegan, a esto no lo consideran tortura. Piensan que éste es el procedimiento normal para llegar a Israel. Sólo consideran que son tortura las cosas más dramáticas, como el plástico quemando la piel, las descargas eléctricas. Conocemos personas que han perdido las manos, que tienen las manos y piernas destruidas, que han perdido la vista”.
Desde el primero de enero de 2018, el gobierno israelí ha advertido a decenas de miles de solicitantes de asilo, en su mayor parte eritreos y sudaneses llegados a través del Sinaí entre el 2006 y 2012, que deberán dejar el país antes del mes de abril o de lo contrario, arriesgan terminar en prisión. La decisión ha desencadenado reacciones de parte de las organizaciones dedicadas a los migrantes y también del UNHCR, que piden que se dé marcha atrás en la medida, también porque los refugiados corren el riesgo de caer, por segunda vez, en manos de los traficantes.
El gobierno quiere expulsar ante todo a los hombres migrantes. Para la religiosa camboyana, eso es preocupante. “Es un gran problema para las mujeres que seguimos”, puesto que muchas de ellas no pueden trabajar, los alquileres cuestan mucho, y para su subsistencia dependen de unos 50 hombres que las ayudan. Si ellos se van, las mujeres pronto se encontrarán viviendo en una “pobreza trágica”.
Sor Kidane recuerda a una madre de dos hijos, que vive con el primo y un amigo suyo. El marido la dejó hace años, cuando partió hacia Ruanda sin siquiera despedirse, cansado de ella, “que no quería que él se le acercara” a causa del trauma sufrido por las violaciones. “Fue abusada muchas veces, pero jamás habló de ello. Con el dinero que le damos, ella paga los gastos médicos de los niños. Justamente ayer, ella me decía ‘si ellos se van, iré a vivir bajo los árboles’ y ‘si se van me mato, no puedo trabajar’. Una vez se negó a acostarse con uno de los traficantes, y éste le pegó con la culata de la pistola en la espalda, provocándole daños permanentes en las vértebras, por eso no puede trabajar”.
En este momento, la monja camboyana está entrevistando a algunas refugiadas, con la esperanza de poder relocalizarlas en América, a través del UNHCR. Son coloquios de cuando menos dos horas de duración, porque “cada persona es un mar”. “Las cuatro mujeres que escuché ayer fueron abusadas sexualmente. Y lo que me conmueve es que ellas todavía sonríen. Todavía creen, y dicen: ‘si el Señor no hubiese estado conmigo, no sé qué hubiera hecho’. Esto me conmueve mucho: una persona que ha atravesado el infierno, y que todavía sabe sonreír, creer”.
“Nuestro trabajo es que ellas recuperen la confianza en las personas, hacerles ver su humanidad”, continúa Kidane. “Porque si pierden la humanidad, se pierde todo. Los que las torturaron son, también, personas. Muchas de nuestras mujeres se divorcian porque pierden la confianza en las personas. Vienen a vernos con sospecha y miedo. Es necesario escucharlas una y otra vez, cientos de veces, para dares una espacio de confianza”.
En Israel, son muchos los que se han alzado en defensa de los refugiados: “Nosotros, organizaciones como Hotline, pero también otros, como los que les dan trabajo en hoteles, en restaurantes. Ellos también están combatiendo, pero nuestro miedo es que el gobierno no escuche a nadie”.
Para sor Kidane es importante recordar que el problema de los refugiados no compete solamente a Israel. “Cada personas, cada refugiado que encontramos –y no sólo en Israel- lleva un equipaje, un sufrimiento. El fenómeno de los refugiados genera confusión y racismo, y ellos sienten que no son queridos. Es necesario mirar a la persona, ver cuánto ha pagado para llegar donde está. Es necesario creer que no son un desafío, sino una riqueza, porque es tanta la belleza que ellos llevan consigo, no sólo miedo. Debemos ser personas de esperanza para las personas que encontramos en el camino”.
El problema de los migrantes es muy sentido, también, por la Iglesia de Jerusalén, que ha fundado para ellos el centro pastoral “Nuestra Señora del Valor”, en Tel Aviv. Allí, al igual que en Jerusalén, existe una pequeña comunidad parroquial de eritreos que son católicos de rito ge’ez, mientras que la mayoría son ortodoxos.
El Pbro. Rafic Nahra, responsable de la pastoral, también reafirma que “se necesitan soluciones más humanas”. “lo importante es que la Iglesia muestre que es conciente de ello, y que lo haga con amistad”, continúa el sacerdote. “No se trata de condenar a Israel, sino de decir que esto no es humano, y que es necesario encontrar otras soluciones”.
Desde que el gobierno construyó una valla en el Sinaí, en 2012, “el número de solicitantes de asilo ha ido disminuyendo, no creciendo. No se puede alegar que hay miedo de que haya arribos continuamente. Hace uno tres o cuatro años, eran 65.000. Y en el caso de los que están aquí, sus hijos han nacido aquí, están dispuestos a trabajar”. Incluso en este momento de incertidumbre, ellos trabajan para que sus hijos puedan vivir”.
“El problema es que [las autoridades] dicen que no son solicitantes de asilo, sino migrantes económicos. ¿Pero de qué dinero hablan? Esas personas que han atravesado el Sinaí fueron capturadas, fueron mantenidas rehenes, han sufrido”.
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