13/11/2015, 00.00
INDIA
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Misioneras de la Caridad: La Madre Teresa nos enseña a ver a Jesús en la Eucaristía y en los pobres

de sister Mary Prema MC
La hermana Mary Prema MC habla en el Congreso Eucarístico Nacional. "Yo estaba buscando la independencia y la libertad, pero nada me satisfacía. Finalmente rendí mi voluntad y mis proyectos". La misionera se basa en la Virgen ya que "ella me puede mantener en su Corazón Purísimo, para que yo pueda para complacer a Jesús a través de ella, en ella y con ella". El recuerdo de la Madre Teresa, quien llevo la Eucaristía a Albania después de 40 años y le dio un tabernáculo en cada nuevo convento que fundaba

Mumbai (AsiaNews) - La vida "y la enseñanza de la Madre Teresa son todas por Jesús en la Eucaristía y Jesús en los pobres. Ella insistió en la pureza de corazón, que nos permite ver y adorar la presencia de Cristo en la humilde apariencia del pan y el semblante angustiante de los pobres". Lo dijo la hermana María Prema MC, Superiora General de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa, hablando en el Congreso eucaristico nacional que se celebra en Mumbai. El tema de este año es "Alimentados por Cristo para alimentar a los otros". La misionera recuerda su primer encuentro con la Madre Teresa de Calcuta y habla de su vocación religiosa, en lucha constante con las tentaciones de la vida terrenal, pero con la aspiración a "sólo ser llenada por Jesús". El valor del sacramento de la Reconciliación, la importancia del abandono en el Señor, que se ha "convertido en la fuente, el objeto y el seno de mi servicio". El riesgo que el trabajo misionero se convierta en gratificación personal y la advertencia de la Madre Teresa: "Hermana, trabaja con un corazón humilde, de lo contrario el trabajo te destruirá". A continuación, el texto completo de la intervención, traducción de AsiaNews.

"Que el corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar sea alabado, adorado y amado con afecto agradecido en todo momento en todos los Tabernáculos del mundo, hasta el fin del tiempo. Amén".

Crecí en una familia católica devota, en una zona rural. La vida giraba en torno a la misa dominical y los eventos litúrgicos. Las celebraciones del Bautismo, Primera Comunión y el Matrimonio eran eventos que me han dado un constante sentido de pertenencia a Dios y a la Iglesia Católica.

Durante mi transición de la edad adulta de la devoción heredada a la fe y el compromiso personal ha pasado a través de la terrible experiencia de la duda sobre la divinidad de Cristo. En mi mente la batalla duró hasta que me uní deliberadamente a los dogmas del credo.

Quería servir a los pobres. Yo quería hacer trabajo misionero en lugares distantes. Yo estaba buscando la independencia y la libertad, pero nada me satisfacía. Finalmente rendí mi voluntad y mis proyectos. Mi súplica "Padre, muéstrame tu voluntad" fue rápidamente contestada. Desde entonces, la paz y la alegría que experimenté abrazando mi vocación religiosa siempre han sido mi fuerza. Jesús viaja conmigo a la libertad, no a lo largo de mi camino a la independencia, sino en el camino de la Eucaristía de la sumisión y la auto-vaciado, y me condujo hacia la conversión.

Viví mi vida consagrada en la imagen de caminar sobre el agua. Yo no puedo hacerlo, pero Jesús me invitó a ir con él, para fijar nuestra mirada en Él, a confiar en Él. Con los ojos fijos en Jesús, yo tomé el riesgo de amar y perderme a mí misma.

Apenas alejo la mirada de Jesús y me comprometo en las criaturas, comienzo a hundirme. Las criaturas son mi ser, mi egoísmo, mi codicia, mis miedos, la gente y las cosas que son queridos para mí, y que se refieren a esta vida. Es una lucha constante entre el dejar que Dios cuide de mis preocupaciones y mi inclinación a ser llenada solamente con Él.

Un día yo estaba sentado en la capilla, con gran preocupación por la situación de mi familia. Razoné con ansiedad sobre lo que debo hacer por ellos. Jesús habló a mi corazón: "¿Quieres ayudar? Conviértete en santa y yo me haré cargo de ellos". A partir de ese momento la cuestión de mi familia no me perturba.

Durante mi primer encuentro con la Madre Teresa, ella me llevó a la capilla y me llevó delante de Jesús en la Eucaristía. La vida y las enseñanzas de nuestra Madre son todos de Jesús en la Eucaristía y Jesús en los pobres. Insistió en la pureza de corazón, que nos permite ver y adorar la presencia de Cristo en la humilde apariencia del pan y el semblante sufriente de los pobres. He entendido que recibir de forma regular, incluso semanal, el Sacramento de la Reconciliación ha sido la mayor ayuda para mí avanzar en mi vida espiritual. El perdón incondicional de Jesús me obliga a vivir mi vida en la fe y ser compasiva con los demás, que también son débiles.

Lentamente estoy aprendiendo que la potencia de Dios se perfecciona en mi debilidad, que cuando soy débil, soy fuerte. Dios, en su Misericordia, ha puesto una espina en mi carne, que me vuelve consciente de mi necesidad de Él. He comprendido que mi generosidad en el servicio prestado a los demás puede estar arraigada en mi necesidad de ser reconocida y apreciada. Podría hacer un trabajo mucho más duro y eficiente para gratificación mía y para hacer uso del poder. Una vez la Madre Teresa me dijo: “Hermana, tú tienes un trabajo responsable que hacer. Hazlo con corazón humilde, de otro modo el trabajo te destruirá”.

La Madre Teresa estaba verdaderamente interesada en que nosotros nos enamorásemos de Jesús, que encontrásemos en primera persona a Cristo viviente en la Eucaristía, para ser amadas por Él y amarlo, nosotras, a su vez. Cuando esto me ocurrió, Jesús se volvió el centro de mi vida. Él se ha vuelto la fuente, el objeto y el seno del cual brota mi servicio. 

Yo rezo con entusiasmo para que Jesús pueda volver mi corazón manso y modesto, que pueda mantenerme recta en el camino, que yo no sea un obstáculo a su voluntad, para que yo no pueda arruinar su trabajo. A menudo, durante el día, me encomiendo a la Virgen para que ella pueda tenerme en su Corazón Purísimo, de modo que yo pueda agradar a Jesús a través de ella, en ella y con ella.

Puedo dar por descontado el privilegio de vivir bajo el mismo techo del Señor Eucarístico. Puede volverse una costumbre cotidiana la participación en la celebración de la Santa Misa. En una placa de nuestra sacristía está escrito: “Oh sacerdote de Dios, celebra esta Misa como si fuera tu primera Misa, la última Misa, tu única Misa”. No han sido las decoraciones y los cantos lo que me han ayudado a entrar en modo más consciente y activo en el Sacrificio Eucarístico, sino la atenta preparación del Altar, de la liturgia, y mi disposición y mi oblación individual.

En 1947 el Papa Pio XII escribió: “Para que la población, con la cual en este Sacrificio los fieles ofrecen la víctima divina al Padre Celeste, tenga un efecto pleno, se necesita otra cosa más, es decir, que ellos se inmolen a sí mismos como víctima... y se consagren todos ellos a la búsqueda de la gloria divina, deseando con ardor volverse íntimamente similares a Jesucristo, que padeció dolores punzantes” (Mediator Dei, 20 de noviembre de 1947, p. 98-99).

Mi consagración religiosa es ofrecerme yo misma a Cristo para ser rota y dada a los pobres. Vivo este sacrificio ante todo en mi comunidad. La Madre Teresa nos exhorta: “Dejen que las hermanas y los pobres se alimenten. Que yo pueda alimentarme de Jesús Eucarístico que se ha hecho Pan de vida. En los pobres Él se ha vuelto un hambriento, a través del cual yo puedo alimentarlo”. Yo me pregunto: “¿Acaso las hermanas y los pobres, no completan en sus cuerpos lo que falta a los padecimientos de Cristo, a nombre de la Iglesia, cuando ellos abrazan voluntariamente y con amor sus dolores, las aflicciones y las humillaciones de la enfermedad y la vejez? ¿No son transformados en Cristo? ¿No son hechos todo uno con aquél que sufre?”.

El sufrimiento en sí es inaceptable, y debe ser evitado. Pero compartir el sufrimiento con la Pasión de Cristo y con los sufrimientos de todas las personas es un maravilloso regalo, y lleva frutos de santidad al mundo. Algunas de nuestras hermanas, que son más eficaces en su misión de llevar a Dios a las almas y las almas a Dios, son confinadas de manera permanente en las habitaciones de los enfermos. Gracias a su presencia yo me siento consolada y restaurada.

Cuando me encuentro con Jesús a través de la Santa Comunión, le encomiendo a las hermanas y a las personas, que en modo doloroso esperan recibirlo a través de los sacramentos durante largo tiempo, pero que son privados de ello porque no hay sacerdotes disponibles. Yo encomiendo a Él incluso a aquellos que no le conocen o que no le quieren.

A fines de los años ochenta, quedé profundamente conmovida al percibir la angustia en el corazón de la Madre Teresa, cuando ella dijo que durante 40 años no estuvo la Presencia Eucarística en Albania. La Beata obtiene el permiso para llevar el Bendito Sacramento en su primera visita a ese país. E inmediatamente después, le entregó a Jesús un tabernáculo en Albania. Este era el gesto que Madre Teresa tenía en cada convento que fundaba. Su ardiente deseo era amar a Jesús como Él nunca fue amado antes, y llevar su Presencia y su Luz a la vida de quienes viven en las tinieblas del pecado, del error y de la ignorancia del Señor.

Hago un tesoro de la hora diaria de Adoración Eucarística, que me permite descansar en Jesús, a quien yo pertenezco. Yo le permito amarme, curarme, plasmarme y llenarme. Junto a María, yo lo amo y lo consuelo por los sacrilegios y la indiferencia que recibe en la Eucaristía y en el mundo.

Yo soy testigo del amor de Jesús y lo llevo entre los pobres. No tengo necesidad de hablar mucho de Dios, me basta con actuar como Jesús y hablar como Jesús. Cuanto más me atrae a sí Jesús, más en comunión estoy con los demás. He notado que, así como saludo a Jesús en el Tabernáculo cuando paso al lado de la capilla, con el mismo espíritu de profunda gratitud y reverencia, saludo también a la hermana en su cabecera, y al mendigo que está a la puerta. 

Mi vocación es pertenecer a Jesús. Soy una misionera a total disposición de Dios. Que Él pueda llevar a su cumplimiento el trabajo iniciado en mí. Por favor, recen por mí.



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