05/07/2016, 16.45
JAPON-BANGLADESH
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Obispo de Niigata: Quiero llorar por la población de Bangladesh

de Tarcisio Isao Kikuchi*

Quiero llorar por las víctimas de estos atentados. No solamente por los siete japoneses sino por todas las almas inocentes llevadas por el terror en todo el mundo. Pero quiero llorar aún más por la población de Bangladesh, que hoy pierde al menos siete buenos hermanos y hermanas de Japón que en manera compasiva pensaban en mejorar su propia vida. Un comentario sobre la masacre de Dacca.

Niigata (AsiaNews)- En todo el mundo se verificaron muchísimos ataques terroristas, a través de bombas o kamikazes y muchísimas personas inocentes murieron. Mi corazón está siempre lleno de dolor cuando vengo a saber sobre estos actos. Además, el ataque cruel y sin piedad que ha afectado a los inocentes del restaurante de Dacca me ha puesto terriblemente triste.

Entre los veinte rehenes que fueron asesinados por los terroristas había siete japoneses. A causa de la implicación de estas personas en el ataque, nosotros, pueblo de Japón, estamos una vez más obligados a reconocer que nuestro país no está aislado del resto de los asuntos mundiales, sino que debe involucrarse y dar una contribución positiva y activa.

No hablo, como sugieren algunos, de una implicación militar del país. Pero Japón debe entender que debe hacer su parte en el proceso de creación de paz en este mundo nuestro tan complejo, porque es un miembro responsable de la casa común de todos nosotros.

Según el diario japonés Asahi Shimbun una de las víctimas, Hiroshi Tanaka, de ochenta años, era católico, trabajaba como catequista en una parroquia de Tokio. Qué dolor perder a una católico tan comprometido en su parroquia.

Pero lo que me vuelve más triste aún es que las siete víctimas japonesas, en su totalidad, trabajaban en el ámbito de proyectos de desarrollo para el bienestar de Bangladesh. Eran personas llenas de compasión por los necesitados. Eran personas que encontraban la felicidad dando la mano a quien está en dificultades, personas que eran capaces de pensar de manera global y de obrar yendo más allá de los confines nacionales.

Eran personas que habrían sido útiles dedicándose a cuidar la Tierra, nuestra casa común. Qué terrible pecado perder a estos maravillosos combatientes del verdadero desarrollo y de la reducción de la pobreza en el mundo.

Por el contrario, aquellos que han realizado este terrible ataque contra víctimas inocentes no están en grado de ir más allá del propio, limitado mundo. Los terroristas han vivido en un mundo “privado”, completamente aislado de los demás.

Obviamente es inaceptable que se use el nombre de Dios -o cualquier otra motivación religiosa- como excusa para matar. Toda persona que sea verdaderamente religiosa  sabe que Dios está a favor de la vida y jamás a favor de la muerte, de la paz y no de la violencia, de la protección de la dignidad de la persona humana y no de su destrucción.

En este mundo globalizado no somos capaces de vivir sin ayudarnos recíprocamente. No estamos en grado de mantener nuestra casa común sin unir nuestra sabiduría. No podemos concentrarnos solamente en las agendas internas e ignorar las necesidades de las otras personas, ni retirarnos a nuestro mundo privado protegidos por barreras egoístas con la única finalidad de pensar sólo en nosotros mismos. Debemos trabajar juntos para lograr un mejoramiento de todos.

Las víctimas de este ataque eran personas que tenían la capacidad de romper estas barreras y de ir mucho más allá de ellas. Pero no así los terroristas. Entre víctimas y verdugos había una enorme distancia: la diferencia en el modo de vivir la vida, entre aquellas personas comprometidas en ocuparse de los otros y aquellas concentradas en su ignorar al prójimo y llevar adelante solamente los propios proyectos.

Quiero llorar por las víctimas de estos atentados. No sólo por los siete japoneses, sino por todas las almas inocentes a las cuales se les quita la vida a través del terror en todo el mundo. Asimismo, quiero llorar todavía más por la población de Bangladesh, que hoy pierde al menos siete buenos hermanos y hermanas de Japón, que de manera compasiva, pensaban en mejorar su vida.

* Obispo de Niigata

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