Papa: las banderas de la JMJ, un gesto a contracorriente de la triste tendencia a los nacionalismos

En la audiencia general, Francisco recorrió las etapas de la reciente Jornada de Panamá. “Mientras haya nuevas generaciones capaces de decir ‘heme aquí’ a Dios, habrá futuro para el mundo”. “La gente alzaba con los brazos a los niños, como diciendo: ‘¡He aquí mi orgullo, he aquí mi futuro!’. ¡Cuánta dignidad encierra este gesto, y cuán elocuente, para el invierno demográfico que estamos viviendo en Europa!


Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Ver, en Panamá, en la Jornada de la Juventud, “todas las banderas desfilando juntas, ver a los jóvenes bailando de la mano, alegres de encontrarse, es un signo profético, un signo que va a contracorriente de la triste tendencia actual a los nacionalismos conflictuales que alzan muros y se cierran a la universalidad, al encuentro de los pueblos. Es un signo de que los jóvenes cristianos son levadura de paz en el mundo. Es uno de los recuerdos de la visita por el país sudamericano, narrado hoy por el Papa Francisco en el discurso pronunciado durante la audiencia general, dedicada justamente a la 34ta JMJ.

Frente a las siete mil personas presentes en el aula Pablo V, Francisco subrayó en particular la “fuerte impronta mariana” de una Jornada que tenía como tema las palabras de la Virgen –“la hemos llamado la ‘influencer de Dios’-  dirigidas al Ángel: «He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1, 38). “Fue fuerte escuchar estas palabras, pronunciadas por representantes de los jóvenes de los cinco continentes, y sobre todo, ver que estas [palabras] se transparentan en sus rostros. En tanto haya nuevas generaciones capaces de decir ´heme aquí’ a Dios, habrá futuro para el mundo”.

“La gente – recordó – alzaba con los brazos a los niños, como diciendo: ‘¡He aquí mi orgullo, he aquí mi futuro!’. ¡Cuánta dignidad hay en este gesto, y cuán elocuente, para el invierno demográfico que estamos viviendo en Europa! El orgullo de aquellas familias son los niños, el futuro de aquellas familias son los niños. Es triste el futuro del invierno demográfico”.  

“Esta Jornada Mundial de la Juventud estuvo precedida por el encuentro de jóvenes de pueblos nativos y afroamericanos: un hermoso gesto, desarrollado en cinco días de reuniones: esto abrió la puerta a la Jornada. Una iniciativa importante, que ha manifestado aún mejor el rostro multiforme de la Iglesia en América Latina. Luego, con la llegada de grupos provenientes de todo el mundo, se formó la gran sinfonía de rostros y de lenguas, típica de este evento. Ver todas las banderas desfilando juntas, [ver a los jóvenes] bailando, tomados de la mano, alegres de encontrarse, es un signo profético, un signo que va a contracorriente respecto a la triste tendencia actual a los nacionalismos conflictuales, que alzan muros y se cierran a la universalidad, al encuentro de los pueblos. Es un signo de que los jóvenes cristianos son levadura de paz en el mundo”.  

“En las etapas de la JMJ siempre está el Vía Crucis. Caminar con María detrás de Jesús que carga la cruz es la escuela de la vida cristiana; allí se aprende el amor paciente, silencioso, concreto”. “A mí –reveló- me gusta mucho hacer el Vía Crucis. Yo siempre tengo conmigo un Vía Crucis de bolsillo, y cuando tengo tiempo, hago el Vía Crucis”.

“En Panamá, los jóvenes llevaron con Jesús y María el peso de la condición de tantos hermanos y hermanas que sufren en América Central y en el mundo entero. Entre ellos, hay muchos jóvenes que son víctimas de distintas formas de esclavitud y pobreza. Y en este sentido, hubo momentos muy significativos, como la Liturgia penitencial que celebré en un Hogar de reeducación para menores y la visita a la Casa-familia ‘Buen Samaritano’, que hospeda a personas afectadas por HIV/SIDA”.

“El culmen de la JMJ y del viaje fueron la Vigilia y la Misa con los jóvenes. En la Vigilia, aquél campo repleto de jóvenes –que hicieron la vigilia, que durmieron allí hasta las 8 de la mañana, cuando fue la misa- se renovó el diálogo vivo con todos los chicos y chicas, entusiastas y también capaces de hacer silencio y de escuchar. A ellos les propuse a María como aquella que, en su pequeñez, ‘influenció’ más que ninguna otra persona, la historia del mundo: la hemos llamado la ‘influencer de Dios’. En su ‘fiat’ se reflejaron los bellos y fuertes testimonios de algunos jóvenes. En la mañana del domingo, en la gran celebración eucarística final, Cristo resucitado, con la fuerza del Espíritu Santo, habló nuevamente a los jóvenes del mundo llamándolos a vivir el Evangelio en el hoy, porque los jóvenes no son el ‘mañana’, no son el “mientras tanto”, sino que son el hoy de la Iglesia y del mundo. E hice un llamamiento a la responsabilidad de los adultos, para que las nuevas generaciones no carezcan de educación, trabajo, comunidad y familia. Y esto es clave en este momento del mundo, porque [todo esto] falta”.

“El encuentro con todos los obispos de América Central fue para mí un momento de especial consuelo. Juntos, nos dejamos domar por el testimonio del santo obispo Oscar Romero, para aprender, cada vez mejor, a ‘sentir con la Iglesia’ –que fue su lema episcopal- estando cerca de los jóvenes, los pobres, los sacerdotes y del santo pueblo fiel a Dios”.  

“Tuvo un fuerte valor simbólico la consagración del altar de la Catedral de Santa María La Antigua, ahora restaurada, en Panamá. Estuvo cerrada por siete años, para su restauración. Un signo de belleza que hora puede ser nuevamente visitado, para gloria de Dios y para la fe y la fiesta de su pueblo. El Crisma que consagra el altar es el mismo con el que se unge a los bautizados, los confirmados, los sacerdotes y los obispos. Que la familia de la Iglesia pueda, en Panamá y en el mundo entero, obtener cada vez más del Espíritu Santo nueva fecundidad, para que prosiga y se difunda sobre la tierra la peregrinación de los jóvenes discípulos misioneros de Jesucristo”.

Por último, al saludar a los italianos, Francisco recordó que “mañana celebraremos la memoria de San Juan Bosco, padre y maestro de los jóvenes. Un gran cura, este. Don Bosco supo hacer sentir el abrazo de Dios a todos los jóvenes que encontró [en su camino], ofreciéndoles una esperanza, un hogar, un futuro. Que su testimonio nos ayude a todos a considerar cuán importante es educar a las nuevas generaciones en los auténticos valores humanos y espirituales”.