Misionero en Mongolia: Volverse cristianos en un país budista (Fotos)
de Giorgio Marengo*

El P. Marengo vive en las estepas asiáticas desde el año 2003. El relato de cómo vivieron el Triduo de Pascua bajo la tienda que funciona como capilla. El bautismo de ocho catecúmenos. El perdón y la reconciliación entre las familias. “La Pascua en Arvaikheer siempre es un milagro de fe que conmueve”.


Arvaikheer (AsiaNews) – En el silencio de una tarde raramente gris, debido al polvo levantado por el viento primaveral, nos reunimos para rezar en la ger-capilla, la tienda mongola de la parroquia de Arvaikheer. Comienza el Triduo. No debía ser tan distinto aquél día, cuando los discípulos fueron a la sala superior, donde el Maestro los estaba esperando. Él ya lo sabía, pero ellos estaban desprevenidos. Y en poco tiempo, vieron cómo les lavaba los pues, reflejándose en aquella agua sucia que era el amor en estado puro. Luego, la cena judía que, sin embargo, asumió un significado nuevo, inaudito. Los cristianos y los catecúmenos de Arvaikheer también estaban sorprendidos. Del agua de la jofaina pasarían a la de la fuente que, dos días después, irrigaría la vida para hacerlos brotar, dando lugar a una relación nueva con Dios Padre…

Al día siguiente contemplamos a Cristo, que no baja de la cruz como los súper héroes, sino que acepta la condición humana hasta el fondo, llegando incluso a sufrir una muerte violenta. Una experiencia que resulta muy provocadora para gente habituada a evaluar el favor de Dios en términos de éxito mundano y de una vida tranquila, alejada de las enfermedades y los sufrimientos. El cielo seguía estando gris; no hay viernes santo que no sea gris.

Luego, en la mañana del sábado, tuvimos el retiro. Una tradición hermosa, para ayudar a los catecúmenos a prepararse para el rito que se llevará a cabo esa noche, y para disponer a los bautizados a renovar su fe y a recibir a los nuevos miembros de la comunidad. Siempre llegamos a este momento llenos de debilidades e incluso de tensiones; pareciera que el diablo metiese la cola. Y en el llanto liberador de las confesiones (dos horas, ¡a pesar de que la comunidad cristiana no llega a las 30 personas y los sacerdotes son dos!), el milagro de ese perdón que luego intercambiamos en la capilla, con un gesto que sea lo más concreto posible. Este año, cada uno debía ir al encuentro de los demás y decir dos palabras, “discúlpame” y “gracias”, antes de abrazar y dejarse abrazar por otro. Más lágrimas y sollozos; si la fe no pasa también por esta dimensión emocional, sigue siendo algo abstracto, en tanto aquí hay una gran necesidad de que las cosas se tornen concretas.  Hay personas que debido a desacuerdos e incomprensiones literalmente se enferman (ellos se refieren a esta situación con la expresión “haber entrado en la boca de otro”), e intentan recurrir a lamas budistas y a chamanes, para que les resuelvan “mágicamente” sus tensiones. Por eso, descuben una profunda liberación cuando logran mirarse a la cara y perdonarse, en el nombre de Aquél que primero llevó sobre sí todas sus cargas espirituales.  

Aquí la Pascua es realmente un paso. Cada quien lo percibe a su modo. Los 4 adolescentes (de entre 15 y 18 años) que siguieron fielmente los dos años de preparación prescriptos según las disposiciones de la Iglesia local, la viven como coronación de un camino, el ingreso a la comunidad de los “adultos” creyentes. Chuluuntsetseg es una señora de 50 años, que se ha ido acercando de una manera lenta y progresiva. Baterdene, que tiene 28 años, de los cuales 8 los ha pasado en rehabilitación tras una operación quirúrgica, ha encontrado al Señor en el sufrimiento y ha entendido que hay alguien que está dispuesto a brindarle alivio por Su Amor. Por último, Otgonerdene y Sainzaya, de 10 y 13 años respectivamente, fueron prácticamente criados en la misión.

Llega el momento de la vigilia pascual. En las primeras horas de la tarde, el cielo se tiñe de ocres y todo queda envuelto en polvo por una tormenta primaveral; cuesta mucho estar de pie  y sobre todo, no comer demasiada arena, que cruje entre los dientes. El viento se vuelve menos intenso, pero no cesa, y decidimos preparar el fuego allí donde el muro de la casa brinda un reparo. Las llamas suben desde los leños, hechos con el estiércol seco que una señora de la comunidad ha comprado a una mujer en el mercado, por misericordia hacia ella. Usukhjargal, un simpáico niñito de 8 años que fue bautizado seindo pequeño, le sugiere al papá disponer el estiércol formando una cruz. Así es como de la poco, la luz entra en la ger oscura, antes de que Gantulga, un buen poeta y cantante, proclame el Exultet como si fuera una alabanza mongola. La liturgia se desarrolla de manera armoniosa en sus variadas partes, hasta que los catecúmenos son invitados a acercarse a la gran piedra tallada en forma de cruz suspendida sobre el círculo central de la ger, por otro lado, para que la estructura no se vuele con el viento, a la vez que nexo simbólico de los mongoles entre su tierra y el amado cielo. La familia católica que vive en la estepa que linda con el desierto de Gobi ahora tiene 8 miembros nuevos, que al final de la celebración se entretienen tomándose fotos de recuerdo e intercambiando saludos y bendiciones. El rol de los padrinos y de las madrinas es muy sentido: son ellos quienes ofrecen regalos a los flamantes bautizados y quienes también los reciben, como signo de reconocimiento por haber aceptado ser guías en la fe.     

La Pascua en Arvaiheer es así. Hay muchas cosas que perfeccionar, tanto los misioneros como la gente llevamos muchos límites a cuestas; y sin embargo, siempre hay un milagro de fe que nos conmueve. En el domingo de Resurrección los neófitos vienen a la iglesia con sus camisas blancas (realizadas por las mujeres que participan del proyecto de costura, hechas en un perfecto estilo mongol). Luego de la misa hacemos una pausa para beber el suutei tsai (té salado con leche) y para la ocasión también almorzamos comiendo khushuur (tortillas fritas de carne) cocinadas por una señora de la comunidad. La vida en estos lugares es dura, no permite mucha poesía; en los días cuando se desatan tormentas de polvo, los pastores continúan velando por sus rebaños en el delicado momento de la primavera. No se hacen muchos cumplidos, habrá que “resistir· de nuevo a muchas pruebas”; pero ahora, estas personas tienen una esperanza nueva en el corazón, y saben que el “Dios del Cielo” ha descendido por ellos y los ha tomado consigo para acompañarlos cada día, hasta adentrarse en la eternidad.

 

*misionero de la Consolata