02/04/2016, 21.52
VATICANO
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Papa: una fe que no es capaz de meterse en las llagas del Señor no es fe, es una idea, es ideología

Francisco en la vigilia de oración de la Divina Misericordia en plaza San Pedro, a exactamente once años de la muerte de Juan Pablo II, quien instituyó la fiesta. “Qué bello sería que como recuerdo, como un monumento de este año de Misericordia, en cada diócesis hubiera una obra de misericordia: un hospital, una hogar para los ancianos, una escuela”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “Una fe que no es capaz de meterse en las llagas del Señor ¡no es fe! …”es una idea, ideología. Nuestra fe está encarnada en un Dios que se hizo carne, se hizo pecado, ¡que ha sido llagado por nosotros! Pero si nosotros queremos creer en serio y tener fe, debemos acercarnos y tocar esa llaga, acariciar esa llaga y también bajar la cabeza y dejar que otros acaricien nuestras llagas”. El Papa Francisco concluyó así, hablando de manera improvisada, su reflexión para la Vigilia de oración de la Divina Misericordia en la plaza San Pedro, a exactamente once años de la muerte de Juan Pablo II, quien instituyó la fiesta.

Y también, refiriéndose a un encuentro mantenido con una asociación de misericordia “Qué bello sería que como recuerdo, como un monumento de este año de Misericordia, en cada diócesis hubiera una obra de misericordia: un hospital, una hogar para los ancianos, una escuela, son tantas las cosas que se pueden hacer, Sería bello que cada diócesis se preguntase qué hacer para dejar un recuerdo viviente de este año de la Misericordia”.

Una Misericordia que, en sus palabras, es “ante todo, cercanía de Dios a su pueblo”, que, en Jesús, no sólo se puede “tocar con las manos”, sino que nos impulsa a volvernos también nosotros instrumentos de su misericordia” y “quien más la recibe, más está  llamado a ofrecerla, a comunicarla”. Una misericordia que se vuelve concreta. “Puede ser fácil –dice, de hecho- hablar de misericordia, mientras que es más difícil llegar a ser testigos de esa misericordia en lo concreto”.

Con el Papa Francisco hay veinte mil personas. Se reza, entre otros, por los cristianos perseguidos y los cristianos prisioneros de la mentalidad mundana, las personas abusadas y explotadas, los prófugos y los exiliados. Y se invoca la Divina Misericordia para que alcance a los violentos, a los sembradores del odio y a cuantos oprimen la dignidad del hombre.

“¿Cuántos son los rostros de la misericordia, con los que él viene a nuestro encuentro? Son verdaderamente muchos; es imposible describirlos todos, porque la misericordia de Dios es un crescendo continuo. Dios no se cansa nunca de manifestarla y nosotros no deberíamos acostumbrarnos nunca a recibirla, buscarla y desearla. Es siempre algo nuevo que provoca estupor y maravilla al ver la gran fantasía creadora de Dios, cuando sale a nuestro encuentro con su amor. Dios se ha revelado, manifestando muchas veces su nombre, y este nombre es “misericordioso” (cf. Ez 34,6). Así como la naturaleza de Dios es grande e infinita, del mismo modo es grande e infinita su misericordia, hasta el punto que parece una tarea difícil poder describirla en todos sus aspectos. Recorriendo las páginas de la Sagrada Escritura, encontramos que la misericordia es sobre todo cercanía de Dios a su pueblo. Una cercanía que se expresa y se manifiesta principalmente como ayuda y protección. Es la cercanía de un padre y de una madre que se refleja en una bella imagen del profeta Oseas, que dice así: «Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas. Me inclinaba, me inclinaba hacia él para darle de comer» (11,4). El abrazo de un papá y de una mamá con su niño. Es muy expresiva esta imagen: Dios toma a cada uno de nosotros y nos alza hasta sus mejillas. Cuánta ternura contiene y cuánto amor manifiesta. Ternura: palabra casi olvidada y de la que el mundo de hoy - y todos nosotros - tenemos necesidad. He pensado en esta palabra del Profeta cuando he visto el logo del Jubileo. Jesús no sólo lleva sobre sus espaldas a la humanidad, sino que además pega su mejilla a la de Adán, hasta el punto que los dos rostros parecen fundirse en uno”.

“¡Cuántos rostros, entonces, tiene la misericordia de Dios! Ésta se nos muestra como cercanía y ternura, pero en virtud de ello también como compasión y como participación, como consolación y perdón. Quien más la recibe, más está llamado a ofrecerla, a comunicarla; no se puede tener escondida ni retenida sólo para sí mismo. Es algo que quema el corazón y lo estimula a amar, porque reconoce el rostro de Jesucristo sobre todo en quien está más lejos, débil, solo, confundido y marginado. La misericordia no está quieta, sale a buscar a la oveja perdida, y cuando la encuentra manifiesta una alegría contagiosa. La misericordia sabe mirar a los ojos de cada persona; cada una es preciosa para ella, porque cada una es única. Cuánto dolor sentimos en el corazón cuando escuchamos decir: Pero, esta gente…, estos pobres, echémoslos fuera, dejémoslos que duerman en la calle”.

“Queridos hermanos y hermanas, la misericordia nunca puede dejarnos tranquilos. Es el amor de Cristo que nos “inquieta” hasta que no hayamos alcanzado el objetivo; que nos empuja a abrazar y estrechar a nosotros, a involucrar, a quienes tienen necesidad de misericordia para permitir que todos sean reconciliados con el Padre (cf. 2 Co 5,14-20). No debemos tener miedo, es un amor que nos alcanza y envuelve hasta el punto de ir más allá de nosotros mismos, para darnos la posibilidad de reconocer su rostro en los hermanos. Dejémonos guiar dócilmente por este amor y llegaremos a ser misericordiosos como el Padre. Hemos escuchado el Evangelio, Tomás era un testarudo. No había creído. Y encontró la fe precisamente cuando tocó las llagas del Señor. Una fe que no es capaz de meterse en las llagas del Señor ¡no es fe! Una fe que no es capaz de ser misericordiosa, como son signo de misericordia las llagas del Señor, no es fe: es una idea, ideología. Nuestra fe está encarnada en un Dios que se hizo carne, … ¡que ha sido llagado por nosotros! Pero si nosotros queremos creer en serio y tener fe, debemos acercarnos y tocar esa llaga, acariciar esa llaga y también bajar la cabeza y dejar que otros acaricien nuestras llagas. Y bien, entonces, que sea el Espíritu Santo quien guíe nuestros pasos: Él es el amor, él es la misericordia que se comunica a nuestros corazones. No pongamos obstáculos a su acción vivificante, sino sigámoslo dócilmente por los caminos que nos indica. Permanezcamos con el corazón abierto, para que el Espíritu pueda transformarlo; y así, perdonados, reconciliados, dentro de las llagas del Señor, lleguemos a ser testigos de la alegría que brota del encuentro con el Señor Resucitado, vivo entre nosotros”.

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