Niños esclavos en el infierno de Daesh (Fotos)
Las historias personales de niñas y niños que fueron liberados o que huyeron de Telaafar. Vendidos y revendidos, tratados como esclavos, como objetos sexuales; entrenados para degollar y usar armas; reclutados como niños-soldados. Hay otros que aún siguen en manos de Daesh.
Telaafar (AsiaNews)- En Irak el Califato del Mal cayó, y surgen las horribles historias de sus víctimas, sobre todo de niños cuya inocencia les fue extirpada para siempre, niños tratados como esclavos, como objetos sexuales, como animales de carga. Niños que hoy hablan de esta terrible experiencia como si fuese parte de la vida normal, ignorando que haya otro tipo de vida.
Basma, venta a muchos dueños
Es el caso de Basma, (v. foto 1) la niña Yazida que hoy tiene 9 años, ella fue vendida varias veces a diversos dueños antes de ser encontrada por su tío paterno, comprada a través de un intermediario.
Basma, que hoy se encuentra en Dohok (Kurdistán), estaba en Telaafar cuando fue llevada con todos los niños. Narra los primeros días de cuando fue secuestrada: “Cada mañana -dice- nos llevaban a los niños y nos enseñaban el Corán a la fuerza, amenazándonos con la muerte. Debíamos aprenderlo de memoria, y nosotros aprendíamos”.
Su conciencia de niña no entiende que a través de aquella enseñanza la habían convertido haciéndole recitar la shahada (el credo de fe islámica). De Telaafar luego fue vendida, primero, a un combatiente de Daesh, que a su vez la revendió al poco tiempo a otro combatiente, el cual la llevó consigo a Raqqa, en Siria, donde fue vendida a un saudita. Tras tratarla como esclava durante 12 días, también éste la revendió a otro hombre, que la tuvo consigo por 3 meses. Luego fue revendida a otro, quien la revende una vez más a otro, con el cual permaneció una semana antes de encontrar a un pasajero que la compró y la salvó, revendiéndola a su tío. Basama fue fotografiada con ropas casi de adulta, como era costumbre para todas las niñas cristianas, Yazite y Shabak raptadas de la llanura de Nínive; su foto fue publicada en el sitio de Daesh dedicado a la compra-venta de esclavas (v. foto 2). Basma no logra pronunciar la palabra “violación”, pues ignora dicho término, pero habla de estos “dueños”, algunos de los cuales tenían la edad de su abuelo. Como todas las demás, cada día era golpeada sin motivo alguno. Se la trataba como una sirvienta, y era obligada a limpiar, a lavar la ropa a mano, lavar los platos, calentar el agua para el baño y cocinar para las esposas y los hijos del dueño de turno.
Basma narra que debía “educar y alimentar a los niños pequeñitos de sus dueños” y que no podía irse a dormir “antes de las dos o tres de la madrugada… no podía dormir hasta que se durmieran todos los niños y hasta haber lavado los platos”. Y agrega: “Me pegaban” sobre todo “cuando me decían algo y querían que recordase lo que me habían dicho”. Pero a veces, lograba “dormir algunas horas antes, hacia la medianoche, aunque no siempre”. Basma ahora está a salvo y libre, pero todavía le da miedo escuchar música y tapa sus orejas para no ser castigada. “Cuando la aviación bombardeaba -dice- ellos (los combatientes de Daesh) tenían miedo y me pedían que fuese a rezar. Yo no rezaba la oración islámica que fingía recitar, sino que rezaba a Dios para que mandase más bombas y ellos muriesen y así poder escapar”, sonríe satisfecha de sí. Pero el miedo más grande que tuvo Basma fue cuando “me separaron de mi madre, a quien no he vuelto a ver desde entonces”.
Janiva: Yo maldigo a Daesh
Janiva Saleh Ahmad es una mujer, también ella esclava liberada de Daesh. Narra: “Tomaban a las jovencitas para ellos, cada uno (cada combatiente) elegía a la muchacha que quería. Las más deseadas eran las niñas que tenía apenas 9 años, que revendían al precio de un cuaderno, pero a veces a cambio de un paquete de cigarrillos o de una pistola”. Ella fue golpeada con sus 4 hijos (foto n.3). Eran encerradas bajo llave, ella debía servir, “cocinar, lavar la ropa, los platos, los pisos y hacer el pan”. Se quedó con un mismo “propietario” un año y dos meses, era obligada a hacer todo lo que él le pedía, y él la amenazaba diciendo que si no lo hacía, mataría a sus hijos delante de sus ojos o los vendería. “Nos obligaban -agrega- a profesar la fe islámica”. Si bien fue liberada de Daesh, aún no se libera del terror: “Continúo viéndolos en mis sueños y también mis hijos están traumatizados”. Uno de ellos lleva en el brazo izquierdo los signos de la fracturas de huesos que le provocó el castigo del “dueño”. “Yo maldigo a Daesh -concluye- que no vean un solo día de felicidad, ni ellos, ni sus esposas, ni sus hijos. Todavía sigo teniendo miedo de ellos”.
Israa Barakat Hagi (fotos 4 y 5) es Yazita, tiene 8 años y es originaria de los montes de Sinjar, del pueblo de Bent al Banat. La madre Shirin murió, e Israa tiene dificultades para hablar y contar su historia. La vida pasada en silencio por miedo a los castigos la obligó a temer usar la palabra. Entre todas las niñas sobrevivientes y rescatadas a salvo es seguramente la que pasó más años, 3 para ser exactos, como esclava en los Emiratos del califato de Daesh. “Al principio, nos reunieron a todos los niños en el hospital, luego nos dividieron en varias casas, tras haber sido elegidas por uno de ellos”. En 3 años cambió tres veces de dueño y vivió en 3 casas distintas. El primero era árabe, “el único que me pegaba siempre”. Todos le decían lo mismo: “Olvida a tu familia, jamás volverás con ellos”. En la casa donde estaba “había 4 puertas, con un movimiento constante de combatientes. Luego un misil cayó y algunas mujeres quedaron bajo los escombros… Vi a una señora, Um Abalah, ser sacada de abajo de los escombros con sus dos ojos fuera del rostro… y a otra sin una parte del cráneo”, cuenta esto con mucha naturalidad: “mi hombre y yo -dice- rescatamos a otra mujer que aún seguía con vida bajo de los escombros”. Estaba en el hospital de Mosul cuando cayó la ciudad. “Me habían dicho que después de la victoria, vendrían a buscarme, pero no triunfaron”, dice con un rostro de alegría en los ojos, apagados por la tristeza.
Hadjem y Shallal, niños-soldados
Hadjem de 7 años y Shallal de 14 (foto n. 6) son hermanos. Lograron atraerse la simpatía de sus “dueños” porque rápidamente se adaptaron a la doctrina del islam y como consecuencia fueron enrolados como soldados junior. Ambos llevan en sus espaldas la historia de una fuga increíble, lograda después de muchos intentos. La felicidad de haber encontrado a su papá se ve eclipsada por el hecho de que su mamá y su hermana siguen estando en manos de Daesh, en Raqqa (Siria). De Telaarfar fueron llevados por Daesh a Sinjar, luego a Shaddadiya (en la Mesopotamia siria) con un dueño tunecino que prometió a la madre que estaba con ellos,, que tendrían una casa, solos con él, junto a sus hermanos y a su hermana. Se quedaron con el tunecino, un emir de Daesh , un año entero; luego el hombre murió haciéndose explotar y pasaron a ser considerados como hijos del mártir, con lo cual comenzaron a tener un sueldo del Califato. Se transfirieron a al Mayadeen y luego a Raqqa. Hadjem se volvió famoso con el apodo de Abu hadi, cuando su foto apareció en un sitio de Daesh Siria con una mitra en la mano, la bandera negra del Califato a sus espaldas y llevando el cabello largo (foto n. 7). La misma suerte le tocó a su hermano Shalall, al cual le fue dado el nombre de batalla de Abu Omar (foto n.8). Aprendía de memoria los versículos del Corán y a cambio de ello obtuvieron “la libertad”, o sea no ser tenidos más bajo llave, sino libres de entrar y salir de casa con permiso. Vieron matar a sangre fría, asistieron a degollaciones y confiesan haber tenido miedo cada vez que veían matar. “Teníamos miedo cada día” precisa Shallal. Cada viernes “después de la oración en la mezquita, mataban, cortaban las manos y gargantas”, cuenta Shallal “Daesh no me da miedo, agrega sonriendo como signo de heroísmo, pero sí me asusta ver la muerte”.
Ambos hermanos nos cuentan que todos los niños de 5 a 18 años eran adiestrados (foto n.9). Al final también comenzaron a adiestrar a las muchachas. El adiestramiento se iniciaba con lecciones sobre cómo matar con armas o cuchillos y cómo degollar y les mostraban como se hacía con demostraciones en vivo, con los condenados.
Tras mucho investigar, el padre (foto n.10) descubrió que ellos estaban en Raqqa y logró hacerlos escapar con un paseante. No tiene dinero suficiente para pagarle al paseante para salvar a su esposa y a su hija que están en Raqqa. Shalla y Hadjem están a salvo, pero aún no pueden liberarse de la pasión por las armas y continúan manejándose como si las armas de juguete fueran verdaderas armas cuando están en los parques de juego (foto n. 11). Y Hadjem todos los días pide a su padre que haga que su madre vuelva de Raqqa.
17/12/2016 13:14