13/02/2019, 13.08
VATICANO
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Papa: la oración es cristiana si es oración de una comunidad fraterna

“Hay una ausencia impresionante en el texto del ‘Padre nuestro’. Falta una palabra que en nuestro tiempo merece –quizás, siempre- gran consideración por parte de todos: falta la palabra ‘yo’”. Y en “toda la segunda parte del ‘Padre Nuestro’ se usa la conjugación de la primera persona en plural: nosotros”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Si no se abre “al grito de tantas personas cercanas y lejanas”, mi oración “ya no es más cristiana”, porque “en la oración, un cristiano trae todas las dificultades de las personas que viven a su lado” y “no hay lugar para el individualismo en el diálogo con Dios”. La oración cristiana como oración de una comunidad fraterna es uno de los aspectos fundamentales del “Padre Nuestro”, tal como describió hoy el Papa Francisco, en la catequesis brindada en la audiencia general. “Hemos de recordar que delante del Padre, siempre estamos en comunión con nuestros hermanos y hermanos”, dijo al saludar a los alemanes.

Francisco se dirigió a las siete mil personas presentes en la Sala de audiencias, entre ellas, a 11 seminaristas provenientes de Hong Kong, para retomar el ciclo de catequesis sobre el ‘Padre Nuestro’, centrando su meditación sobre el Padre de todos nosotros.

En la oración, él subrayó: “Jesús no quiere hipocresía. La verdadera oración es aquella que se cumple en el secreto de la conciencia, del corazón: insondable, sólo visible a Dios. Ella rehúye de la falsedad: con Dios, es imposible fingir”. “En su raíz hay un diálogo silencioso, como el cruce de miradas entre dos personas que se aman: el hombre y Dios”. “Sin embargo, a pesar de que la oración del discípulo sea totalmente confidencial, jamás cae en el intimismo. En el secreto de la conciencia, el cristiano no deja el mundo puertas afuera de su habitación, sino que lleva en su corazón a las personas y las situaciones”.

“Hay una ausencia impresionante en el texto del ‘Padre nuestro’. Falta una palabra que en nuestra época merece  –quizás, siempre-  una gran consideración por parte de todos: falta la palabra ’yo’. Jesús enseña a rezar, teniendo en sus labios, ante todo, el ‘’, porque la oración cristiana es diálogo: ‘santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad’. Y luego, pasa al ‘nosotros’. Toda la segunda parte del ‘Padre nuestro’ se conjuga en la primera persona del plural: ‘el pan nuestro de cada día dánoslo hoy, perdona nuestras ofensas, no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal’. Incluso las exigencias más elementales del hombre –como la de tener comida para saciar el hambre-, todas son en el plural. En la oración cristiana, nadie pide pan para sí: se suplica pidiéndolo para todos los pobres del mundo”.  

“No hay lugar para el individualismo en el diálogo con Dios. No hay una ostentación de los problemas propios, como si fuésemos los únicos que sufren en el mundo. No hay oración que se eleve a Dios que no sea oración de una comunidad de hermanos y hermanas. No hay oración que se eleve a Dios que no sea oración de una comunidad de hermanos y hermanas, el nosotros: somos una comunidad, somos hermanos y hermanas, somos un pueblo que reza, nosotros. Una vez, un capellán de una cárcel me preguntó: ‘Dígame padre, ¿qué es lo opuesto del ‘yo’?  Y yo, muy ingenuamente, le dije: ‘Tú’. ‘Ese es el inicio de la guerra. La palabra opuesta al ‘yo’ es ‘nosotros’, donde hay paz, todos juntos’. Es una hermosa enseñanza la que recibí de ese cura”.

“En la oración, un cristiano lleva todas las dificultades de las personas que viven a su lado: cuando cae la noche, le cuenta a Dios los dolores que se han cruzado en su camino ese día; pone delante de Él muchos rostros, amigos e incluso a quienes le son hostiles: no los ahuyenta como si fuesen distracciones peligrosas. Si uno no se percata de que en torno suyo hay tanta gente que sufre, si no se apiada ante las lágrimas de los pobres, se es adicto a todo, entonces significa que su corazón es de piedra. En este caso, es bueno suplicar al Señor que nos toque el corazón con su Espíritu y ablande nuestro corazón. Cristo no pasó de lado, impávido,  ante de las miserias del mundo: cada vez que percibía un pedido, un dolor del cuerpo o del espíritu, tenía una fuerte compasión, como las entrañas de una madre. Esto de ‘sentir compasión’ es uno de los verbos-clave del Evangelio: es lo que empuja al Buen Samaritano a acercarse al hombre herido que yace al costado del camino; a diferencia de los demás, que tienen el corazón duro.

“Podemos preguntarnos: cuando rezo, ¿me abro al grito de tantas personas cercanas y lejanas? ¿O pienso en la oración como una especie de anestesia, para poder estar más tranquilo? En este caso, podría ser víctima de un terrible equívoco. Ya que por cierto, mi oración ya no sería cristiana. Porque ese ‘nosotros’, que Jesús nos ha enseñado, me impide estar en paz si me veo solo, y me hace responsable de mis hermanos y hermanas”.  

“Santos y pecadores –continuó diciendo- somos todos hermanos, amados por el mismo Padre. Y, en el atardecer de la vida, seremos juzgados por el amor. No un amor meramente sentimental, sino compasivo y concreto, según la regla evangélica: «Todo lo que hicisteis por uno solo de estos hermanos más pequeños, lo habéis hecho por mí» (Mateo 25,40). Así dice el Señor”.

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