Las embajadas cerradas en Riad y en Teherán no cambian en nada las cuestiones de Medio Oriente
Londres (AsiaNews) – Cuando las autoridades sauditas anunciaron que ya habían tenido “suficiente” y rompieron las relaciones diplomáticas con Teherán, algunos observadores calificaron dicha medida como una suerte de “bisagra” que tendría implicaciones desastrosas para el resto de la región. A mí esta afirmación me resulta un poco exagerada. La ruptura de las relaciones diplomáticas entre los dos estados no llevará a ningún cambio fundamental, porque los canales diplomáticos son importantes sólo si hay un deseo recíproco de entablar una diplomacia.
En efecto, en los últimos cinco años, los dos Estados han estado muy cerca de ser dos Estados en guerra. Teherán y Riad tienen diferencias sustanciales en lo que hace a Siria, Yemen, Irak y muchas otras áreas de la región, y sin embargo, no han hecho ningún intento en utilizar los canales diplomáticos para arribar a una solución compartida sobre estas cuestiones. Por el contrario, han utilizado y utilizan varios intermediarios para ganar ventaja por medio del uso de la fuerza y debilitar a toda costa la posición el uno al otro.
En los últimos cinco años, tanto la embajada saudita en Teherán como la embajada iraní en Riad han sido, para los países anfitriones, un mero trampolín desde el cual lanzar y expresar “oficialmente” la propia ira.
Un creciente sentimiento de desconfianza, cinismo, ira y rivalidad ha vuelto imposible que las dos embajadas detentaran una operatividad significativa. Así, si bien la ruptura de las relaciones diplomáticas tiene un significado simbólico, por el momento la misma no llega a ser un punto de inflexión. En efecto, cuando hay poco interés en los contratos diplomáticos, la presencia o ausencia de canales diplomáticos oficiales es irrelevante.
La movida saudita
De todos modos, existen bases para afirmar que la movida saudita de expulsar a los diplomáticos iraníes y de retirar a los suyos, podría tener un significado de más peso dentro de sus fronteras que fuera de ellas. De hecho, la movida saudita puede ser vista como un triunfo político para la élite que detenta el poder en el reino. Es un triunfo, porque el establishment saudita podrá utilizar la popularidad ganada en política exterior para afrontar problemas internos. Y si bien, esto puede valer sólo para el corto plazo, de hecho, por ahora está funcionando.
En los últimos 30 años, algunos elementos fundamentales de la política exterior saudita han sido un elemento negativo en su propia casa. La estrecha relación con Occidente, incluyendo “la invitación” a establecer una base militar de los EEUU en el país entre 1991 y 2003, han llevado a enemistarse a una porción significativa de la población, especialmente al segmento ultra-fundamentalista de la sociedad saudita.
La política saudita de hospedar una base militar occidental en el país de las dos Mezquitas sagradas ha debilitado de manera significativa la legitimidad de la casa de los Saud. Se dice que las atrocidades del 11 de septiembre [los atentados a las Torres Gemelas ocurridos en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001 – ndr], las bombas en las torres Khobar [en Arabia Saudita, el 25 de junio de 1996-ndr] y el atentado a la embajada de los EEUU en 1998 fueron todas en respuesta a esta política saudita. En el interior del país, lograron sortearse varias redes de insurrección que buscaban derrocar la casa de los Saud, que juzgan ilegítima. Dichas redes consideraban la política exterior saudita como una de las principales razones para rebelarse contra el Estado. Si bien hoy el país se encuentra frente a nuevas oposiciones como el ISIS, el gobierno saudita ha logrado crear un puente de legitimidad entre su política exterior y la creación de un consenso en su patria.
A partir de la caída del régimen baathista en Irak, que hizo deslizar el equilibrio de la región a favor de Irán, el enfrentamiento con la llamada “medialuna chiita” [que comprende a Irán, Irak, Siria y al Líbano – ndr] fue uno de los pilares de la política exterior saudita, que está demostrando ser una de las más populares en el interior del país, sobre todo en el establishment wahabita.
Irán y Arabia Saudita nunca fueron vecinos fáciles, y la desconfianza mutua que sienten tiene profundas raíces históricas. En los últimos años, en Arabia Saudita la iranofobia creció más que en otros momentos de la historia reciente. La Iranofobia penetra en profundidad en la conciencia nacional, porque ella fusiona el elemento sectario y el nacionalista en un potente binomio que podría movilizar a las masas a favor del poder reinante. En un momento el cual la élite gobernante se encuentra frente a desafíos internos, los temas religioso-nacionalistas –que narran la batalla entre el bien y el mal- ponen a la nación del lado del “bien” y eso es un recurso político precioso. .
La movida iraní
No sorprende que el Estado iraní se encuentre ante la misma situación. Por más de 35 años, los tratados fundamentales en materia de política exterior iraní han creado muy poco entusiasmo en los sectores más vastos de su sociedad. De hecho, una gran parte de la población nunca estuvo de acuerdo con el carácter ideológico anti-americano de la política exterior iraní. En todo caso, en los últimos años, y tal vez por vez primera desde la revolución [de Khomeini – ndr] el estado se ha vuelto capaz de ganar un apoyo significativo para su política exterior.
Tanto el crecimiento de ISIS –que según las autoridades iraníes, está conectado con el credo wahabita - como los recientes incidentes como son el asesinato de peregrinos iraníes en la Meca, han hecho aumentar el sentimiento anti-saudita en el país. Este incremento del sentimiento anti-saudita ha ganado mayor apoyo también a causa de la posición de Irán en la región, en particular respecto al problema en Siria. De esa manera, una posición más dura en relación a Arabia Saudita en materia de política exterior puede reportar beneficios internos para el Estado iraní.
La compleja situación interna de los dos países, el nivel de polarización entre ambos Estados y la carencia en común de voluntad política para alcanzar un compromiso diplomático, al menos en el corto plazo, lleva a concluir que el cierre de las embajadas tenga tal vez poco significado si se tiene en cuenta la actual dinámica política de la región.
El asunto de la rivalidad y de la desconfianza seguirá adelante exactamente igual que antes de que las embajadas fueran cerradas.
(*) Director del Centro de estudios sobre el islam político y Profesor de Relaciones Internacionales y de política de Medio Oriente en la Universidad de Bradford (Gran Bretaña).
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