03/08/2016, 11.48
ISLAM - EUROPA
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Cristianos y musulmanes en oración. El futuro del islam frente a la derivación yihadista

de Paolo Nicelli*

El compartir y la oración entre cristianos y musulmanes es la vía para derrotar la violencia y el nihilismo de las facciones fundamentalistas. Los integristas, ¿son musulmanes? Ellos realizan todo lo que no es islámico: matar ancianos, niños, destruir lugares de culto. Y, sin embargo, se atavían con frases del Corán y con un aura de justicieros, explotando una lectura literal del Corán. Para los musulmanes, es tiempo de emprender una interpretación teológica del libro sagrado. Por Paolo Nicelli, misionero del PIME, quien se desempeña como docente y experto en el islam. 

Milán (AsiaNews) – La iniciativa propuesta por la Conferencia episcopal  francesa, y recibida por la Conferencia episcopal italiana, de invitar a las parroquias a representantes de las comunidades musulmanas para la celebración de la misa dominical, ha dado paso a juicios discordantes, tanto negativos como positivos, por ambas partes. Críticas negativas dentro de la Iglesia católica y silencios embarazosos por parte de algunas comunidades musulmanas, que no han participado en la iniciativa conjunta; de la misma manera, hubo también algunas declaraciones positivas de autoridades y fieles católicos y musulmanes acerca de la oportunidad y la necesidad de tener momentos de oración en común, para derrotar así la derivación fundamentalista fanática que se ha perfilado con los atentados ocurridos en Europa, en los Estados Unidos y en algunos países asiáticos, durante este año, pero sobre todo, durante el mes de julio pasado.

Buena parte de estos atentados, reivindicados por Daesh o al-Qaeda, ponen en evidencia la fragilidad de Occidente no sólo para dar una respuesta homogénea al problema del terrorismo internacional, sino también la miopía de las instituciones políticas en su no querer aceptar que el hecho del terrorismo de matriz islámico no puede ser separado del problema más amplio y articulado de la inmigración descontrolada proveniente del Norte de África y de la Península árabe, además de la que ingresa desde los Balcanes y de la que proviene de los países asiáticos como Pakistán, Afganistán y Bangladesh, que son notoriamente famosos por su emigración rumbo a Occidente.

También aquí, no hay una capacidad –ni,  a veces, una voluntad- de admitir a nivel político el fracaso de una estrategia militar de contención del yihadismo talibán y qaedista, como ocurre en el caso de Afganistán. Con respecto a Bangladesh, a las autoridades les ha costado aceptar el fracaso que ha tenido la política permisiva en relación a la construcción de numerosas escuelas coránicas por parte de países como Arabia Saudita, guiadas por imanes que han sido formados en la escuela del fundamentalismo wahabita y del yihadismo islámico internacional. Todas estas son situaciones diversas entre sí,  con problemáticas distintas, que, no obstante, han puesto en evidencia cuál es el objetivo común yihadista: llevar la violencia y la destrucción por doquier, para desestabilizar las débiles democracias occidentales, africanas y asiáticas. A esto se suma el enorme embarazo para los gobiernos de aquellos países involucrados en los atentados, que queriéndolo o no,  deben lidiar con un terrorismo internacional, capaz de fomentar el odio y el resentimiento entre los jóvenes más marginados dentro de sus confines.

Lo hemos aprendido de los medios y del análisis llevado a cabo por expertos: la matriz del yihadismo ha de ser vista en el marco de una lectura ideológica y violenta del Corán, de la Tradición islámica (Sunna), en modo particular, de los dichos del Profeta  (Hadiz), y también de la ley islámica misma (Sharia). Dicha lectura se orienta a alabar la justicia de Dios, a su venganza, que se descarga contra los Negadores de la verdadera fe y los idólatras, los cuales deben ser muertos para afirmar la verdadera fe del Islam. Discursos, estos, delirantes e incluso diría confeccionados por personas no creyentes, además de psiquiátricamente inestables. Pero no deben ser subestimados, en tanto son capaces de una inteligencia malvada que quiere promover la muerte, en lugar de la vida. Estos vacían la religión de su contenido formal: el amor de Dios por el hombre y por toda la creación. Y reducen a Dios a un justificativo para sus brutalidades y para el horror que producen. Aquí está el nihilismo del yihadismo, que en el caso del que se llama a sí mismo el Estado islámico (Daʻish), quiere erigirse en institución religiosa, política y militar, en la forma de un verdadero totalitarismo califal, capaz de manipular la conciencia y la mente de la gente, al punto de llegar a tener consenso y apoyo.

Ahora, llegados a este punto, surge una pregunta que resulta incómoda para todos los musulmanes, así como para todos los hombres de buena voluntad: ¿podemos considerar a los yihadistas como creyentes del islam? ¿Son ellos representativos de todos esos musulmanes  que, de buena fe, practican su religión, aborreciendo la violencia? Antes los hemos llamado “no creyentes”, porque un creyente no puede reducir a Dios a ser causa de su justicia-violencia, sea esta gratuita o masiva. Pero ellos han hecho una profesión de fe islámica, creen en preceptos del Islam y leen todos los días el Corán y la Sunna. Por ende, no podemos considerarlos como no musulmanes. A su modo, los son, lo son como pecadores. Es decir, lo son, pero contra la ética y el culto islámicos, porque traicionan el islam. Se dicen musulmanes, pero van contra los fundamentos de su religión. De hecho, en la religión islámica está prohibido matar, sobre todo a los niños, a los religiosos; de la misma manera que también está prohibido destruir los lugares de culto. Y, sin embargo, estos “creyentes” lo hacen sistemáticamente, pensando ganar el paraíso a través de la masacre y de lo que ellos denominan “martirio”.

En todo esto, no obstante, las verdaderas preguntas son otras: ¿de qué lectura o interpretación de las fuentes islámicas se han nutrido ellos? ¿Cuál es la matriz violenta de la cual deriva su ideología?

Se trata del ya citado wahabismo, es decir, de esa corriente reformista y puritana del Islam que desde hace más de dos siglos ya hace escuela en el universo yihadista y que antes inspirara a los movimientos pan-islámicos y luego a los nacionalistas árabes contra los dictadores, que siguió con el Yihadismo de al-Qaeda y de Daesh, en su caracterización ideológica e institucional. Semejante ideología quiere retrotraer el islam a siglos antes, a su origen, y quiere adoptar el modelo de la pureza de los píos ancestros como fundamento de la ideología yihadista puritana y violenta. Ellos idealizan ese período histórico de los orígenes del Islam al punto de convertirlo en algo abstracto y totalmente a-histórico, tiñéndolo de su interpretación delirante.  Y aquí los yihadistas se presentan como la antítesis de la ética islámica, cumpliendo su pecado religioso e intelectual: ellos reinterpretan la religión islámica a través de sus categorías a-históricas sin hacer una hermenéutica de las fuentes y sin aplicar una herramienta crítica al texto coránico y a la Sunna, para hacer emerger el contenido del precepto coránico, es decir, promover el bien y evitar el mal. Para los yihadistas, todo es leído en término literales y reducido al sólo precepto jurídico, vaciándolo de su dimensión espiritual y anagógica, reduciendo así la yihad (lucha contra el pecado y contra toda estructura de pecado) a una mera “guerra santa”, es decir, a la “justicia-violencia”, contra quienes no aceptan su versión del Islam, acusados de ser corruptores de la religión.

En efecto, el hecho de decir: “nosotros estamos a favor de la muerte y no de la vida” ¡no es islámico! Matar mujeres, ancianos y niños inocentes e indefensos ¡no es islámico! Asesinar sacerdotes, imanes y destruir iglesias y mezquitas,  ¡no es islámico! Todo esto va contra el precepto ético fundamental del Islam, que, como ya  fue dicho, pide al creyente promover el bien y evitar el mal.  

He aquí por qué es y será importante que cristianos, musulmanes y hombres y mujeres de buena voluntad se encuentren a rezar juntos: para disuadir la violencia que es ínsita a las religiones, siempre que haya algunos de sus creyentes que usen a Dios y a la religión para perpetuar la violencia, la muerte y el nihilismo. Es importante rezar, para que sea desalentada la violencia que hay en nosotros y para que nuestro corazón haga lugar a la misericordia de Dios, a su amor por el hombre. Este es el trabajo que todos los representantes de las religiones -y hoy, de modo particular, los musulmanes-  deben hacer: leer las propias fuentes religiosas a través de una lectura hermenéutica de tipo espiritual, no literal, no jurídica, sino teológica. Los musulmanes, tanto en Occidente como en Oriente, deben recuperar esa lectura espiritual y moral del Corán y de la Sunna, que puedan abrirlos a considerar al otro no como una amenaza, sino como una oportunidad de encuentro y de crecimiento humano y espiritual.

 

* Doctor de la Biblioteca Ambrosiana; Director del Curso de Estudios Africanos; Profesor de Teología Dogmática, Misionología, Estudios Árabes e Islamística

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