Navidad en Mongolia, rodeados de símbolos del consumismo y recordando a Mons. Padilla (Fotos)
de Giorgio Marengo*

La comunidad católica se preparó para revivir “el gran misterio de la Encarnación” con un momento de retiro y reconciliación. El riesgo de las nuevas formas de consumismo para una mentalidad que no está habituada a un manejo reflexivo del dinero efectivo.


Arvaikheer (AsiaNews) – La Mongolia de hoy en día es un país marcado por grandes expectativas. En los 15 años de presencia que llevamos aquí como misioneros y misioneras de la Consolata estamos asistiendo a una rápida transformación: desde la recuperación de un régimen comunista que duró más de setenta años, con una política de absoluta cerrazón en relación al resto del mundo y la difusión del ateísmo de Estado, al espejismo de un desarrollo económico detonado por la explotación de inmensos recursos mineros, que ha sido gestionado de manera más o menos sabia por la nueva clase dirigente.

En los años ’90 ni siquiera se mencionaba la Navidad, y el único signo que mercaba el mes de diciembre era la fiesta de fin de año, introducida por los rusos muchos años atrás. Hasta los primeros años del 2000 no había signos exteriores que aludieran a algo especial y aún hoy, el 25 de diciembre es un día laboral como todos los demás.

Sin embargo, hoy en día, con la apertura hacia la economía global, han llegado los símbolos exteriores de la Navidad comercial, sin que la gente haya entendido aún el motivo de ello: un hermoso y reluciente envoltorio de un regalo que no se sabe por qué se entrega o recibe. Es una situación bastante paradójica que, entre otras cosas, induce a nuevas formas de consumismo, bastante dañinas para una mentalidad tradicionalmente no muy habituada al manejo reflexivo del dinero en efectivo.

Básicamente, las celebraciones del fin del año civil priman sobre la fecha religiosa,  un hecho que debe considerar el hecho de que los cristianos en Mongolia apenas llegan al 2% de la población (y los católicos son todavía menos). El verdadero Año Nuevo es el lunar, la gran fiesta de reminiscencias ancestrales que suele caer entre fines de enero y mediados de febrero, y en la cual se sedimentan tradiciones sin tiempo vinculadas al ciclo de la naturaleza: se deja atrás lo peor del invierno y marca el “punto de inflexión” que culmina con una nueva primavera.

El lado positivo es que la pequeña comunidad católica de Mongolia vive con mucha intensidad el gran misterio de la Encarnación. Es la celebración sacramental de aquél encuentro que ha cambiado su vida, abriendo la posibilidad de una relación personal con el Dios vivo, que libera de los miedos y asegura una cercanía de verdad. Por otro lado, el contexto pastoral ayuda a ensimismarse con los acontecimientos de Belén: tenemos pastores de verdad, que velan por su grey y a quienes no les cuesta imaginar el asombro de un Dios nacido en un pesebre. También nosotros vivimos esto junto a ellos. En un gran regalo para los misioneros y misioneras que podamos revivir de esta manera, junto a los amigos mongoles que han abierto las puertas a Cristo, el don de la salvación que viene a nuestro encuentro; y es también un desafío lograr acompañaros y sostenerlos en la fe, teniendo en cuenta que no son pocas las pruebas que deben atravesar para mantener y acrecentar la fe en un contexto muy particular, que muchas veces no ve con buenos ojos su decisión de ser cristianos.

Este año, los católicos mongoles han vivido la Navidad sin aquél que durante 26 años (desde que la Iglesia está presente en el país) los había guiado como pioneros y como obispo: Mons. Wenceslao Padilla se nos fue repentinamente en una tarde de septiembre, tras sufrir un infarto. Un velo de tristeza ha envuelto estos días, acompañado por la esperanza llena de confianza en Dios, sabiendo que Él proveerá a su pueblo con un nuevo y ansiado pastor.   

En cuanto a nosotros, como misioneros y misioneras de la Consolata continuamos con nuestra labor de integración en la periferia norte de Ulán Bator, la gran capital caótica (y la más fría del mundo), además del servicio que brindamos a la Prefectura Apostólica. En Jarjorin – la antigua capital del Imperio mongol- estamos abocándonos al diálogo inter-religioso (sobre todo, con los amigos budistas) y a la investigación histórico-cultural. En Arvaikheer, la pequeña comunidad cristiana es un débil brote de Iglesia, que ha nacido con nosotros en los últimos años, allí donde jamás hubo una presencia católica. En estos días se ha recuperado la paz gracias al perdón recibido y concedido; hemos vivido un momento de retiro y reconciliación para “quitarnos de encima” –con la ayuda de la Gracia- aquellas cosas que se sedimentan en nosotros y que inevitablemente vuelven más pesado nuestro caminar en aquella santidad que es el secreto de la verdadera felicidad. La catequesis y la formación continua absorben muchas energías y piden de nuestra parte una coherencia de vida.  

De esta manera hemos celebrado este año, con sencillez e intensa participación, el don del Emmanuel. El mundo exterior piensa en el año nuevo; para los cristianos fue la noche de Navidad, en la cual hemos rezado para que el Dios-con-nosotros traiga mucha paz y fraternidad a un país con un pasado rico en historia y cultura, actualmente sumergido en un presente que es percibido como incierto en numerosos aspectos.  

*misionero de la Consolata, actualmente viviendo en Arvaikheer