31/03/2018, 00.20
VATICANO
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Papa: Jesús resucitado es una invitación a renovarse y a esperar frente a las dificultades

En la Vigilia de la Noche de Pascua, Francisco dice que “celebrar la Pascua significa creer nuevamente que Dios irrumpe y no cesa de irrumpir en nuestras historias, desafiando nuestros determinismos uniformados y paralizadores”. “¡Resucitó!”. Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. ¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia!”

Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- Jesús ha resucitado,  es el mensaje de la Pascua. Con el “resurge nuestra esperanza creativa para enfrentar los problemas actuales, porque sabemos que no estamos solos”. Y celebrar la Pascua significa: creer nuevamente que Dios irrumpe y no cesa de irrumpir en nuestras historias, desafiando nuestros determinismos uniformados y paralizadores. Celebrar la Pascua significa dejar que Jesús venza aquella actitud pusilánime que tanta veces nos asedia y trata de enterrar todo tipo de esperanza”. Es responder a la invitación de romper las costumbres repetitivas, a renovar nuestra vida, nuestra elecciones y nuestra existencia”. Es el mensaje que el Papa Francisco dirigió a los fieles en la noche de Pascua, la “vigilia de todas las vigilias”.

Es un rito lleno de significados, emocionante. Se inició en el atrio de la basílica de San Pedro con la bendición del fuego y la preparación del cirio pascual. El ingreso de la procesión, en la oscuridad, con el cirio encendido, fue acompañado por el improviso encenderse de todas las luces de la basílica y por el canto del “Exultet”.

En el curso de la misa, el Papa renovó la tradición de los bautismos en la noche de Pascua, administrando los sacramentos de la iniciación cristiana a 8 catecúmenos provenientes de Albania, Italia, Nigeria, Perú y EEUU de América.

El hecho de renacer, ligado a la Resurrección, con la exhortación a renovarse, fueron centrales en la homilía de Francisco, que partió del “peso del silencio delante de la muerte del Señor, un silencio en el cual cada uno de nosotros pueda reconocerse y que cala en lo profundo en las hendiduras del corazón del discípulo que delante de la cruz se queda sin palabras tomando conciencia de las propias reacciones durante las horas cruciales de la vida del Señor, son las horas del discípulo enmudecido frente al dolor generado por la muerte de Jesús, ¿qué se puede decir delante de esta realidad? El discípulo que se queda sin palabras tomando conciencia de las propias reacciones durante las horas cruciales de la vida del Señor: frente a la injusticia que condenó al Maestro, los discípulos, se callaron; frente a las calumnias y a los falsos testimonios sufridos por el Maestro, los discípulos callaron. Durante la horas difíciles y dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron en modo dramático su propia incapacidad de arriesgar y de hablar en favor del Maestro; es más lo renegó, lo han renegado, se escondieron, escaparon, se callaron. (cfr. Jn 18, 25-27)”.

Es el discípulo de hoy, enmudecido ante una realidad que se le impone haciéndole sentir, y lo que es peor, creer que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos. Es el discípulo atolondrado por estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al «siempre se hizo así».

Y en medio de nuestros silencios, cuando callamos tan contundentemente, entonces, las piedras empiezan a gritar (cf. Lc 19,40)[1] y a dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener en su seno: «No está aquí. Ha resucitado» (Mt 28,6). La piedra del sepulcro gritó y en su grito anunció para todos un nuevo camino. Fue la creación la primera en hacerse eco del triunfo de la Vida sobre todas las formas que intentaron callar y enmudecer la alegría del evangelio”.

Es el discípulo atolondrado por estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al «siempre se hizo así» Es el discípulo atolondrado por estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al «siempre se hizo así»

Y si ayer, con las mujeres contemplábamos «al que traspasaron» (Jn 19,36; cf. Za 12,10); hoy con ellas somos invitados a contemplar la tumba vacía y a escuchar las palabras del ángel: «no tengan miedo… ha resucitado» (Mt 28,5-6). Palabras que quieren tocar nuestras convicciones y certezas más hondas, nuestras formas de juzgar y enfrentar los acontecimientos que vivimos a diario; especialmente nuestra manera de relacionarnos con los demás. La tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia. Resucitó de la muerte, resucitó del lugar del que nadie esperaba nada y nos espera —al igual que a las mujeres— para hacernos participar de su obra salvadora. Este es el fundamento y la fuerza que tenemos los cristianos para poner nuestra vida y energía, nuestra inteligencia, afectos y voluntad en buscar, y especialmente en generar, caminos de dignidad. ¡No está aquí…ha resucitado! Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. ¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, cuánto necesitamos que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos que nuestros miopes horizontes se vean cuestionados y renovados por este anuncio! Él resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no estamos solos”

 “Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «uniformantes» y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza. La piedra del sepulcro ha hecho su parte, las mujeres del evangelio han hecho su parte, ahora la invitación va dirigida una vez más a ustedes y a mí: una invitación a romper las rutinas, a renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia. Una invitación que va dirigida allí donde estamos, en lo que hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos. ¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos? “¡No está aquí, ha resucitado!” Y te espera en Galilea, te invita a volver al tiempo y al lugar del primer amor, para decirte: No tengas miedo, sígueme”.(FP)

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