Monja carmelita de Baroda: qué significa ser misionera y monja de clausura
de sr. Mary Gemma*

La vida de clausura “no aísla”, sino que lleva a estar “aún más cerca del corazón de la Iglesia”. El recuerdo de la oración constante de Santa Teresa del Niño Jesús: “Atráeme, y correremos detrás de ti”. Hay lazos invisibles que unen a las monjas de clausura “a Jesús y a su pueblo; los lazos que constituyen su grandeza, pero al mismo tiempo imponen una inmensa responsabilidad en el amor”. 

 


Bombay (AsiaNews) – Una carmelita “es una misionera del amor, porque ella ha conquistado los corazones del mundo moderno con su modo sencillo de acercarse a Dios, señalando la forma de satisfacer la exigencia de Infinito que Dios mismo ha plantado en nuestro corazón”. Es Sor Mary Gemma, ex madre priora del monasterio de Prem Jyot [Luz de amor, ndr], de Baroda (Bombay), quien explica de esta manera, al dialogar con AsiaNews, cómo es la llamada misionera de una monja de clausura. Las religiosas que deciden servir a Cristo en el convento, subraya ella, “no viven como seres aislados. Hay lazos invisibles que las unen a Jesús y a Su pueblo; las lazos que constituyen su grandeza pero, al mismo tiempo, imponen una inmensa responsabilidad en el amor”. A continuación, publicamos su reflexión, titulada “Atráeme, y correremos detrás de ti”. Su comentario coincide con el inicio del Mes Misionero Extraordinario, impulsado por Papa Francisco.

 

Ser misioneros quiere decir ser atraídos por Dios, que es amor, y abrazar a la humanidad entera en la intimidad de esa relación que revela su presencia -su amor. En su mensaje por la Jornada Misionera Mundial de octubre de este año, el Mes misionero extraordinario, el Papa Francisco dice que hay que recibir y descubrir la dimensión misionera de nuestra fe. ¿Cómo puede comprenderlo una monja carmelita de clausura? Nuestro querido Papa Francisco afirma: “Nosotros somos misión porque estamos sumergidos en el amor de Dios, en la santidad de Dio, una santidad creada a su imagen”. La misión no es ante todo lo que hacemos, sino lo que somos.

El deseo misionero es una parte fundamental de la misión apostólica del Carmelo, inclusive en las carmelitas de clausura, y es una tarea especial para las hijas de Santa Teresa de Ávila, que ella ha pasado a sus hijas, siendo éste un factor clave que toca el verdadero corazón de la Iglesia. Una carmelita de clausura se deja atrapar por Jesús, para emprender una carrera hacia delante, donde la impetuosidad del amor recíproco es como un torrente que se sumerge en el océano sin límite de su Amor y en su silencio la atrae irresistiblemente a Jesús. Una carmelita es una misionera del amor porque ella ha conquistado los corazones del mundo moderno con su modo simple de acercarse a Dios, señalando la forma de satisfacer la exigencia de Infinito que Dios mismo ha plantado en nuestro corazones. Una carmelita no vive como un ser aislado. Hay lazos invisibles que la unen a Jesús y a Su pueblo; lazos que constituyen su grandeza, pero que al mismo tiempo imponen una inmensa responsabilidad en el amor.  

La clausura y el silencio no aíslan a las personas contemplativas de la comunión con el cuerpo místico, sino que por el contrario, las sitúan en el corazón de la Iglesia. La separación del mundo viviendo en soledad no es un vacío; este desierto las invita a estar con el Señor que habla al corazón y las conecta todavía más a Su obra de salvación. En esto, ellas tienen un modelo único: Santa Teresa del Niño Jesús, o Santa Teresa de Lisieux, a quien también se la conoce como la “la florecilla”. Santa Teresa pertenecía a nuestra orden. Ingresó al Carmelo el 9 de abril de 1988, a la joven edad de 15 años, y murió el 30 de septiembre de 1897, cuando tenía solo 24 años. En este breve lapso de nueve años, en el corazón de Teresa se encendió un gran deseo misionero. Ella escribió: “¡Qué bella es nuestra vocación! Es para nosotros, toca al Carmelo preservar la sal de la tierra. Ofrezcamos nuestras oraciones y sacrificios por los apóstoles del Señor; nosotras mismas debemos ser sus apóstoles mientras ellos predican el Evangelio a nuestros hermanos con la palabra y el ejemplo!”.  

Mientras su lista de oraciones seguía creciendo más y más, ella le rezaba a Jesús con esta plegaria, que había encontrado en el Cantar de los Cantares: “Atráeme, y correremos detrás de ti”. Su deseo de salvar almas y atraerlas a Jesús era tan grande, que cuando leía esta frase del Cantar de los Cantares inmediatamente veía que todo lo que tenía que hacer era ser atraída por Jesús, y entonces todas las almas habrían de seguirla. 

Poco a poco, cuando su corazón generoso todavía deseaba ser una mártir, un apóstol, un sacerdote, un misionero, y muchas cosas más, ella leyó la Primer Carta de San Pablo a los Corintios, y escribió lo siguiente: “Entiendo que solo el Amor lleva a los miembros de la Iglesia a obrar… ese Amor abarca todas las vocaciones, ese Amor es todas las cosas, a las que abraza en todos los tiempos y lugares… en una palabra, ¡es eterno! Por eso, en este exceso de alegría que siento, yo grito: Oh, Jesús, mi amor… mi vocación, al fin te he encontrado… ¡mi vocación es el amor! Sí, he encontrado mi lugar en la Iglesia y eres tú, Dios mío, el que me ha dado este lugar; en el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo debo ser amor. De modo que debo ser todas las cosas (mártir, apóstol, sacerdote, misionero), y así se cumplirá mi sueño”.

Hacia el final de su vida, ella, que se había convertido en verdadera imagen de amor, solo tenía esta plegaria: “Atráeme, y correremos detrás de ti”. ¡Esta es también nuestra oración como carmelitas de clausura, en la cual cada uno de ustedes es atraído por el Señor con cuerdas de amor que nunca pueden romperse!”

*Ex madre priora del monasterio de Prem Jyot [Luz de Aamor] de Baroda (Bombay)