01/03/2019, 13.16
TURQUÍA – ESTADOS UNIDOS
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Fethullah Gülen: Detrás del fracaso de la democracia turca está la traición al islam

de Fethullah Gülen

A principios del Siglo XX, Turquía era un modelo en el contexto del mundo musulmán. Para el predicador islámico, acusado de ser la mente del golpe de 2016, el fracaso ha de imputarse al “rápido descenso” hacia el totalitarismo. La campaña de arrestos basada en el asociacionismo. Se necesita un “despertar” de la “conciencia colectiva”. 

Estambul (AsiaNews) – En otro tiempo, Turquía fue un “modelo de democracia musulmana” de la época moderna, A partir del 2011, el partido de gobierno, el AKP y el entonces Primer Ministro (hoy, presidente) Erdogan imprimieron un giro radical y terminaron traicionando estos ideales. Lo cierto es que el “fracaso” de la experiencia democrática turca “no se debe a la adhesión a estos valores islámicos, sino más bien a su traición”. Es lo que escribe, en una larga reflexión publicada por Le Monde, el predicador islámico turco Fethullah Gülen -actualmente exiliado en Pennsylvania (Estados Unidos)- y a quien el establishment turco acusa de ser la mente del (fallido) golpe de julio de 2016, en el cual murieron 250 personas y que hizo vacilar el poder de Erdogan por algunas horas.

Gülen, nacido en 1941, es el fundador del movimiento Hizmet (El servicio), contra el cual el gobierno ha lanzado una verdadera caza de brujas. Según las últimas estimaciones, hay más de 77.000 personas en la cárcel aguardando ser procesadas, y mientras tanto, continúan los  arrestos. Además, las autoridades han suspendido o despedido a 150.000 funcionarios públicos o miembros del ejército. Los analistas y expertos se refieren a estos hechos como ataques dirigidos contra decenas de miles de presuntos opositores, intelectuales, activistas, personalidades que viven en la patria o en el exterior, militares y jueces, docentes e intelectuales y gente común y corriente. Esta represión, según sostiene el predicador islámico, es el signo de la traición de los valores fundacionales de la moderna Turquía.  

A continuación, su reflexión. Traducción de AsiaNews:

 

Hubo un tiempo en que Turquía era considerada un modelo de democracia musulmana de la época moderna. Es cierto que, a principios de la década del 2000, el AKP [el Partido de justicia y desarrollo, actualmente en el poder] puso en acto una serie de reformas a fin de conformarse a los estándares democráticos de la Unión Europea (UE) y mejoró la balanza del país, en lo que respecta al campo de los derechos humanos.

Desafortunadamente, las reformas democráticas se desvanecieron. El proceso se interrumpió pocos años más tarde; hacia el 2011, apenas obtuvo su tercera victoria electoral, el entonces Primer Ministro (hoy, presidente) Recep Tayyip Erdogan dio un giro radical.

 

“El fracaso de la experiencia de la democracia turca no se debe a la adhesión a estos valores islámicos, sino más bien a su traición”

El rápido descenso hacia el autoritarismo quitó a Turquía su carácter de “ejemplo”, al cual otras naciones mayoritariamente musulmanas podían aspirar.

La democracia es el sistema de gobierno más compatible con los principios del islam, en relación a la forma de gobierno. Hay quienes pueden tener la tentación de invocar el ejemplo negativo de Turquía bajo Erdogan, para demostrar una incompatibilidad entre los valores democráticos e islámicos. Sin embargo, a pesar de una observancia “de fachada” de los preceptos islámicos, el régimen de Erdogan representa una total traición de los principios y valores del islam.

Estos últimos no se reducen a un estilo de vestimenta o al uso de eslóganes religiosos. Estos incluyen el respeto del Estado de derecho, con un poder judicial independiente, la responsabilidad de los dirigentes y la protección de los derechos inalienables y de las libertades de cada uno de los  ciudadanos. El fracaso de la experiencia democrática turca no se debe a la adhesión a estos valores islámicos, sino más bien a su traición.

 

Hacer sentir la propia voz contra la opresión es también un deber religioso.

A pesar de ser musulmana en un 99%, la sociedad turca sigue siendo heterogénea. Los ciudadanos turcos adhieren a numerosas ideologías, filosofías y credos diferentes y se identifican como sunitas, alevíes, turcos o kurdos, o de otra etnia, musulmana o no, religiosa o laica.

En semejante contexto de sociedad, los intentos de homogeneizar no solamente son improductivos, sino sobre todo, liberticidas. La forma de gobierno participativo en la cual cada grupo, mayoritario o minoritario, no domina sobre los demás es la única vía a recorrer para una población tan diversa. Lo mismo puede decirse de Siria y de otras naciones cercanas de la región.

 

“La libertad es un derecho concedido por Dios, y nadie –ni siquiera los dirigentes de gobierno- pueden eliminarlo”.

Tanto en Turquía como en cualquier otra parte, los dirigentes autoritarios se han aprovechado de las diferencias en el seno de la sociedad para polarizarla a ultranza, enfrentar entre sí a distintos grupos, unos contra otros, y mantener así su imperio. Cualquiera sea su credo y su visión del mundo, los ciudadanos debieran unirse en torno al elemento clave de los derechos humanos y de las libertades universales, y oponerse de un modo democrático a cuantos violan estos derechos.  

Manifestarse contra la opresión es un derecho democrático, un deber cívico y un deber religioso para los fieles. El Corán pide a los creyentes no permanecer en silencio frente a las injusticias: “¡Vosotros que creéis! Sed firmes en establecer la justicia dando testimonio por Alá, aunque vaya en contra de vosotros mismos o de vuestros padres o parientes más próximos…” (Sura 4, versículo 135).

El hecho de creer o de no creer, de vivir según las propias convicciones o según la visión del mundo que se tiene, con la convicción de que ella no perjudique a los demás, y ejercer las libertades fundamentales, en particular la libertad de expresión, es lo que hace de una persona un ser humano.  La libertad es un derecho concedido por Dios, El Misericordioso, y nadie –ningún líder político- puede denegarla.

 

El término “Estado islámico” es una contradicción en sí mismo

Contrariamente a aquello que reivindican los políticos de inspiración islámica [religiosa], el islam no es una ideología, sino una religión. Es cierto que ello comporta algunos principios relativos a las modalidades de gestión de gobierno, pero estos no constituyen más del 5% del total del corpus islámico.

Reducir el islam a una ideología política es el mayor crimen cometido contra su espíritu. Todos aquellos que han reflexionado sobre el abordaje islámico en la política y en el Estado han cometido tres errores. Primero, ellos han confundido el islam sancionado por el Corán y la Sunna [el conjunto de los dichos del profeta Mahoma] con el islam de la experiencia histórica de los musulmanes. Por otro lado, es importante efectuar, desarrollar un análisis crítico de la experiencia de los musulmanes y de los principios que se deducen de ella, para llegar a las fuentes primarias, a fin de proponer un nuevo horizonte a todos los musulmanes en el campo de los derechos humanos, de la democracia y de la ciudadanía.  

 

“La soberanía popular no significa que la soberanía haya sido arrebatada a Dios y que esta haya sido confiada a las manos de los hombres”

Segundo, otro error consiste en basarse en traducciones del Corán o en ciertos hadiz para legitimar una ideología. Si el espíritu del Corán es, por así decir, la “filosofía” que rocía la vida del profeta y no puede ser percibido más que con una intención sana, es necesario, al mismo tiempo, un abordaje global y la búsqueda de la voluntad de Dios.

Por último, el tercer error postula una incompatibilidad entre la religión y la democracia, argumentando que la primera se funda sobre la soberanía de Dios y la segunda sobre aquella del pueblo. Ningún musulmán duda de que Alá sea el señor de todo, en un plano cosmológico. Pero esto no significa que nosotros, sus creaturas, no dispongamos de la voluntad, de la dependencia, de la capacidad de tomar decisiones. Cuando se habla de voluntad popular, no se pretende decir que esta haya sido arrebatada a Dios y confiada a los hombres; sino que es una cuestión cuya competencia fue confiada a los hombres por Dios y que no puede ser hipotecada por un dirigente autoritario o un oligarca.

Además, lo que nosotros llamamos “Estado” no es otra cosa que un sistema que los hombres han puesto en pie para proteger sus derechos fundamentales y sus libertades, a fin de asegurar la justicia y la paz. El Estado no es un fin en sí mismo, sino un medio que permite a los hombres alcanzar el bienestar, aquí y en el más allá. El término mismo de “Estado islámico” es una contradicción en sí mismo.  El islam, al no haber sido fijado por un clero, implica que la teocracia es forzosamente ajena a su espíritu más profundo. El Estado, una construcción fruto de un contrato social, está formado por seres humanos. Y, por tanto, no puede ser islámico o sagrado.  

 

Erdogan ha arruniado una democracia turca prometedora

Las democracias son tan numerosas como variadas. El ideal que subyace a todas estas formas, es decir, que ningún grupo domina sobre los demás, es en sí mismo un ideal islámico. El principio de igualdad entre los ciudadanos se funda sobre el principio del reconocimiento de la dignidad de cada ser humano y del respeto que se le debe por ser creatura de Dios. Una forma de gobierno que sea participativa o republicana es mucho más afín al espíritu islámico que las otras formas de gobierno, como la monarquía o las oligarquías.  

 

“En Turquía se consuma una vasta campaña de arrestos basada en el asociacionismo”

La imagen actual de los líderes turcos se parece más a una oligarquía, que a una democracia. ¿Cómo se ha llegado a este punto?

Erdogan ha arruinado la prometedora democracia turca, apoderándose del aparato estatal, confiscando empresas y recompensando a sus fidelísimos.  Para cerrar filas detrás de sí y reforzar la toma del poder, él me ha declarado enemigo del Estado, acusándome a mí y a mis simpatizantes de ser la causa de todos los males. Un típico ejemplo de la búsqueda del chivo expiatorio. El régimen de Erdogan me ha perseguido, al igual que a cientos de miles de otros sostenedores: a los críticos de todos los partidos, pero sobre todo, del movimiento pacífico de Hizmet. Ambientalistas, periodistas, universitarios, kurdos, alevíes, no-musulmanes y ciertos grupos sunitas críticos de Erdogan han padecido los contragolpes de su agenda política. Hay vidas que han quedado arruinadas por la cárcel, los despidos y otras injusticias.

A causa de la persecución en curso, miles de voluntarios de Hizmet han solicitado asilo a países de Europa, entre ellos a Francia. Y como nuevos ciudadanos residentes, ellos deben respetar las leyes de ese país, ayudar a encontrar soluciones a los problemas de estas sociedades y llevar adelante una lucha activa contra la difusión de interpretaciones radicales del islam, en Europa.

En Turquía está en acto una vasta campaña de arrestos fundada en la presunción de culpabilidad por asociacionismo. Más de 150.000 turcos han perdido el trabajo, más de 200.000 están presos y 50.000 han sido procesados. A las personas que son perseguidas por motivos políticos y que quieren dejar el país se las priva de su derecho fundamental de entrar y salir, porque su pasaporte ha sido invalidado.   

Erdogan mancha la reputación conquistada por la República turca en la escena internacional desde 1923, explotando las relaciones diplomáticas y movilizando el personal y los recursos del gobierno para hostigar, acosar y secuestrar a los sostenedores de Hizmet en todo el mundo.

 

Los valores democráticos jamás se han arraigado en la sociedad turca

En estos últimos años, frente a las persecuciones de tamaña magnitud, los ciudadanos turcos permanecieron pasivos en sus reivindicaciones democráticas ante sus dirigentes. El objetivo de la estabilidad económica es una de las razones de este comportamiento.

Pero también hay una razón histórica de ello. Si bien la gobernabilidad ha sido un ideal de la República turca, los valores democráticos jamás se han arraigado en la sociedad turca. La obediencia a un líder fuerte y al Estado siempre ha sido un tema recurrente en los programas escolares y académicos.

Los golpes de Estado militares, que se suceden cada 10 años, no han permitido a la democracia echar raíces, ni progresar. Los ciudadanos han olvidado que el Estado existe para el pueblo, y no al revés. Erdogan se ha aprovechado de esta psique colectiva.

 

“Creo firmemente que Turquía un día volverá al camino de la democracia”

La democracia turca quizás esté en una situación de coma a causa del régimen actual, pero sigo siendo optimista. La opresión nunca dura mucho. Creo firmemente que Turquía un día volverá al camino de la democracia. Sin embargo, para que la democracia pueda echar raíces y resistir en el tiempo, deben tomarse varias medidas.

Ante todo, hay que revisar los programas escolares, los planes de estudio. Temas como la igualdad de todos los ciudadanos y la tutela de los derechos y de las libertades fundamentales de la persona humana, deben ser enseñados a todos los estudiantes, desde los primeros años, de modo que puedan volverse guardianes, cuando sean adultos.

En segundo lugar, es necesario elaborar una Constitución que no permita el dominio de una minoría, ni el de la mayoría, y que proteja los derechos fundamentales del hombre, en particular de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La sociedad civil y la libertad de prensa deben ser protegidas por la Constitución, para que puedan funcionar como contrapesos del poder del Estado. Por último, los líderes de opinión deben enfatizar los valores democráticos en sus declaraciones y acciones.  

Turquía ahora ha llegado a un punto en el cual la democracia y los derechos humanos han sido dejados de lado. Ha perdido una oportunidad histórica de lograr una democracia de estilo europeo, con una población mayoritariamente musulmana. Hace apenas una década, esta perspectiva era considerada como una posibilidad real.

Espero, ruego, para que la triste experiencia vivida por los países de mayoría musulmana en los últimos años conduzca a un despertar de la conciencia colectiva, a fin de desarrollar dirigentes animados por un espíritu democrático, que defienda con toda sinceridad las libertades fundamentales del hombre. El Islam no tendrá nada que objetar a este respecto.

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