21/12/2016, 15.36
ITALIA - CHAD
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Navidad en Chad: Cómo anunciar a Cristo a los musulmanes

de Piero Gheddo

El nacimiento de Jesús vivido en una parroquia periférica de la capital, Yamena. La alegría incontenible del pueblo cristiano, que se desencadena en el canto, en las danzas, en la percusión de los tambores y los balafonos. El descubrimiento de un “modo original de anunciar el Evangelio en África”.

Roma (AsiaNews)- Os doy un augurio navideño a todos, queridos amigos, es el mismo que el ángel dio a los pastores en la Noche Santa: “Os traigo la Buena Noticia que dará una gran alegría a todo el pueblo: hoy, en la Ciudad de David, nació el Mesías, el Salvador” (Lc.2,10). Aparecen otros ángeles, que alaban a Dios cantando: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra tengan paz aquellos que ama el Señor”. Inmediatamente los pastores van a Belén para ver y adorar al Niño y luego cuentan lo que han visto y oído a todos aquellos que conocen (Lc. 2,13-16).

El mensaje de Navidad es este: Dios nos ama y nos trae sus dones: ¡la paz en nuestro corazón, la paz en y entre las familias, la paz en y entre las naciones! En el mundo hay todavía 23 guerras en curso. Los hombres buscamos la paz de diversas maneras, pero la paz viene sobre todo de Dios. Porque es Él quien nos ha creado y es Él a quien, en Navidad, la Virgen da a luz en Belén. La segunda persona de la Trinidad, el Niño Jesús, se hace hombre para morir en la cruz a los 33 años y luego resucita para salvarnos del pecado y hacernos merecedores de la vida eterna y feliz con Dios, ¡el Paraíso! Pidamos a Jesús la paz para nuestros corazones y ser “hombres y mujeres de paz”, para que demos el testimonio de perdonar las ofensas, no juzgar y no hablar mal de nadie, rezar cuando hay algún problema, una pequeña o una gran guerra.

Pero, ¿Por qué dio la Buena Noticia a los pastores y no a otros? Porque los pastores eran gente simple, humilde, dispuesta a escuchar la palabra de Dios y a transmitirla a otros con alegría y entusiasmo. La Navidad les brinda una nueva vida. Son los primeros discípulos del Señor Jesús.

También nosotros estamos llamados a renacer a una vida nueva.

 

Ahora en nuestro camino,

Su luz resplandece

Jesús, sol de gracia,

Nos llama a una vida nueva.

(Himno de las laudes pre-navideñas)

En Navidad debemos reencontrar la alegría y el entusiasmo de la fe. ¿De qué manera? El Papa Francisco es un “Papa misionero”, porque proviene de un Iglesia joven fundada por misioneros y que tiene la pasión de llevar a Cristo a las exterminadas multitudes de los pueblos que aún no lo conocen. He aquí por qué repite a menudo que quiere una “Iglesia en salida” y a bautizados que sean “todos misioneros”.

Así sucede todavía en las misiones, allá donde nace la Iglesia y el soplo del Espíritu Santo se advierte a veces de un modo conmovedor. La Navidad hace que los neófitos se entusiasmen y espontáneamente se conviertan en misioneros. Entienden que el gran don de la fe en Cristo no puede ser custodiado para sí mismo o para la propia familia, sino que ha de ser comunicado a los demás en el modo que les resulte posible. Esta es “la vida nueva” que la Navidad de 2016 nos pide a nosotros, creyentes en Cristo.

En 1976 viví la Santa Navidad en el Chad, un país pobre al sur de desierto del Sahara. La mayoría de los chadianos son musulmanes o animistas, los cristianos son una pequeña minoría. La capital, Yamena, es una ciudad en el desierto, es calurosa y hay arena por doquier, incluso en la Navidad, que, desde el punto de vista climático, es la mejor época del año.

La iglesia parroquial del barrio periférico de Kabalaye, construida y dirigida por jesuitas lombardos (de los cuales fui huésped) es una imponente construcción con forma de anfiteatro, con una cúpula ovalada con atrevidas nervaduras en ligas metálicas livianas, con paredes de hormigón armado y el techo de chapas de plástico. En la vigilia de Navidad de 1976, el gran patio y la iglesia poco a poco se llenaron de personas y fieles, comunidades de pueblos que incluso vienen de lejos. Antes de comenzar la misa de medianoche en la iglesia ya no entra nadie, está repleta a tal punto que una multitud de centenares de fieles debe acampar en el patio.

La alegría de la fiesta y de encontrarse todos juntos estalla. El pueblo cristiano, que viene de un año de aislamiento, de fatigas, de miserias, se desencadena en cantos, en danzas, en la percusión de tambores y de balafones, en sonidos de flautines. El interior de la Iglesia de Kabalaye es un mar tempestuoso. La gente canta toda junta, muchos danzan, cada uno hace cuánto más ruido puede aplaudiendo rítmicamente con las manos y con los pies contra el suelo, acompañando los cantos de los coros, que son nuestros antiguos canto navideños, traducidos a las lenguas locales. La alegría es desbordante, contagiosa, áspera y densa de polvo y hedor, el “perfume” de una humanidad pobre, el ritmo de los tambores y de los balafones es ensordecedor.

En la sacristía somos cuatro sacerdotes preparados para comenzar la misa. Pero, ¿cómo celebrarla, en este ruido indescriptible? El enorme y gigante hermano Antonio Mason sube a la tarima del altar, toma el micrófono, hace signos imponentes para tratar de frenar y hacer callar los gritos: “¡Silencio!”, “¡Basta!” en las tres o cuatro lenguas que conoce, además de en francés. Pero su voz potente, agrandada hasta un nivel ensordecedor por un buen equipo de amplificación, es ridiculizada por el ruido que aquellos centenares de africanos producen todos juntos. Me recuerdo el ruido de las cataratas del Iguazú o del Niágara. Cúpula y paredes de la iglesia tiemblan, parece que se estuviera por derrumbar toda la estructura del gran anfiteatro.

El hermano Antonio vuelve a la sacristía, derrotado, sudado, sin voz. “Dejémoslos desahogarse un poco más”, dice. No se puede hacer otra cosa. Mientras tanto, aquella fuente de decibeles enloquecidos que es la parroquia de Kalabaye, atrajo una ola de curiosos musulmanes y animistas de la ciudad. Vienen a ver la explosión de alegría que la Navidad suscita en el pueblo cristiano. “He aquí un modo original de anunciar el Evangelio en África -dice el párroco, el padre Corrado Corti-. Estoy convencido de que esta expresión auténtica de unidad y de alegría de un pueblo, para los musulmanes y para los animistas vale más que todas nuestras prédicas sobre la Navidad”.

 

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