04/03/2016, 20.56
VATICANO
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Papa: el confesor, “instrumento” de Dios, ha de estar atento a no poner obstáculos a Su misericordia.

Se requiere una preparación “precisa y puesta al día”. Si no se puede dar la absolución, “ante todo, tratar de ver si hay un camino: muchas veces se lo encuentra. Segundo: no ligarse solamente al lenguaje hablado, sino también al lenguaje de los gestos”. “Y tercero: si no pueden dar la absolución, hablar como padre: “Pero oye, por esto yo no puedo dar la absolución, ¡pero puedo asegurarte que Dios te ama, que Dios te espera!”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Los confesores recuerden que son “instrumentos” de la misericordia de Dios. Sean, por lo tanto, “atentos a no poner obstáculos a este don de salvación” Si no se puede dar la absolución, “ante todo, tratar de ver si hay un camino: muchas veces se lo encuentra. Segundo: no ligarse solamente al lenguaje hablado, sino también al lenguaje de los gestos”. “Y tercero: si no pueden dar la absolución, hablar como padre: “Pero oye, por esto yo no puedo dar la absolución, ¡pero puedo asegurarte que Dios te ama, que Dios te espera!”.

El encuentro del día de hoy del Papa con los participantes en el curso anual sobre el “Foro interno”, promovido por la Penitenciaría Apostólica, dio la ocasión a Francisco para reiterar sus indicaciones a los sacerdotes que confiesan, a quienes recordó las palabras de Jesús acerca de la alegría que hay en cielo por un pecador convertido, para decir que las confesiones han de ser un “canal de alegría” para el fiel, para que “no se sienta más oprimido por las culpas, sino que pueda gustar de la obra de Dios que lo ha liberado, vivir en acción de gracias, dispuesto a reparar el mal cometido y a ir al encuentro de los hermanos con corazón bueno y disponible”.

La celebración del sacramento, dijo,  que “parece encontrar en esta palabra –‘misericordia” –su síntesis”, requiere de “una adecuada y actualizada preparación, a fin de que quien acusa pueda «tocar con la mano la grandes de la misericordia, fuente de verdadera paz interior »”. La misericordia, de hecho, “antes que se una actitud o una virtud humana, es la elección definitiva de Dios a favor de cada ser humano para su eterna salvación: elección sellada con la sangre del Hijo de Dios. Esta divina misericordia puede alcanzar gratuitamente a todos aquellos que la invocan. De hecho, la posibilidad del perdón está de verdad abierta a todos, es más está abierta de par en par, como la más grande las ‘puertas santas’, porque coincide con el corazón mismo del Padre, que ama y espera a todos sus hijos, y en modo particular a aquello que se han equivocado más, y que están lejos. La misericordia del Padre puede alcanzar a cada persona de múltiples maneras: a través de la apertura de una conciencia sincera; por medio de la lectura de la Palabra de Dios que convierte el corazón; mediante un encuentro con una hermana o un hermano misericordiosos; en las experiencias de la vida que nos hablan de heridas, de pecado, de perdón y de misericordia”.

“Hay sin embargo un “camino seguro” de la misericordia, recorriendo el cual se pasa de la posibilidad a la realidad, de la esperanza a la certeza. Este camino es Jesús, el cual  «tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados» (Lc 5,24) y ha transmitido esta misión a la Iglesia (cfr Jn 20,21-23). El sacramento de la Reconciliación es, por lo tanto, el lugar privilegiado para hacer experiencia de la misericordia de Dios y celebrar la fiesta del encuentro con el Padre”. En esto no nos faltan los hermanos santos a quienes mirar: pensemos en Leopoldo Mandic o en Pío de Pietrelcina, cuyos restos hemos venerado hace un mes en el Vaticano”.

 “Cada fiel arrepentido, luego de la absolución del sacerdote, tiene la certeza, por la fe, de que sus pecados no existen más, han sido eliminados por la divina misericordia. Cada absolución es, en cierto modo, un jubileo del corazón, que alegra no sólo a los fieles de la Iglesia, sino sobre todo a Dios mismo”. Jesús lo dijo: « habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que convierte,  que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse.» (Lc 15,7). Es importante, por lo tanto, que el confesor sea también un ‘canal de alegría’, y que el fiel, luego de haber recibido el perdón, no se sienta más oprimido por las culpas, sino que pueda gustar de la obra de Dios que lo ha liberado, vivir en acción de gracias, dispuesto a reparar el mal cometido y a ir al encuentro de los hermanos con el corazón bueno y disponible”.

“En este, nuestro tiempo, signado por el individualismo, por tantas heridas y por la tentación de cerrarse, es justamente un verdadero don ver y acompañar a personas que acuden a la misericordia. Ello conlleva, asimismo, para todos nosotros, una obligación aún mayor de coherencia evangélica y de benevolencia paterna; somos custodios, pero jamás dueños, sea del perdón como de la gracia.  Volvamos a poner en el centro –¡y no sólo en este Año jubilar!- el sacramento de la Reconciliación, verdadero espacio del Espíritu en el cual todos, confesores y penitentes, podemos hacer experiencia del único amor definitivo y fiel, el de Dios por cada uno de sus hijos, un amor que no desilusiona jamás”.

El Papa luego, improvisando, se preguntó: “¡Qué hago si me encuentro ante una dificultad y no puedo dar la absolución?”. “¿Qué debe hacerse? Pero primero de todo, buscar si hay un camino: muchas veces se lo encuentra. Segundo: no quedarse ligado solamente al lenguaje hablado, sino también al lenguaje de los gestos. Hay gente que no puede hablar y con el gesto dice el arrepentimiento, el dolor. Y tercero: si no puedes dar la absolución, hablarle como padre: ““Pero oye, por esto yo no puedo dar la absolución, ¡pero puedo asegurarte que Dios te ama, que Dios te espera! Recemos a la Virgen para que te custodie y ven, vuelve,   porque yo te estaré esperando como te espera Dios’, y dar la bendición. De manera que esta persona sale del confesionario (y dice): ‘He encontrado a un padre y no me ha apaleado’… Pero, cuántas veces habéis escuchado a gente que dice: “Yo jamás me confieso, porque una vez fui y me gritó”. “Incluso en el caso límite, en el cual yo no puedo absolver, pero, que sienta el calor de un padre, ¿eh? Que los bendigáis, y si nunca vuelve, vuelve…También que recéis un poco con él o ella. Siempre esto: es el padre quien está allí. Y esta es fiesta también, y Dios sabe como perdonar las cosas mejor que nosotros, ¿no? Pero, al menos nosotros, seamos el ícono del Padre”.

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