27/02/2019, 14.12
VATICANO
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Papa: Una cosa es segura, es el mal el que tiene miedo

Durante la audiencia general, Francisco recuerda las siete peticiones del Padre Nuestro: “Las primeras tres tienen como centro el “Tú” de Dios Padre; las otras cuatro tienen como centro el ‘nosotros’ y nuestras necesidades humanas”. Con el advenimiento de Cristo, “el mal tiene los días contados, el mal no es eterno, el mal ya no puede lastimarnos”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – De una cosa podemos estar seguros: “es el mal el que tiene miedo”. Tiene miedo porque “cuando Jesús comienza a predicar,  el primero en pagar las consecuencias de ello es precisamente el mal que aflige al hombre”. Es lo que dijo esta mañana el Papa Francisco durante la acostumbrada audiencia general en la Plaza de San Pedro.  

El pontífice continuó su catequesis, orientada al “redescubrimiento de la oración del Padre nuestro". Hoy, dijo a los fieles presentes, “profundizaremos en la primera de sus siete invocaciones, es decir, ‘santificado sea tu nombre’. Las peticiones del ‘Padre Nuestro son siete, y son fácilmente divisibles en dos subgrupos. Las primeras tres tiene como centro el ‘Tú’ de Dios Padre; las otras cuatro, tienen como centro el ‘nosotros’ y nuestras necesidades humanas”.

En la primera parte, “Jesús nos hace entrar en sus deseos, todos ellos dirigidos al Padre: ‘santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad’; en la segunda, es Él quien se adentra en nosotros y se hace intérprete de nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en la tentación y la liberación del mal”.

Aquí está la matriz de toda oración cristiana; es más, subraya el Papa, “diría que de toda oración humana –que siempre está hecha, por una parte, de la contemplación de Dios, de su misterio, de su belleza y bondad;  y, por otra, de sincero y valiente pedido de aquello que precisamos para vivir, y vivir bien. De esta manera, en su simplicidad y esencialidad, el ‘Padre Nuestro’ educa a quien lo reza, a fin de no multiplicar palabras vanas, porque –como Jesús mismo dice – ‘vuestro Padre sabe lo que necesitan antes de que se lo pidan’ (Mt 6,8)”.

Cuando hablamos con Dios, agrega Francisco “no lo hacemos para revelarle lo que tenemos en el corazón: ¡él lo sabe mucho mejor que nosotros! Si bien Dios es un misterio para nosotros, nosotros, en cambio, no somos un enigma ante sus ojos (cfr. Sal 139,1-4). Dios es como una de esas mamás a las cuales les basta una mirada para entender todo sobre sus hijos: si están contentos o tristes, si son sinceros o si esconden algo…”.  

Es “interesante resaltar que Jesús, en el sermón de la montaña, transmite inmediatamente después el texto del ‘Padre Nuestro’, nos exhorta a no preocuparnos y a no afanarnos por las cosas. Parece una contradicción: primero, nos enseña a pedir el pan de cada día, y luego nos dice: ‘No se preocupen, por tanto, diciendo: ¿qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos? (Mt 6,31). Pero la contradicción es solo aparente: las peticiones del cristiano expresan la confianza en el Padre; y es justamente esta confianza lo que nos hace pedir aquello que necesitamos, sin afanarnos ni agitarnos” por ello.

La santidad de Dios, subraya, “es una fuerza en expansión, y nosotros suplicamos para que se apresure a hacer añicos las barreras de nuestro mundo. Cuando Jesús comienza a predicar, el primero en pagar las consecuencias de ello es el mal, que aflige al hombre. Los espíritus malignos lo imprecan; ‘¿Qué quieres tú de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres tú: ¡el santo de Dios!’ (Mc 1, 24). Jamás se había visto una santidad así: no preocupada por sí misma, sino proyectada hacia el exterior. Una santidad –la de Jesús- que se expande en círculos concéntricos, como cuando se arroja una piedra a un estanque. El mal tiene los días contados, el mal no es eterno, el mal ya no puede lastimarnos: ha llegado el hombre fuerte que toma posesión de su casa (cfr. Mc 3,23-27)”.

La oración, concluye el Papa, “expulsa todos los temores. El Padre nos ama, el Hijo alza los brazos buscando los nuestros, el Espíritu trabaja en secreto para la redención del mundo. Nosotros no vacilamos en la inceridumbre. Dios me ama. Jesús ha dado su vida por mí. Una cosa es cierta: es el mal el que tiene miedo. Y esto es bello. Gracias”. 

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