Patriarca de MoscĂș: La Navidad cura las heridas
de Stefano Caprio

En un mensaje enviado en ocasión de la Navidad ortodoxa a los obispos, sacerdotes, monjes y fieles de la Iglesia ortodoxa, Cirilo recuerda las contradicciones del hombre delante del nacimiento de Cristo. Él nació en una gruta, en la pobreza más ínfima, pero existe un lugar peor desierto quemado por el pecado del hombre que se alejó de Dios, ya ni caliente ni frío, vaciado y esclavizado por las pasiones. 

 


Moscú (AsiaNews) - ¿No nos convertimos “quizás semejantes a Herodes, con su corazón lleno de envidia, no ponemos quizás en el primer puesto a nuestro bienestar y nuestras comodidades y tenemos temor que alguno sea mejor de nosotros, más bueno y talentoso y no hacemos quizás del mal de nuestro prójimo, tratando de herirlo y cubrirlo de vergüenza frente a los otros, de tirarlo del pedestal para poder elevarnos nosotros en su lugar?”. Lo preguntó el Patriarca de Moscú, Cirilo (Gundjaev) en un mensaje publicado para la fiesta ortodoxa del 7 de enero de 2020, dirigido a los obispos, a los sacerdotes, a los monjes y a todos los fieles de la Iglesia Ortodoxa Rusa, en la cual se pide a todos la conversión frente a las discordias que dividen a la Iglesia y a las enemistades que arruinan las relaciones humanas. A continuación publicamos algunos pasajes del mensaje.

Queridos en el Señor,

Hoy contemplamos la inalcanzable humildad del Señor: aún siendo el Omnipotente Soberano, Él aparece a los hombres como un niño impotente, aún siendo Dios, asume la carne peritura y soporta el peso de la vida terrena, si bien es inmortal, se entrega voluntariamente a una muerte cruel y vergonzosa. Y cumple todo esto no en favor de los elegidos, de los profetas, de los justos y de Sus fieles servidores. Cristo viene por cada uno de nosotros, desea la salvación de todos sin exclusión, de los pecadores y los delincuentes, de los indiferentes y los negligentes, los cobardes y los iracundos, ¡hasta de sus asesinos!

El Señor no rechaza a ninguno, no desprecia a ninguno, al contrario recibe nuestra carne humana, la renueva con su divina encarnación, con la pasión en la cruz y la vivificante Resurrección, la eleva al seno de la Santa Trinidad, la santifica poniéndola a la derecha del trono de Dios. Y nosotros comunicamos en el Misterio de la Eucaristía a este cuerpo de Cristo que dona la vida, a su santísima sangre derramada por cada uno de nosotros y nos volvemos un solo cuerpo y una sola sangre no solamente con el Salvador, pero también entre nosotros.

Sin embargo, lamentablemente, hoy nosotros vemos que las mareas del desorden hacen desbandar a la nave de la Iglesia, siendo que la tempestad de discordias y contradicciones sacude la unidad de los fieles ortodoxos y los hombres bajo la oscuridad del enemigo y del tentador prefieren una agua turbia y no potable a la Fuente del agua viva (como lo dice el canon de los Padres del i Concilio ecuménico). En tal difícil período todos nosotros debemos recordar que Él nació para cada uno de nosotros, subió a la cruz y resucitó, que Él fundó en la tierra la Iglesia, Una, Santa, Sobornaja (universal) y Apostólica. Si pertenecemos a la Iglesia, nosotros estamos llamados a superar los desórdenes, las contraposiciones y los conflictos, a curar las fracturas y los cismas, a ayudar a aquellos que sufren por los terrores de la guerra, por las persecuciones y las injusticias. 

El Señor no nace en el palacio real, sino en una gruta mísera, en la pobreza más íntima. parecería que nada pueda haber algo peor que la cabaña y más pobre del lecho para los animales, pero existe un lugar peor: es el desierto quemado por el pecado del hombre que se alejó de Dios, ya ni caliente ni frío, vaciado y esclavizado por las pasiones. Sin embargo nosotros podemos, con nuestras fuerzas, hacer de nuestra alma un lugar de acogida de la presencia de Dios, recordando que el Señor está al lado está en nuestra puerta y espera con paciencia, cuando nosotros finalmente comenzaremos a mirarLo con los ojos de la fe, lo hagamos entrar en nuestras vidas, escuchemos Su palabra y respondamos a Su amor, dejando que Él mismo obre dentro de nosotros. 

Detengámonos a pensar: ¿no nos hemos vuelto como Herodes,  con su corazón lleno de envidia, no ponemos quizás en el primer puesto a nuestro bienestar y nuestras comodidades y tenemos temor que alguno sea mejor de nosotros, más bueno y talentoso y no hacemos quizás del mal de nuestro prójimo, tratando de herirlo y cubrirlo de vergüenza frente a los otros, de tirarlo del pedestal para poder elevarnos nosotros en su lugar? No inducimos a los otros en tentación, haciendo pasar como verdad las propias invenciones cómodas, no rompamos la túnica de Cristo con nuestras acciones dictadas por la ambición, no sembramos la semilla de la discordia y del lamento entre los hermanos de fe? Recordemos hoy este anuncio solemne a nuestros amigos y vecinos, visitemos a nuestros padres y a nuestras personas queridas, gastemos para ellos nuestra atención, busquemos palabras buenas, agradezcamos por todo aquello que ellos hacen por nosotros. Que viva en nuestros corazones, lleno de amor por Dios y los hermanos, Cristo Misericordia, Eterno y Inalcanzable, Consubstancial con el Padre invisible. Amén.