Yo soy catequista en Alepo, donde la fe vence el miedo y la violencia

Rania Salouji, una mujer en sus cuarenta años, está casada con Grigor y tienen dos hijos de 17 y 14 años. Al comenzar la guerra pensaron en huir, pero luego decidieron permanecer. Los meses de preocupación por el secuestro del marido y el trauma por pérdida de un muchacho del centro, que murió al caer un misil. Cada día encomienda a sus hijos a la Virgen rezando el Rosario. Y agrega: “Se necesita vivir, en la medida de lo posible”. 


Alepo (AsiaNews) – La violencia de la guerra y el miedo por un futuro cada vez más incierto; el secuestro del marido, que estuvo casi dos meses y medio en manos de un grupo extremista que se dedica a los raptos extorsivos; y aún más, lo que ella llama “el momento más difícil”: la pérdida de un muchacho de la escuela de catecismo, muerto al estallar un misil. A pesar de las dificultades vividas y de tener la posibilidad de emigrar al exterior, Rania Salouji, una cuadragenaria cristiana de Alepo y su familia (en la foto) han decidido quedarse. Para vencer el miedo, para contribuir a la reconstrucción de un futuro de paz y de esperanza para la metrópoli del norte –que antes era la capital económica y comercial del país- y para toda Siria, para su historia y su pueblo.

Rania está casada con Grigor y tienen dos hijos: Michael, de 17 años, y Hovik, de 14. Cuando estalló la guerra, en marzo de 2011, tenían miedo “hasta de poner un pie fuera de la casa”. Pero con el correr del tiempo, frente a un conflicto que ha causado más de 450.000 víctimas y millones de desplazados, la familia ha decidido “vivir normalmente, en la medida de lo posible”.

“Mientras iba recorriendo el camino para acompañar a mis hijos a la escuela –cuenta Rania a AsiaNews- me acostumbré a rezar siempre el Rosario, para infundirles coraje. Sin embargo, siempre me sentía un poco nerviosa por la suerte de mis hijos”. Cuando llegaba el momento de dejarlos a cargo de los docentes, la mujer dirigía una plegaria a la Virgen María, para “confiárselos a ella: Son tus hijos –le decía- cuida de ellos”.

Rania y Grigor, junto a sus hijos, han tenido la posibilidad de emigrar, pero “decidimos rechazar la propuesta”. “Nos dimos cuenta de que teníamos una misión que cumplir aquí –cuenta la mujer-, en nuestra ciudad, y en nuestro país”. Por eso “nos quedamos en Alepo, confiándonos totalmente a Dios”. “Ciertamente, creer o tener confianza en el Señor no resulta arduo cuando todo marcha bien, pero la fe se vuelve más firme cuando uno se encuentra teniendo que afrontar dificultades”.  

Hoy, la mujer es responsable del grupo de catequistas del Centro salesiano de Alepo, donde hace poco se han retomado las actividades luego de un largo período de fuerte emoción mezclado con temor. Había preocupación por la salud y la integridad de los niños, sobre todo cuando ellos vienen hasta el centro en automóvil o cuando regresan a casa después de las actividades” (el centro de los Salesianos llega a alojar hasta 900 niños). “Era bello verlos jugar juntos. La vida de ellos está llena de stress, de dificultades, y en sus hogares, por cierto, no tienen la posibilidad de jugar libremente”.  

Frente al drama de una población –incluso menor de edad- atormentada por la guerra y la violencia, la Iglesia de Alepo en los últimos meses ha emprendido una serie de proyectos, muchos de los cuales todavía siguen adelante con éxito. Desde la limpieza de la ciudad, a la ayuda brindada a las jóvenes parejas casadas, las cajas de alimentos y los fondos para el suministro eléctrico; y también los centros de verano para cientos de niños, las contribuciones para cubrir gastos vinculados a la salud y los medicamentos, las consultas, los exámenes, los tratamientos. Son todas iniciativas a favor de los necesitados, en cosas puntuales que en muchos casos, la gente de Alepo –que durante años ha sido el epicentro del conflicto sirio hasta su liberación, en diciembre  pasado- no puede permitirse.

Logramos afrontar y superar el drama de la guerra, cuenta Rania, gracias a la fuerza que encierra “la oración, y de un modo especial, el Rosario. También fue así cuando mi marido perdió el trabajo. Y también cuando en Alepo empezó a faltar el agua, la comida, jamás hemos perdido lo que realmente cuenta: la fe en la Divina Providencia”. El peor momento coincidió con la muerte de un chico que asistía al catecismo, que murió al caer un misil a poca distancia de donde se encontraba un grupo de jóvenes que acaban de concluir las actividades. “A veces –confiesa- cuando veo el terreno que está frente al centro, aún me parece ver a este muchacho jugar allí como si nada hubiese pasado”.

Otro momento difícil coincidió con el secuestro de su marido, que estuvo durante dos meses y medio en manos de una banda de extremistas. “Salió de compras –recuerda Rania- pero nunca regresó a casa”. Para tener noticias suyas puso en movimiento a todos los canales y contactos, e incluso llegó a dirigirse a Damasco: “Yo no sé qué significa sentarse a esperar –confiesa. Cuando raptaron a mi marido sentí que debía moverme, actuar, hacer algo. Y no quería mostrar a mis hijos [que tenía] miedo, angustia por su suerte. Sentía que debía ser fuerte, también, por ellos”. Paciencia y confianza en la gracia del Señor le han permitido volver a abrazar a su marido, que fue rescatado sano y salvo, aunque fue puesto a dura prueba por la experiencia. (DS)