Papa: Se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo
El Papa Francisco celebra la misa en la conclusión del Jubileo de la Misericordia. Una vista previa de la Carta apostólica «Misericordia et misera" fue entregada a una delegación de obispos, sacerdotes y laicos. Entre ellos el card. Luis Antonio Tagle de Manila, una monja de Corea del Sur, un par de jóvenes novios, una persona con discapacidad y una persona enferma. "La realeza de Jesús está en la cruz, donde se parece más a un perdedor que un ganador". "La fuerza de atracción del poder y el éxito parecía una manera rápida y fácil de difundir el Evangelio". "Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus hijos amados. Él cree que siempre se puede empezar de nuevo, levantarse". Agradecimientos a los enfermos y las monjas de clausura por las oraciones que ofrecen para el éxito del Jubileo.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - "Se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta para nosotros la verdadera puerta de la gracia, que es el Corazón de Cristo", el Papa Francisco explicó así lo que sucedió al comienzo de la misa de hoy en la plaza San Pedro para la conclusión del Jubileo de la misericordia. Al comienzo de la celebración, de hecho, el Papa cerró la Puerta Santa de la Basílica, que fue cruzada por "muchos peregrinos ... fuera del fragor de las noticias" y "han probado la gran bondad del Señor".
"Recordemos - dijo - que hemos sido investidos de misericordia para revestirnos de sentimientos de misericordia, para ser también instrumentos de misericordia. Continuemos nuestro camino juntos". Y justamente para continuar el viaje de la misericordia después del Jubileo, al final de la celebración, en una vista previa el pontífice entregó una muestra a los fieles de la Carta apostólica «Misericordia et misera".
Para recibirla de manos del Papa estuvieron: el card. Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila; Mons. Leo Cushley, Arzobispo de San Andrés y Edimburgo; dos sacerdotes misioneros de la Misericordia, de Congo Kinshasa y Brasil; un diácono permanente de la diócesis de Roma; dos monjas de México y Corea del Sur; una familia de Estados Unidos; una joven pareja comprometida; dos madres catequistas de Roma; una persona con discapacidad y una persona enferma. La carta apostólica será presentado oficialmente mañana en la oficina de prensa del Vaticano.
Anteriormente, en su homilía, dirigiéndose a la plaza abarrotada - hubo al menos 70 mil fieles - el Papa alabó la fiesta de hoy, nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, como la "corona" del año litúrgico del Jubileo, que concluyó hoy.
"La realeza de Jesús - dijo - está en la cruz, donde se parece más a un perdedor que a un ganador"
"La grandeza de su reino no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas. Por este amor, Cristo se abajó hasta nosotros, vivió nuestra miseria humana, probó nuestra condición más ínfima: la injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos. De esta forma nuestro Rey fue incluso hasta los confines del Universo para abrazar y salvar a todo viviente. No nos ha condenado, ni siquiera conquistado, nunca ha violado nuestra libertad, sino que se ha abierto paso por medio del amor humilde que todo excusa, todo espera, todo soporta (cf. 1 Co 13,7). Sólo este amor ha vencido y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte y el miedo".
Hay que "creer que Jesús es el Rey del universo y el centro de la historia" y "hacerlo el Señor de nuestras vidas", aceptando incluso "su forma de gobernar".
Y refiriéndose al Evangelio de hoy (Lucas 23: 35-43), él mostró el camino en "tres figuras" mirando a Jesús en la cruz: "la gente que mira, el grupo que se encuentra en las proximidades de la cruz y un malhechor crucificado al lado de Jesús".
“En primer lugar, el pueblo: el Evangelio dice que «estaba mirando» (Lc 23,35): ninguno dice una palabra, ninguno se acerca. El pueblo esta lejos, observando qué sucede. Es el mismo pueblo que por sus propias necesidades se agolpaba entorno a Jesús, y ahora mantiene su distancia. Frente a las circunstancias de la vida o ante nuestras expectativas no cumplidas, también podemos tener la tentación de tomar distancia de la realeza de Jesús, de no aceptar totalmente el escándalo de su amor humilde, que inquieta nuestro «yo», que incomoda. Se prefiere permanecer en la ventana, estar a distancia, más bien que acercarse y hacerse próximo. Pero el pueblo santo, que tiene a Jesús como Rey, está llamado a seguir su camino de amor concreto; a preguntarse cada uno todos los días: «¿Qué me pide el amor? ¿A dónde me conduce? ¿Qué respuesta doy a Jesús con mi vida?»”.
“Hay un segundo grupo, que incluye diversos personajes: los jefes del pueblo, los soldados y un malhechor. Todos ellos se burlaban de Jesús. Le dirigen la misma provocación: «Sálvate a ti mismo»”.
“Si es Dios, que demuestre poder y superioridad. Esta tentación es un ataque directo al amor: «Sálvate a ti mismo» (vv. 37. 39); no a los otros, sino a ti mismo. Prevalga el yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible, la primera y la última del Evangelio. Pero ante este ataque al propio modo de ser, Jesús no habla, no reacciona. No se defiende, no trata de convencer, no hace una apología de su realeza. Más bien sigue amando, perdona, vive el momento de la prueba según la voluntad del Padre, consciente de que el amor dará su fruto”.
“Para acoger la realeza de Jesús, estamos llamados a luchar contra esta tentación, a fijar la mirada en el Crucificado, para ser cada vez más fieles. Cuántas veces en cambio, incluso entre nosotros, se buscan las seguridades gratificantes que ofrece el mundo. Cuántas veces hemos sido tentados a bajar de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito se presenta como un camino fácil y rápido para difundir el Evangelio, olvidando rápidamente el reino de Dios como obra. Este Año de la misericordia nos ha invitado a redescubrir el centro, a volver a lo esencial. Este tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el que resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera”.
Finalmente el tercer personaje: “el malhechor que le ruega diciendo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino»”.
“Esta persona, mirando simplemente a Jesús, creyó en su reino. Y no se encerró en sí mismo, sino que con sus errores, sus pecados y sus dificultades se dirigió a Jesús. Pidió ser recordado y experimentó la misericordia de Dios: «hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Dios, apenas le damos la oportunidad, se acuerda de nosotros. Él está dispuesto a borrar por completo y para siempre el pecado, porque su memoria, no como la nuestra, olvida el mal realizado y no lleva cuenta de las ofensas sufridas. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus hijos amados. Y cree que es siempre posible volver a comenzar, levantarse de nuevo”.
“Pidamos también nosotros – ha concluido - el don de esta memoria abierta y viva. Pidamos la gracia de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza. Como Dios cree en nosotros, infinitamente más allá de nuestros méritos, también nosotros estamos llamados a infundir esperanza y a dar oportunidad a los demás. Porque, aunque se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo. Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y la esperanza”.
“Nos acompaña la Virgen María, también ella estaba junto a la cruz, allí ella nos ha dado a luz como tierna Madre de la Iglesia que desea acoger a todos bajo su manto. Ella, junto a la cruz, vio al buen ladrón recibir el perdón y acogió al discípulo de Jesús como hijo suyo. Es la Madre de misericordia, a la que encomendamos: todas nuestras situaciones, todas nuestras súplicas, dirigidas a sus ojos misericordiosos, que no quedarán sin respuesta”.
Antes de la conclusión de la misa, el Papa Francisco ha querido agradecer a todos aquellos que han orado por la realización del Jubileo, sobre todo las hermanas de clausura: “Un grato recuerdo – ha dicho - va a quienes han contribuido espiritualmente a la realización del Jubileo: pienso en muchas personas ancianas y enfermas, que rezaron sin cesar, incluso ofreciendo sus sufrimientos por el Jubileo. En especial, me gustaría dar las gracias a las monjas de clausura, en la vigilia del Día Pro Orantibus que se celebra mañana. Invito a todos a tener un recuerdo especial para estas hermanas nuestras, que se dedican totalmente a la oración y que necesitan de solidaridad espiritual y material”.
23/12/2015
21/11/2016 19:35