Papa en Japón: el uso de las armas atómicas es ‘un crimen’ y es ‘inmoral’
Francisco fue a Hiroshima y a Nagasaki. Desde Nagasaki lanzó su Mensaje sobre las armas nucleares, en Hiroshima, junto al arco que marca el punto en el cual cayó la bomba, repitió el “¡Nunca más la guerra, nunca más el rugido de las armas, nunca más tanto sufrimiento!”.
Tokio (AsiaNews) – “Recordar” las bombas atómicas que en agosto de 1945 destruyeron Hiroshima y Nagasaki para reafirmar que el uso de las armas atómicas es “un crimen” y es “inmoral”, pero también para afirmar que la humanidad quiere la paz que no puede estar fundada sobre la posesión de armas, sino sobre la recíproca confianza.
Fue la visita central la visita a las ciudades heridas por las bombas atómicas la segunda jornada del Papa Francisco a Japón. Desde Nagasaki Francisco lanzó su Mensaje sobre las armas nucleares (en la Foto), en Hiroshima, junto al arco que marca el punto en el cual cayó la bomba, iluminando en la oscuridad de la noche, junto a un grupo de 20 sobrevivientes, repitió el “¡Nunca más la guerra, nunca más el rugido de las armas, nunca más tanto sufrimiento!”.
Llegado a Nagasaki a las 9,20 locales (1.200 GMT), al Atomic Bomb Hypocenter Park, Francisco encendió una vela y rezó en silencio, antes de dirigirse a Nishizaka Hill, lugar en el cual, en 1597, fueron ajusticiados San Pablo Miki junto a 25 compañeros mártires.
“La paz y la estabilidad internacional- se lee en el mensaje- son incompatibles con cualquier intento de construir sobre el miedo de la recíproca destrucción o sobre una amenaza de destrucción total; son posibles sólo a partir de una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro modelado por la interdependencia y por la corresponsabilidad en la entera familia humana de hoy y de mañana”.
“Aquí, en esta ciudad, que es testigo de las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales de una ataque nuclear, no serán jamás suficientes los intentos de alzar la voz contra la carrera a los armamentos. De hecho, ésta gasta recursos precioso que podrían en cambio ser utilizados en ventaja del desarrollo integral de los pueblos y para la protección del ambiente natural. En el mundo de hoy, donde millones de niños y familias viven en condiciones inhumanas, el dinero gastado y las fortunas ganadas para fabricar, modernizar, mantener y vender armas, siempre más destructivas, son un atentado continuo que grita al cielo”
“Nuestra respuesta a la amenaza de las armas nucleares debe ser colectiva y concertada, basada sobre la ardua pero constante construcción de una confianza recíproca que rompa la dinámica de desconfianza actualmente prevaleciente”.
“En Hiroshima Kojí Hosokawa, uno de los sobrevivientes presentes, dijo: “Pienso que todos deberían darse cuenta que las bombas atómicas fueron dejadas caer no sobre Hiroshima y Nagasaki, sino sobre toda la humanidad”.
Y en nombre de aquella humanidad que Francisco fue a Hiroshima “llevando en el corazón también las súplicas y las aspiraciones de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los jóvenes, que desean la paz”. (FP)
Este es el discurso del Papa en Hiroshima:
«Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: La paz contigo» (Sal 122,8).
Dios de misericordia y Señor de la historia, a ti elevamos nuestros ojos desde este lugar,
encrucijada de muerte y vida, de derrota y renacimiento, de sufrimiento y de piedad.
Aquí, de tantos hombres y mujeres, de sus sueños y esperanzas, en medio de un resplandor de relámpago y fuego, no ha quedado más que sombra y silencio. En apenas un instante, todo fue devorado por un agujero negro de destrucción y muerte. Desde ese abismo de silencio, todavía hoy se sigue escuchando fuerte el grito de los que ya no están. Venían de diferentes lugares, tenían nombres distintos, algunos de ellos hablaban lenguas diversas. Todos quedaron unidos por un mismo destino, en una hora tremenda que marcó para siempre, no sólo la historia de este país sino el rostro de la humanidad.
Hago memoria aquí de todas las víctimas y me inclino ante la fuerza y la dignidad de aquellos que, habiendo sobrevivido a esos primeros momentos, han soportado en sus cuerpos durante muchos años los sufrimientos más agudos y, en sus mentes, los gérmenes de la muerte que seguían consumiendo su energía vital.
He sentido el deber de venir a este lugar como peregrino de paz, para permanecer en oración, recordando a las víctimas inocentes de tanta violencia y llevando también en el corazón las súplicas y anhelos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los jóvenes, que desean la paz, trabajan por la paz, se sacrifican por la paz. He venido a este lugar lleno de memoria y de futuro trayendo el grito de los pobres, que son siempre las víctimas más indefensas del odio y de los conflictos.
Quisiera humildemente ser la voz de aquellos cuya voz no es escuchada, y que miran con
inquietud y angustia las crecientes tensiones que atraviesan nuestro tiempo, las inaceptables desigualdades e injusticias que amenazan la convivencia humana, la grave incapacidad de cuidar nuestra casa común, el recurso continuo y espasmódico de las armas, como si estas pudieran garantizar un futuro de paz.
Con convicción, deseo reiterar que el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy
más que nunca un crimen, no sólo contra el hombre y su dignidad sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común. El uso de la energía atómica con fines de guerra es inmoral. Seremos juzgados por esto. Las nuevas generaciones se levantarán como jueces de nuestra derrota si hemos hablado de la paz, pero no la hemos realizado con nuestras acciones entre los pueblos de la tierra.
¿Cómo podemos hablar de paz mientras construimos nuevas y formidables armas de guerra? ¿Cómo podemos hablar de paz mientras justificamos determinadas acciones espurias con discursos de discriminación y de odio?
Estoy convencido de que la paz no es más que un “sonido de palabras” si no se funda en la
verdad, si no se construye de acuerdo con la justicia, si no está vivificada y completada por la caridad, y si no se realiza en la libertad (cf. S. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris, 37).
La construcción de la paz en la verdad y en la justicia significa reconocer que «son muchas y muy grandes las diferencias entre los hombres en ciencia, virtud, inteligencia y bienes materiales» (ibíd., 87), lo cual jamás puede justificar el propósito de imponer a los demás los propios intereses particulares. Por el contrario, todo esto constituye una fuente de mayor responsabilidad y respeto.
Asimismo, las comunidades políticas, que legítimamente pueden diferir entre sí en términos de cultura o desarrollo económico, están llamadas a comprometerse a trabajar «por el progreso común», por el bien de todos (ibíd., 88).
De hecho, si realmente queremos construir una sociedad más justa y segura, debemos dejar que las armas caigan de nuestras manos: «No es posible amar con armas ofensivas en las manos» (S. Pablo VI, Discurso a las Naciones Unidas, 4 octubre 1965, 10). Cuando nos entregamos a la lógica de las armas y nos alejamos del ejercicio del diálogo, nos olvidamos trágicamente de que las armas, antes incluso de causar víctimas y ruinas, tienen la capacidad de provocar pesadillas, «exigen enormes gastos, detienen los proyectos de solidaridad y de trabajo útil, alteran la psicología de los pueblos»
(ibíd.). ¿Cómo podemos proponer la paz si frecuentamos la intimidación bélica nuclear como recurso legítimo para la resolución de los conflictos? Que este abismo de dolor evoque los límites que jamás se pueden atravesar. La verdadera paz sólo puede ser una paz desarmada. Además, «la paz no es la
mera ausencia de la guerra […]; sino un perpetuo quehacer» (Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 78). Es fruto de la justicia, del desarrollo, de la solidaridad, del cuidado de nuestra casa común y de la promoción del bien común, aprendiendo de las enseñanzas de la historia.
Recordar, caminar juntos, proteger. Estos son tres imperativos morales que, precisamente aquí en Hiroshima, adquieren un significado aún más fuerte y universal, y tienen la capacidad de abrir un auténtico camino de paz. Por lo tanto, no podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno; recuerdo expansivo capaz de despertar las conciencias de todos los hombres y mujeres, especialmente de aquellos que hoy desempeñan un papel especial en el destino de las naciones; memoria viva que nos ayude a decir de generación en generación: ¡nunca más!
Precisamente por eso estamos llamados a caminar juntos, con una mirada de comprensión y perdón, abriendo el horizonte a la esperanza y trayendo un rayo de luz en medio de las numerosas nubes que hoy ensombrecen el cielo. Abrámonos a la esperanza, convirtiéndonos en instrumentos de reconciliación y de paz. Esto será siempre posible si somos capaces de protegernos y sabernos hermanados en un destino común. Nuestro mundo, interconectado no sólo por la globalización sino desde siempre por una tierra común, reclama más que en otras épocas la postergación de intereses exclusivos de determinados grupos o sectores, para alcanzar la grandeza de aquellos que luchan corresponsablemente para garantizar un futuro común.
En una sola súplica abierta a Dios y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, en
nombre de todas las víctimas de los bombardeos y experimentos atómicos, y de todos los conflictos, elevemos conjuntamente un grito: ¡Nunca más la guerra, nunca más el rugido de las armas, nunca más tanto sufrimiento! Que venga la paz en nuestros días, en este mundo nuestro. Oh Dios, tú nos lo has prometido: «La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo» (Sal 84,11-12).
Ven, Señor, que es tarde y donde sobreabundó la destrucción que también pueda hoy
sobreabundar la esperanza de que es posible escribir y realizar una historia diferente. ¡Ven, Señor,Príncipe de la paz, haznos instrumentos y ecos de tu paz!
25/07/2019 15:23