21/06/2018, 19.47
VATICANO-SUIZA
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El Papa en Ginebra: ser cristiano es elegir la sobriedad, sentirse hermanos, perdonar

En la misa celebrada para los católicos suizos, la última escala del viaje en Ginebra, Francisco hizo hincapié en el Padrenuestro, resaltando el vínculo de “fraternidad” inherente por ser hijos de un único Padre, la exhortación a la sencillez que va unida al reclamo del pan, es decir, de lo necesario para vivir y no lo superfluo, y el perdonar, que es difícil pero necesario para ser perdonados por Dios.

Ginebra (AsiaNews) – Elegir una vida “sobria”, que vaya a contracorriente de la vida “drogada” en la cual “se corre de la mañana a la tarde, entre miles de llamadas y mensajes, incapaces de detenernos ante los rostros”, la elección de “renunciar a tantas cosas que llenan la vida, pero vacían el corazón”. Esta tarde, Francisco se refirió a la vida “sencilla” como el pan, ese pan por el cual rezamos en el Padrenuestro,  al dirigirse a los 40.000 fieles reunidos en el Palexpo de Ginebra (en la foto) para la celebración de la misa, última cita de su viaje a Ginebra, antes de regresar a Roma.

En la homilía, el Papa comenzó hablando del Padrenuestro, y subrayó que la “fraternidad” es inseparable del hecho de ser hijos de un único Padre, la exhortación a la sencillez va unida al reclamo del “pan”, es decir, de los necesario para vivir, y no de lo superfluo, y perdonar, algo que es difícil, pero necesario para ser perdonados por Dios.  

“Padre, pan, perdón. Tres palabras –dijo- que nos regala el Evangelio de hoy. Tres palabras que nos llevan al corazón de la fe. «Padre» —así comienza la oración—. Puede ir seguida de otras palabras, pero no se puede olvidar la primera, porque la palabra “Padre” es la llave de acceso al corazón de Dios; porque solo diciendo Padre rezamos en lenguaje cristiano. Rezamos “en cristiano”: no a un Dios genérico, sino a un Dios que es sobre todo Papá. De hecho, Jesús nos ha pedido que digamos «Padre nuestro que estás en el cielo», en vez de “Dios del cielo que eres Padre”. Antes de nada, antes de ser infinito y eterno, Dios es Padre.  De él procede toda paternidad y maternidad (cfr. Efesios 3,15). En él está el origen de todo bien y de nuestra propia vida. «Padre nuestro» es, por tanto, la fórmula de la vida, la que revela nuestra identidad: somos hijos amados. Es la fórmula que resuelve el teorema de la soledad y el problema de la orfandad. Es la ecuación que nos indica lo que hay que hacer: amar a Dios, nuestro Padre, y a los demás, nuestros hermanos. Es la oración del nosotros, de la Iglesia; una oración sin el yo y sin el mío, toda dirigida al de Dios («tu nombre», «tu reino», «tu voluntad») y que se conjuga sólo en la primera persona del plural: «Padre nuestro», dos palabras que nos ofrecen señales para la vida espiritual”.

“Así, cada vez que hacemos la señal de la cruz al comienzo de la jornada y antes de cada actividad importante, cada vez que decimos «Padre nuestro», renovamos las raíces que nos dan origen. Tenemos necesidad de ello en nuestras sociedades, a menudo desarraigadas. El «Padre nuestro» fortalece nuestras raíces. Cuando está el Padre, nadie está excluido; el miedo y la incertidumbre no triunfan. Aflora la memoria del bien, porque en el corazón del Padre no somos personajes virtuales, sino hijos amados. Él no nos une en grupos que comparten los mismos intereses, sino que nos regenera juntos como familia.”. Y esto “nos recordará que no existe ningún hijo sin Padre y que, por tanto, ninguno de nosotros está solo en este mundo. Pero nos recordará también que no hay Padre sin hijos: ninguno de nosotros es hijo único, cada uno debe hacerse cargo de los hermanos de la única familia humana”.  Que no haya, entonces, “indiferencia hacia el hermano, hacia ningún hermano: ni hacia el niño que todavía no ha nacido ni hacia el anciano que ya no habla, como tampoco hacia el conocido que no logramos perdonar ni hacia el pobre descartado. Esto es lo que el Padre nos pide, nos manda que nos amemos con corazón de hijos, que son hermanos entre ellos”.

 

Pan. Jesús nos dice que pidamos cada día el pan al Padre. No hace falta pedir más: solo el pan, es decir, lo esencial para vivir. El pan es sobre todo la comida suficiente para hoy, para la salud, para el trabajo diario; la comida que por desgracia falta a tantos hermanos y hermanas nuestros. Por esto digo: ¡Ay de quien especula con el pan! El alimento básico para la vida cotidiana de los pueblos debe ser accesible a todos. Pedir el pan cotidiano es decir también: ‘Padre, ayúdame a llevar una vida más sencilla’”.

“Elijamos la sencillez del pan para volver a encontrar la valentía del silencio y de la oración, fermentos de una vida verdaderamente humana. Elijamos a las personas antes que a las cosas, para que surjan relaciones personales, no virtuales. Volvamos a amar la fragancia genuina de lo que nos rodea. Cuando era pequeño, en casa, si el pan se caía de la mesa, nos enseñaban a recogerlo rápidamente y a besarlo. Valorar lo sencillo que tenemos cada día, protegerlo: no usar y tirar, sino valorar y conservar. Además, el «Pan de cada día», no lo olvidemos, es Jesús. Sin él no podemos hacer nada (cf. Jn 15,5). Él es el alimento primordial para vivir bien. Sin embargo, a veces lo reducimos a una guarnición. Pero si él no es el alimento de nuestra vida, el centro de nuestros días, el respiro de nuestra cotidianidad, nada vale. Pidiendo el pan suplicamos al Padre y nos decimos cada día: sencillez de vida, cuidado del que está a nuestro alrededor, Jesús sobre todo y antes que nada”.

Perdón. Es difícil perdonar, siempre llevamos dentro un poco de amargura, de resentimiento, y cuando alguien que ya habíamos perdonado nos provoca, el rencor vuelve con intereses. Pero el Señor espera nuestro perdón como un regalo. Nos debe hacer pensar que el único comentario original al Padre nuestro, el que hizo Jesús, se concentre sobre una sola frase: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15). El perdón es la cláusula vinculante del Padre nuestro. Dios nos libera el corazón de todo pecado, perdona todo, todo, pero nos pide una cosa: que nosotros, al mismo tiempo, no nos cansemos de perdonar a los demás. Quiere que cada uno otorgue una amnistía general a las culpas ajenas. Tendríamos que hacer una buena radiografía del corazón, para ver si dentro de nosotros hay barreras, obstáculos para el perdón, piedras que remover. Y entonces decir al Padre: “¿Ves este peñasco?, te lo confío y te ruego por esta persona, por esta situación; aun cuando me resulta difícil perdonar, te pido la fuerza para poder hacerlo””.

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